27.07.14

Biblia

“44 ‘El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel’.45 ‘También es semejante el Reino de los Cielos a un mercader que anda buscando perlas finas, 46 y que, al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra’. 47 ‘También es semejante el Reino de los Cielos a una red que se echa en el mar y recoge peces de todas clases; 48 y cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan, y recogen en cestos los buenos y tiran los malos. 49 Así sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos 50 y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. 51 ‘Habéis entendido todo esto?’ Dícenle: ‘Sí’. 52 Y él les dijo: ‘Así, todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo.”

COMENTARIO

Importa el Reino de Dios; lo demás, no

Para un cristiano, aquí católico, hay verdades que tiene en cuenta en su vida y que le deben llevar por el camino recto hacia el definitivo Reino de Dios. Lo que, por lo tanto, le debe importar es, precisamente, el Reino de Dios y no otra cosa mundana y dada, más, a hacerle perder tal camino.

El tesoro y las perlas finas

Dice Jesús que cuando alguien encuentra un tesoro deja todo lo que tiene y, lógicamente, va a hacerse con el mismo porque le parece muy importante para su vida.

El Reino de Dios, el Amor del Creador y lo que supone para cada creyente, ha de ser muy importante para el mismo. Por eso cuando lo encuentra, bien por haberlo buscado, bien porque Dios se le acercó y lo llamó al oído del corazón, lo ha dejar todo (todo lo antiguo que ha quedado viejo) y no ha de abandonar, nunca, tal camino. Ha de ser lo más importante, lo que le conduzca en su vida y, por eso mismo, se queda para sí tal gozo y tal amor de parte de Dios dados.

Pero también, el Reino de Dios es, en efecto, como lo que es de gran valor que, habiéndolo encontrado no puede ser abandonado porque supondría gran pérdida para quien se ha hecho con ello. Es de tal importancia para su existencia que ya no lo deja jamás.

Discernir lo bueno de lo malo

Pero hay algo que es muy importante y que los católicos no deberíamos olvidar nunca: según lo que ahora hagamos así se tendrá en cuenta en la vida eterna lo que, en esencia quiere decir es que si escogemos el camino equivocado y erramos en la vida que llevamos aquí en este valle de lágrimas las consecuencias no serán buenas para nosotros.

Se suele decir que la vida eterna ya la tenemos ganada gracias a la sangre de Cristo entregada en la cruz. Eso, en sí mismo, es bien cierto. Sin embargo, si sabemos que Dios es bueno también sabemos que también es justo y, por eso mismo, no puede dar lo mismo lo que no puede dar lo mismo. Ahí tenemos como ejemplo el caso del rico Epulón y el pobre Lázaro que muertos uno y otro el primero fue al infierno y el segundo al seno de Abrahán.

Esto quiere decir que nuestra libertad no es una falsa ilusión sino que todos compareceremos ante el tribunal de Dios y, por eso mismo, muy en cuenta tenemos que tener en cuenta, repito, que vale la pena pensar antes de hacer y, por ejemplo, preguntarse qué quiere Dios de nosotros en cada cosa que hagamos. Además, según vivamos, por lo tanto, nuestra vida, será la que lo sea eterna para nosotros. Es, por eso mismo, nuestro gran negocio pues no se trata de nada ocioso sino, en todo caso, de un trabajo esforzado que determina que no es igual saber y hacer lo bueno que saber y hacer lo malo. No puede ser igual.

PRECES

Por todos aquellos que no aceptan el Reino de Dios en sus vidas.

Roguemos al Señor.

Por todos aquellos que no se dan cuenta de que pueden caer en el infierno.

Roguemos al Señor.

ORACIÓN

Padre Dios; ayúdanos a recordar siempre el mal que nos puede acaecer de no seguir tu voluntad.

Gracias, Señor, por poder transmitir esto.

El texto bíblico ha sido tomado de la Biblia de Jerusalén.

Eleuterio Fernández Guzmán