11.08.14

 

Si a un servidor eso de acabemos con las armas, lancemos los fusiles al mar, viva el diálogo, y no a la guerra le parece bien. Me creo a pies juntillas lo de bienaventurados los pacíficos, prefiero los claveles a los rifles de asalto y me gustan más los atardeceres junto al mar que el resplandor de las bombas sobre las personas.

Lo de no a la guerra, acabemos con la producción y venta de armas, viva el diálogo como arma definitiva, hagamos una apuesta por la alianza de civilizaciones y la oración en común como forma privilegiada de concordia y entendimiento está bien, aunque luego en la práctica sea algo bastante inútil, tanto que el ocho de junio rezaban juntos el papa Francisco, el presidente israelí y el líder palestino y los pocos días estaban a leches estos dos últimos. Cosas de la condición humana.

A lo que iba. Que lo de no a la guerra y el pacifismo buenista está muy bien para amenizar una noche veraniega entre copa y copa o hacer que los niños pinten preciosos murales donde las razas del mundo unen sus manos en un círculo de ingenua e imposible amistad.

Pero claro, abres la prensa y de repente te cuentan que unos bestias, llamados yihadistas, están exterminando a la población que encuentran a su paso con el expeditivo método de vender a las mujeres como esclavas, matar a los hombres, decapitar niños e incluso llegar a enterrar a gente viva. ¿El motivo? No convertirse al islam, ná, una futesa. El caso es que ya han forzado el desplazamiento de más de setecientas mil personas.

Y ahora digo yo que después de filosofar una noche de verano con lo del pacifismo, lo malo que es Obama –aunque no tanto como Bush- y que peor eran los inquisidores, qué se propone hacer con estos yihadistas, que han decidido implantar un nuevo califato que abarque el mundo entero, especialmente Europa, Asia y África y que además lo hacen por el expeditivo método de la degollación, el tiro en la nuca, la violación y venta como esclavas de las mujeres, la colocación de las cabezas decapitadas de los niños en los parques y el enterramiento vivo de los que consideran infieles. Estaría bien alguna propuesta concreta.

¿Diálogo? Por supuesto. ¿Alguien se ofrece voluntario para entrevistarse con esas malas bestias y hacerles llegar nuestro pesar, a la vez que pedimos que respeten los derechos humanos?
Estoy seguro de que España está llena de gente pacifista, de buena voluntad, que además de criticar a Obama y recodar la violencia ejercida en nombre de la iglesia católica está dispuesta a jugarse el pellejo, marchar a Irak y dialogar con unos clavelitos de mi corazón en la mano con quienes tienen como argumento la cimitarra. Pues si lo hacen sepan que cuentan con mis oraciones y un comunicado de repulsa de mi parte ante lo que previsiblemente sucederá.

A nadie nos gusta la guerra ni la violencia, pero cuando hay gente que ha decidido imponer sus ideas por estos métodos tan expeditivos y con la pretensión de extender su forma de entender las cosas a medio mundo, me temo que no queda otra solución que palo y tentetieso. Así son las cosas.

No. No hace falta una guerra convencional donde al final siempre acaban pagando los más débiles. Pero estoy seguro de que tenemos medios para acabar con esta gente con los mínimos daños colaterales. Y hay que hacerlo. Es una pena, pero cuando no hay más remedio que optar entre la vida de esos desplazados y masacrados, y la de los yihadistas, pues se siente, me quedo con los primeros.