31.07.14

Nadie es bueno por sí mismo

A las 10:32 AM, por Luis Fernando
Categorías : Espiritualidad cristiana

 

Tengo la certeza de que una de las necesidades más acuciantes en esta etapa de la historia de la Iglesia que nos toca vivir es dar a conocer la sana doctrina sobre la gracia, e igualmente creo entre los males más “esterilizantes” para la vida de un católico está precisamente la mala praxis derivada de un deficiente y/o heterodoxa comprensión de dicha gracia.

Son muchos los que viven engañados en la idea de que “el que quiere, puede”. Pues bien, en relación a la santidad, el hombre natural ni quiere ni puede, ni podría aunque quisiera. Y el hombre redimido, solo puede querer y poder por la obra de Dios en él.

Pocos fieles conocen el Indículo, texto magisterial relacionado con el concilio de Éfeso en el Denzinger. Cito alguna de sus enseñanzas:

Nadie es bueno por sí mismo, si por participación de sí, no se lo concede Aquel que es el solo bueno.

No se enseña que no haya hombre bueno. Se indica que solo se puede ser bueno si Dios, el único realmente bueno, nos lo concede. En el pasaje evangélico del joven rico que ama más sus riquezas que a Dios, nuestro Señor Jesucristo responde lo siguiente ante la alarma de los apóstoles, que veían la dificultad para salvarse: “Y mirándolos Jesús, les dijo: Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible” (MT 19,26). La obra de salvación tiene en Dios su origen, desarrollo y final, lo cual no quiere decir que no tengamos algún tipo de participación en la misma, pero eso es así porque Dios mismo lo ha dispuesto y obrado.

Nadie, ni aun después de haber sido renovado por la gracia del bautismo, es capaz de superar las asechanzas del diablo y vencer las concupiscencias de la carne, si no recibiere la perseverancia en la buena conducta por la diaria ayuda de Dios.

Cuando rezamos el padrenuestro, pedimos al Padre que nos dé el pan nuestro de cada día. Ciertamente es un pan material, pero a continuación le rogamos por el pan espiritual del perdón y la gracia para no caer en la tentación. Sin la ayuda de Dios somos cual crías sin pecho del que amamantarnos, sin brazos que nos acunen. Morimos sin remedio.

Todas las intenciones y todas las obras y merecimientos de los Santos han de ser referidos a la gloria y alabanza de Dios, porque nadie le agrada, sino por lo mismo que Él le da.

Es necedad “intentar” ayudar a Dios. Nuestro padre Abraham lo hizo cuando cohabitó, a petición de Sara, con su sierva Agar, de la que obtuvo un hijo. Pero ese no era el hijo de la promesa del Señor. Y como dice Efesios “hechura suya somos, creados en Cristo Jesús, para hacer buenas obras, que Dios de antemano preparó para que en ellas anduviésemos” (Efe 2,10). No elegimos nosotros las buenas obras que hemos de llevar a cabo. Es el Señor quien las dispone y nos dispone para obrarlas. Y el objeto de las mismas es la gloria de Dios, no la nuestra. Si luego Dios quiere alabarnos, bendito sea. Como dice San Pablo, una vez regrese Cristo “iluminará los escondrijos de las tinieblas y hará manifiestos los propósitos de los corazones, y entonces cada uno tendrá la alabanza de Dios” (1ª Cor 4,5). Pero mientras tanto, sigamos la enseñanza del Señor: “Así también vosotros, cuando hiciereis estas cosas que os están mandadas, decid: Somos siervos inútiles; lo que teníamos que hacer, eso hicimos” (Luc 17,10)

Dios obra de tal modo sobre el libre albedrío en los corazones de los hombres que, el santo pensamiento, el buen consejo v todo movimiento de buena voluntad procede de Dios, pues por Él podemos algún bien, sin el cual no podemos nada

Cuando decimos católicamente que todo es gracia, nos referimos a eso. No es que seamos actores pasivos de un guión establecido por Dios. Pero el guión es suyo. La capacidad para interpretarlo nos la da Él. Y sin Él, se cierra el telón.

Ahora bien, por este auxilio y don de Dios, no se quita el libre albedrío, sino que se libera, a fin de que de tenebroso se convierta en lúcido, de torcido en recto, de enfermo en sano, de imprudente en próvido. Porque es tanta la bondad de Dios para con todos los hombres, que quiere que sean méritos nuestros lo que son dones suyos, y por lo mismo que Él nos ha dado, nos añadirá recompensas eternas. Obra, efectivamente, en nosotros que lo que Él quiere, nosotros lo queramos y hagamos, y no consiente que esté ocioso en nosotros lo que nos dio para ser ejercitado, no para ser descuidado, de suerte que seamos también nosotros cooperadores de la gracia de Dios.

Lejos de nosotros el error del solafideísmo, por el cual se enseña la ponzoñosa mentira de que solo la fe, sin obras, salva. Lejos de nosotros el error del pelagianismo y el semipelagianismo, por el cual se roba a Dios toda la gloria de la obra de nuestra salvación y se envía al hombre a la mísera condición del que no se acoge a la gracia divina como única tabla de salvación en el naufragio de nuestros pecados y nuestra tendencia a pecar.

Luis Fernando Pérez Bustamante