30.07.14

De mecánico en Guernica a morir por Dios y por España


El jueves 30 de julio vio morir a 34 personas que hasta hoy día han sido beatificadas. El grupo más numeroso es el de los 15 hospitalarios de Calafell (Tarragona), seguido por los siete hermanos de La Salle asesinados en la Casa de Campo madrileña (los llamados mártires de la Editorial Bruño), más uno en Barcelona. En la localidad turolense de Castelserás, fueron asesinados el párroco y dos dominicos, a los que hay que sumar un religioso de la Congregación de la Misión en Alcorisa. La agenda trágica se completa con la muerte de un sacerdote diocesano en Tarragona -Rafael Martí Figueras- y otro en Toledo, dos carmelitas en Cabañas de la Sagra (Toledo), el salesiano Sergio Cid Pazo en Barcelona, y en Blanes (Girona) el religioso director del colegio de Santa María y un laico exalumno suyo.

Como no encontraron resistencia, se quedaron con ganas de matar a alguien

La Congregación de la Misión (Paúles) tenía en Alcorisa (Teruel) un colegio atendido por una comunidad formada por cinco sacerdotes -dos serían asesinados- y dos hermanos, uno de los cuales, Luis Aguirre Bilbao, de 21 años y natural de Munguía (Vizcaya), sería el primer mártir. A los 17 años, había dejado el taller de Guernica en donde trabajaba como mecánico, para ingresar en el noviciado. Emitió sus votos en 1933 y fue destinado al colegio de Alcorisa. Meses antes de la guerra manifestó por carta su conformidad con la voluntad de Dios y la firmeza para demostrar su fe entregando la vida. El 29 de julio de 1936, a las 19 horas, se reunió la comunidad en el coro para prepararse a morir. Se confesaron y salieron buscando refugio menos el Padre Fortunato Velasco, ecónomo, y el hermano Luis, que permanecieron en la residencia pensando que podían hacer algo por el bien espiritual del pueblo. El mismo día la casa fue asaltada, y ellos la entregaron sin violencia. Se llevaron presos a los dos. El padre Santamaría redactó lo sucedido con el hermano Aguirre esa madrugada:

“La entrada de los rojos en Alcorisa había sido demasiado triunfal; ellos hubieran preferido alguna resistencia, para saciar su apetito rabioso de matanza. Uno de aquellos malvados, venido de Foz de Calanda, exigió, al anochecer, del carcelero de la improvisada prisión que era el Ayuntamiento, por nombre Jesús Lahoz, y de mote Pisafuerte, le entregara en seguida un preso cualquiera, porque él tenía ganas de fusilar a alguien aquella noche, y que si no, morirían todos los detenidos.

En tal coyuntura, “el Pisafuerte, hijo del pueblo y, por consiguiente, algo piadoso con sus paisanos, entregó al lego del convento.

Le volvieron primero a casa, para enterarse antes bien de lo que había en el convento, enseres y armas; pero se conoce que no les salió bien el lance ni reveló el hermano nada comprometedor, pues, después de volverle al Ayuntamiento le llevaron por segunda vez a casa, a eso de la una o dos de la mañana, pues el practicante Eusebio le vio cerca de las doce de la noche en el Ayuntamiento. Después de haber hecho un registro en casa con él lo mataron en la plaza.

El testigo Manolo Herranz (colegial hospedado en una de las casas del pueblo) escribe a su vez: Sacado del Ayuntamiento, fue conducido a la misma plaza del colegio, y, haciéndole poner de rodillas y con los brazos en cruz, fue fusilado, siendo la primera víctima sacrificada. Sus últimas palabras, según dice Sor Concepción Gutiérrez haber oído a una buena mujer, fueron:

- Soy inocente y estoy dispuesto a decir lo que sé.

—Tienes que morir.

—Pues si tengo que morir, muero por Dios y por España.

Al otro día, por la mañana, su cuerpo fue encontrado a la puerta del colegio, junto a la segunda ventana del recibidor, con los brazos extendidos”. La muerte del hermano Aguirre, y la de un labrador de 29 años -que la documentación de Alcorisa en la Causa General (legajo 1418, expediente 3, folio 8) sitúa el 29 de julio, aunque la del paúl (al que erróneamente califican de sacerdote) fue con certeza de madrugada- fue el preludio de otros 13 asesinatos el día 30.

“Este cura es un santo". El heroico gesto de un miliciano que le dio seis días de vida

El capellán de la capilla mozárabe de Toledo, Ricardo Pla Espí, de 37 años y valenciano de Agullent, fue ordenado en 1922 y había sido profesor del seminario de Valencia, trasladándose a Toledo como secretario del cardenal Enrique Reig hasta la muerte de éste en 1927. Desde entonces fue profesor y secretario de Estudios de la Facultad de Filosofía de la Universidad Pontificia de Toledo, capellán mozárabe de la Catedral y consiliario del Centro de la Asociación Católica de Propagandistas. El 24 de julio de 1936, Ricardo Plá fue detenido junto a sus padres y su hermana Consuelo. Los colocaron ante un paredón de fusilamiento, pero un joven vestido de miliciano interpuso su cuerpo al del sacerdote, al tiempo que gritaba “¿qué vais a hacer, bárbaros? Este cura es un santo. De los cuatro respondo yo”. Plá fue puesto en libertad, pero días después volvieron por él. Antes de salir de su casa, se dirigió a su madre y le dijo: “madre, ¿usted no me ha criado para el cielo? Pues ésta es la hora. No merecía yo tanto. Dios me premia con largueza al concederme la palma del martirio”. Se lo llevaron al paseo del Tránsito y allí lo fusilaron, dándole un tiro de gracia en la frente y otro en el costado.

Se disfrazaron de carboneros pero les delató el escapulario

Los carmelitas descalzos de Toledo asesinados ese día en Cabañas de la Sagra fueron el estudiante de Teología José Mata Luis (fray Constantio de San José), palentino de Las Heras de 21 años, y el religioso Vicente José Álamo Jiménez (fray José María de la Virgen Dolorosa), de 35 y natural de Fondón (Almería). Éste había hecho su profesión solemne en Medina del Campo en 1931 y pasó a Toledo en 1936. Fray Constantio, por su parte, se había incorporado, procedente de Roma, para hacer el tercer curso de Teología, hizo su profesión solemne en diciembre de 1935 y fue ordenado subdiácono el 6 de junio de 1936. El 21 de julio ambos se refugiadon en casa del señor Perezagua, calle Alfileritos 5, con fray José Agustín y fray Eliseo, abatidos en esa misma calle al tratar de escapar el día 22. Fray Constantio y fray José María fueron de refugio en refugio hasta llegar a casa del médico Emilio González, que ya acogía a otros siete carmelitas. Fray Constancio propuso irse hacia Madrid y fray José María se ofreció a acompañarle.

Los dos carmelitas se disfrazaron de carboneros, con un saco terrero al hombro. Pasaron Olías de El Rey y en Cabañas de la Sagra, a 20 km de Toledo, descansaron a la sombra del muelle de la estación, bebieron agua de la fuente y salieron del pueblo, pero en un control los identificaron como religiosos por los escapularios que llevaban. Los insultaron y a uno lo abofetearon. Llegó un camión de milicianos de Madrid hacia Toledo. Enterados de que eran religiosos, los subieron al camión y apenas andado un kilómetro, en el 54 de la carretera y en una finca hoy llamada El Picón de los Frailes, los fusilaron.

No lo iban a matar, pero se abrazó a su amigo sacerdote

El sacerdote de 28 años Jaime Puig Mirosa, religioso de los Hijos de la Sagrada Familia, compartió el momento de la muerte con su exalumno y amigo Sebastián Llorens Telarroja, dos años menor, que asistía a la enseñanza nocturna en el colegio que Puig dirigía en Blanes (Girona). Estallada la guerra, ambos escondieron la imagen de la Virgen del Vilar, con ayuda de colonos de Mas Miret. Llorens refugió en su casa a Puig, y cuando lo encontraron lo acompañó a la larga entrevista que le hicieron en el comité. Al salir, fueron arrestados, y cuando los milicianos iban a disparar al padre Puig, Sebastián se abrazó a él, por lo que le dispararon también.

Más sobre los 1.523 mártires de la guerra civil española, en Holocausto católico.