3.08.14

Una barbaridad tras otra del P. Carreras

A las 2:58 PM, por Luis Fernando
Categorías : Anti-magisterio

 

El sacerdote Joan Carreras, perteneciente a la prelatura del Opus Dei, ha convertido su blog “Nupcias de Dios” en un compendio de errores y barbaridades, hecho en el que sus superiores, al parecer, no han caído en la cuenta. O han caído pero les da lo mismo.

Aparte de los posts (1 y 2)que Bruno ha dedicado a refutar sus errores sobre el sacramento del matrimonio, me ha parecido oportuno analizar uno que escribió hace unos días. Se titula “La eficacia del Evangelio es Inversamente proporcional a la actitud legalista del creyente”. Cito párrafo por párrafo y comento:

Hay muchos que todavía no se han enterado. La eficacia del Evangelio es inversamente proporcional a la actitud “legalista” y “dogmática” que adopten los evangelizadores. Así de sencillo. Cuanto más te apoyes en la ley -y a estos efectos poco importa que sea divina o humana-, cuanto más frunzas el ceño, cuanto más señales al pecador junto con su pecado, menos efecto podrá tener en él la única fuerza que puede salvarnos.

¿Qué predicaba San Juan el bautista? Es más, ¿qué predicaba el Señor Jesucristo al dar comienzo a su ministerio (Mt 4,17)? ¿y qué dijo el Señor respecto a los que despreciaban la ley (Mt 5,19)?

¿En serio que es cosa mala apoyarse en la ley de Dios? San Pablo, que no era precisamente sospechoso de ser judaizante ni de creer que nos justificamos por la ley, enseñó: “Pues sabemos que la Ley es buena para quien use de ella convenientemente” (1ª Tim 1,8)

Y al revés, cuanto más hables de Jesucristo, cuanto más sonrías al hablar con la gente, cuanto más dejes que actúe el Evangelio a través de tus palabras, mayor será su eficacia transformadora. Porque a parte de encarnarse en las Sagradas Escrituras la Palabra debe encarnarse en ti y en aquellos a quienes la anuncias.

Hablar de Jesucristo es hablar de sus enseñanzas. Y eso incluye hablar de sus advertencias respecto a la gravedad del pecado. O si no, ¿qué hacemos con Mateo 5,17-48?

¿Acaso crees que los “creyentes” son los que obedecen las leyes de la Iglesia? ¿O piensas que siguen creyendo porque temen caer en el delito canónico de apostasía o de herejía? ¿Crees que son las leyes las que congregan y convocan y retienen? ¿Consideras que sólo el temor del castigo puede mantener el orden y la paz? Pues esa actitud tuya es el peor de los cánceres de la Iglesia y la mayor rémora del Evangelio.

Los creyentes son los que han recibido el don de la fe y la gracia de vivir conforme a la misma. Pecan, pero se arrepienten y se confiesan. Saben que Dios, como buen padre, puede llegar a castigarles si se apartan de sus caminos, precisamente para hacerles regresar junto a su regazo. Saben que el amor no contradice la ley. Saben que la herejía es un cáncer a extinguir, pues pone en peligro la salvación de muchos. Y saben que hay falsos maestros que prostituyen la misericordia y la gracia de Dios ofreciendo un cristianismo falso, antinominiano, en el que Dios es presentado como una especie de pseudo-Papá Noel al que el pecado no ofende y cuya justicia es una farsa.

La frase es de Benedicto XVI, pero la ha popularizado Francisco: “La Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción". Es otra forma de proponer la que se ha denominado regla de oro de toda Evangelización:
“La verdad no se impone sino por la fuerza de la misma verdad, que penetra, con suavidad y firmeza a la vez, en las almas” (Dignitatis Humane, 1).

¿Cómo se va a imponer lo que es un don de Dios? ¿Y quién hablar de imponer nada? ¿predicar la necesidad del arrepentimiento es imponer algo? Si Dios no da la fe, ¿qué imposición humana puede imponerla?

Lo que se debería discutir no es si imponer o proponer, porque hoy nadie impone. La clave es lo que se propone. No es igual proponer la fe católica que una versión adulterada de la misma. No es lo mismo proponer un Dios que salva sin que haya arrepentimiento del pecado, que un Dios que salva porque perdona y concede la gracia para vencer al pecado.

¿Otra manera de explicarlo?

No hay que confundir la conciencia con el corazón. Dios no se dirige a la conciencia sino al corazón; y si se dirige a la primera es únicamente como camino para poder llegar al segundo.

¿Se habrá leído este hombre la Gaudium et Spes? Cito del catecismo que a su vez cita el CVII: “En lo más profundo de su conciencia el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, llamándole siempre a amar y a hacer el bien y a evitar el mal […]. El hombre tiene una ley inscrita por Dios en su corazón […]. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella” (GS 16)

Dios no quiere esclavos, sino amigos. Nadie logra hacer amigos por la fuerza, ni por la de las armas ni por la de la ley o del deber. En realidad conciencia y corazón se identifican, pero pueden distinguirse precisamente en su relación con la ley y con la gracia. La conciencia no entiende de gracias, ni el corazón de leyes.

Así que la conciencia no entiende de la gracia, ¿verdad? Cito al Beato Newman, que a su vez es citado por el Catecismo: “La conciencia es la mensajera del que, tanto en el mundo de la naturaleza como en el de la gracia, a través de un velo nos habla, nos instruye y nos gobierna. La conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo” (Carta al duque de Norfolk, 5). Y vuelvo a citar la Gaudium et Spes: “El hombre tiene una ley inscrita por Dios en su corazón” (GS 16). No vayan a creer a ese sacerdote confundido y confundidor. Más bien escuchen la voz de la Iglesia.

Desde que comencé Nupcias de Dios me propuse trabajar en la reforma de la Iglesia. La principal de las reformas es la de la actitud que tienen muchos católicos, quienes piensan que los males del mundo se deben a la falta de respeto a la ley de Dios. Algo hay de eso. Pero no ésa la raíz del problema.

¡Qué detalle! ¡Algo hay de eso! Qué condescendiente es este cura con quieres creemos que, efectivamente, el problema principal del mundo es el que señala la Escritura: “Y el juicio consiste en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Jn 3,19). Es más, somos tan osados como para creer que Benedicto XVI tenía razón al decir que “cumplir la ley de Dios, es el secreto de la felicidad del hombre justo”

El mal en el mundo cabe encontrarlo en la “dureza del corazón” que lleva a las personas a ser refractarias a la Palabra de Dios: “Con mucha frecuencia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, encontramos la descripción del pecado como un no prestar oído a la Palabra, como ruptura de la Alianza y, por tanto, como cerrazón frente a Dios que llama a la comunión con Él” (Verbum Domini, 26).

¿Y eso en qué se diferencia de la falta de respeto a la Ley de Dios? ¿No será más bien lo mismo? Quien no quiere escuchar a Dios por la dureza de su corazón, evidentemente se salta a la torera la ley de Dios.

El Papa Benedicto VVI habló de un nuevo concepto de realismo precisamente porque es la Palabra de Dios la que fundamenta toda la realidad: desde que el Verbo se hizo carne, el pecado no se explica desde la ley, sino desde la Palabra. Desde esta perspectiva fundamental, es pecador fundamentalmente quien desoye a Dios y no cree en Cristo y no tanto quien transgrede la ley.

No vayan ustedes a creer a este sacerdote desnortado, que afirma que el pecado no consiste en transgredir la ley o que parece estar obsesionado en separar a Dios de la ley de Dios, lo cual es literalmente absurdo. Según el Catecismo: “El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Ha sido definido como “una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna” (San Agustín, Contra Faustum manichaeum, 22, 27; San Tomás de Aquino, Summa theologiae, 1-2, q. 71, a. 6)

Y además, recuerden que, tal y como nos enseñó Benedicto XVI “El verdadero enemigo que hay que temer y combatir es el pecado”

¡Y Dios es misericordioso!

Hay quien me acusa de ser subversivo. Y en cierto sentido tiene razón. Mi objetivo no es que la gente tenga en poca estima la ley divina y la ley humana. Al contrario. El mismo Jesucristo afirmó que tiene que cumplirse hasta la última tílde de la Ley (cf. Mt 5, 18).

Lleva todo el artículo menospreciando la ley divina y ahora dice que ese no es su objetivo. ¿A quién pretende engañar este hombre?

Mi objetivo es combatir las actitudes que impiden que el Evangelio tenga toda la eficacia que debe desplegar. Quien lo tome como una guerra particular mía, posiblemente ignora que lo mismo está haciendo el Papa Francisco desde que inició su pontificado.

O sea, se esconde detrás del Papa para hacernos creer que sus barbaridades se fundamentan en lo que dice el Santo Padre. Además de errado, cobarde.

El legalista se cree que las leyes sólo se cumplen porque incuten en sus destinatarios miedo al castigo o a las consecuencias de la transgresión.

El que ama la ley de Dios sabe que la cumple precisamente porque ama a Dios y Dios le concede la gracia de poder cumplirla. Esto lleva enseñando la Iglesia desde siempre. Es lo que enseña Cristo: “Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor” (Jn 15,10). Es lo que enseña toda la Escritura: “Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos” (1 Jn 5,3). En todo caso, la atrición sigue siendo doctrina católica, por mucho que a este sacerdote heterodoxo le repugne. Cito nuevamente el Catecismo: “La contrición llamada ‘imperfecta’ (o ‘atrición’) es […] un don de Dios, un impulso del Espíritu Santo. Nace de la consideración de la fealdad del pecado o del temor de la condenación eterna y de las demás penas con que es amenazado el pecador. Tal conmoción de la conciencia puede ser el comienzo de una evolución interior que culmina, bajo la acción de la gracia, en la absolución sacramental. Sin embargo, por sí misma la contrición imperfecta no alcanza el perdón de los pecados graves, pero dispone a obtenerlo en el sacramento de la Penitencia (cf. Concilio de Trento: DS 1678, 1705)” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1453).

El evangelizador sabe que sólo la atracción de la Palabra basta para convertir los corazones.

El evangelizador sabe que lo primero que hace el Espíritu Santo es lo que dijo Cristo que haría: “Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Jn 16,8).

Son dos actitudes incompatibles: poder o servicio; deber o gratuidad, conciencia o corazón.

Lo que es incompatible es ser sacerdote y enseñar las barbaridades que enseña este hombre. Cito a San Josemaría: “Repito y repetiré sin cesar que el Señor nos ha dado gratuitamente un gran regalo sobrenatural, la gracia divina; y otra maravillosa dádiva humana, la libertad personal, que exige de nosotros —para que no se corrompa, convirtiéndose en libertinaje— integridad, empeño eficaz en desenvolver nuestra conducta dentro de la ley divina, porque donde está el Espíritu de Dios, allí hay libertad” (Es Cristo que pasa, 184).

Luis Fernando Pérez Bustamante