El papa Francisco ha reflexionado en el
Ángelus del domingo al encuentro de Jesús con aquellos que le
buscan, y que procuran su cercanía para conseguir la salud.
Entonces, Jesús sintió compasión y curó a los enfermos. El Obispo
de Roma reflexionó con los peregrinos llegados a la plaza del San
Pedro y dijo que frente a la multitud que no lo deja en paz,
“Jesús no reacciona con irritación sino que siente compasión,
porque sabe que no lo buscan por curiosidad sino por necesidad”. Y
explicó que: “Jesús nos enseña a anteponer las necesidades de los
pobres a las nuestras. Nuestras exigencias, aunque sean legítimas,
no serán jamás así tan urgentes como aquellas de los pobres que no
tienen lo necesario para vivir”.
En este evangelio, los discípulos
preocupados por la hora, le sugieren despedir a la gente para que
pudieran ir al pueblo a comprarse comida. Pero Jesús responde:
“Denles de comer ustedes mismos” (Mt.
14,16). Y haciéndose llevar los únicos cinco panes y dos peces que
había, los bendijo, inició a partirlos y a darlos a los discípulos
para que los distribuyeran a la gente. Todos comieron hasta
saciarse y ¡sobró!
El Papa expresó que frente a la
gente cansada y hambrienta “los discípulos razonan según la
mentalidad del mundo, para el que cada uno debe pensar en sí
mismo; mientras que Jesús razona según la lógica de Dios, que es
aquella de compartir”, y agregó: “Si hubieran despedido a la
multitud, tantas personas se hubieran quedado sin comer. Mientras
que con pocos panes y pescados compartidos y bendecidos por Dios
bastaron para todos”.
Pero “ ¡atención!, no es una magia
sino un signo –aclaró Francisco. Un signo que invita a tener fe en
Dios, Padre providente que no nos hace faltar ‘el pan de cada
día’, ¡si nosotros sabemos compartirlo con los hermanos!” Y
manifestó que en tercer lugar, el prodigio de los panes preanuncia
la Eucaristía, afirmando que “en la Eucaristía Jesús no nos da
pan, sino El pan de la Vida eterna, se dona a Sí mismo,
ofreciéndose al Padre por amor nuestro”.
El Sucesor de Pedro concluyó
sintetizando su reflexión y pidiendo que la Virgen María nos
acompañe: “Compasión, compartir, Eucaristía –dijo. Este es el
camino que Jesús nos indica en este Evangelio. Un camino que nos
lleva a afrontar con fraternidad las necesidades de este mundo,
pero que nos conduce más allá del mundo, porque parte de Dios
Padre y regresa a Él. La Virgen María, Madre de la divina
Providencia, nos acompañe en este camino.”
Texto completo del Papa
durante el rezo del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días!
este domingo, el Evangelio nos
presenta el milagro de la multiplicación de los panes y los
pescados (Mt 14,13-21).
Jesús lo realizó a lo largo del Mar de Galilea, en un lugar
aislado donde se había retirado con sus discípulos después de
enterarse de la muerte de Juan el Bautista. Pero, muchas personas
los siguieron y los alcanzaron; y Jesús, al verlos, sintió
compasión y curó a los enfermos hasta la noche. Entonces los
discípulos, preocupados por la hora tardía, le sugirieron despedir
a la muchedumbre para que ella pudiese ir a las ciudades a
comprarse lo necesario para comer. Pero Jesús, tranquilamente, les
respondió: «Denles de comer ustedes mismos» (Mt 14,16);
y haciéndose traer cinco panes y dos pescados, los bendijo, y
comenzó a partirlos y darlos a los discípulos, quienes los
distribuían a la gente. Todos comieron hasta saciarse e incluso,
¡sobró!
En este hecho podemos captar tres
mensajes. El primero es la compasión.
Frente a la multitud que lo busca y – por así decirlo – “no lo
deja en paz”, Jesús no reacciona con irritación. No dice “esta
gente me da fastidio”. No, no. Reacciona con un sentimiento de
compasión, porque sabe que no lo buscan por curiosidad, sino por
necesidad. Pero estemos atentos: compasión, lo que siente Jesús,
no es simplemente sentir piedad. ¡Es más! Significa “padecer con”,
es decir, compenetrarse en el sufrimiento del otro, al punto de
tomarlo sobre sí. Así es Jesús, sufre junto a nosotros, sufre con
nosotros, sufre por nosotros. Y el signo de esta compasión son las
muchas sanaciones que realizó. Jesús nos enseña a anteponer las
necesidades de los pobres a las nuestras. Nuestras exigencias,
aunque legítimas, nunca serán tan urgentes como las de los pobres,
que carecen de lo necesario para vivir. Nosotros hablamos seguido
de los pobres, pero cuando hablamos de los pobres, ¿oímos que
aquel hombre, aquella mujer, aquellos niños no tienen lo necesario
para vivir? ¿Que no tienen para comer, no tienen para vestirse, no
tienen la posibilidad de medicinas? También los niños que no
tienen la posibilidad de ir a la escuela… Y por eso, nuestras
exigencias – aún legítimas – no serán jamás tan urgentes como
aquellas de los pobres, que no tienen lo necesario para vivir.
El segundo mensaje es el compartir.
El primero es la compasión, aquello que sentía Jesús, con el
compartir. Es útil comparar la reacción de los discípulos frente a
la gente cansada y hambrienta, con la de Jesús. Son diferentes.
Los discípulos piensan que es mejor despedirse de ellos, para que
puedan ir a buscarse la comida. En cambio, Jesús dice: denles de
comer ustedes mismos. Dos reacciones diferentes, que reflejan dos
lógicas opuestas: los discípulos razonan de acuerdo con el mundo,
por lo que cada uno debe pensar en sí mismo; reaccionan como si
dijeran: “arréglenselas solos”. Jesús razona en cambio de acuerdo
a la lógica de Dios, que es aquella del compartir. ¡Cuántas veces
nosotros nos damos vuelta hacia otro lado con tal de no ver a los
hermanos necesitados! Y esto, mirar hacia otro lado, es un modo educado de
decir con
guantes blancos:
“arréglenselas solos”. Y esto no es de Jesús: esto es egoísmo. Si
Él hubiera despedido a la gente, muchas personas se habrían
quedado sin comer. En cambio, aquellos pocos panes y pescados,
compartidos y bendecidos por Dios, fueron suficientes para todos.
Y atención ¿eh?: no es una magia, ¡es un “signo”! Un signo que
invita a tener fe en Dios, el Padre providente, que no nos hace
faltar “el pan nuestro de cada día”, si nosotros sabemos
compartirlo como hermanos.
Compasión, compartir.Y el tercer
mensaje: el milagro de los panes preanuncia la Eucaristía.
Esto se puede ver en el gesto de Jesús que “recita la bendición”
(v. 19) antes de partir el pan y distribuirlo a la gente. Es el
mismo gesto que hará Jesús en la Última Cena, cuando instaura el
memorial perpetuo de su Sacrificio redentor. En la Eucaristía,
Jesús no da un pan, sino el pan de vida eterna, se dona a Sí
mismo, ofreciéndose al Padre por amor a nosotros. Nosotros debemos
ir a la Eucaristía con aquel sentimiento de Jesús, es decir, la
compasión, y con aquel deseo de Jesús, compartir. Quien va a la
Eucaristía sin tener compasión por los necesitados y sin
compartir, no se encuentra bien con Jesús.
Compasión, compartir, Eucaristía.
Este es el camino que Jesús nos indica en este Evangelio. Un
camino que nos lleva a afrontar con fraternidad las necesidades de
este mundo, pero que nos conduce más allá de este mundo, porque
parte de Dios Padre y regresa a Él. Que la Virgen María, Madre de
la Divina Providencia, nos acompañe en este Camino.