15.08.14

Qué suerte para una madre tener un hijo mártir de Cristo


Entre los asesinados en la fiesta de la Asunción de 1936, la Iglesia católica ha beatificado a 35 personas: 20 claretianos de Barbastro; en Madrid dos capuchinos -Alejandro de Sobradillo, superior del convento de El Pardo, y el amigoniano Domingo de Alboraya-, dos dominicos -Maximino Fernández Marinas y José Santonja Pinsach- y una carmelita descalza -la primera farmacéutica mártir: María Sagrario de San Luis Gonzaga-; tres hermanos de las Escuelas Cristianas -los hermanos Alberto Flos en Benicarló y Clemente Vea en San Mateo- en la provincia de Castellón; dos sacerdotes de la diócesis de Tarragona -Agustí Ibarra y Joan Ceró- en Barcelona; un sacerdote agustino -Severiano Montes- en Asturias, otro en Motril (Granada) -Vicente Soler, exprior general- y otro -Manuel Formigo- en Málaga; un sacerdote salesiano -Francisco Míguez- al que quemaron vivo, también en Málaga; más un sacerdote diocesano en Ávila.

De la Checa de Bellas Artes a morir en el Retiro

Agustín Hurtado Soler (Domingo María de Alboraya), natural de esa localidad valenciana y de 64 años, ingresó en 1889 en los Terciarios Capuchinos de la Virgen de los Dolores y fue ordenado sacerdote en 1890. Alternó los estudios eclesiásticos y literarios con los de armonía y composición. Fue varias veces superior, consejero y secretario general. Al estallar la Guerra Civil estaba en la Escuela de Reforma de Santa Rita, en Madrid, y se refugió en casa de un abogado amigo. Detenido y llevado preso a la checa de Bellas Artes, el 15 de agosto fue asesinado cerca del parque del Retiro.

En la Revolución de 1934 se pasó la noche en vela protegiendo el Santísimo

Joan Ceró Cedó, de 27 años y natural de Flix (Tarragona), estaba en el Seminario tarraconense cuando se proclamó la República, y al manifestar su madre temor de que los sacerdotes fueran perseguidos, dijo: «¡Qué suerte para una madre poder tener un hijo mártir de Cristo!». Ese mes de junio fue ordenado sacerdote. Siendo vicario de Sarral, el 6 de octubre de 1934 se pasó la noche en una cornisa de la parroquia, guardando el Santísimo en su pecho para poder consumirlo si intentaban profanarlo. Al estallar la guerra era vicario del Pla de Santa María. El 19 de julio salió de Valls diciendo: «Mañana volveré aunque sea a costa de mi vida para celebrar y predicar por la tarde». Lo cumplió, aunque por prudencia se escondió en una masía cerca del pueblo. El 6 de agosto, al día siguiente que asesinaran a su párroco (Pau Virgili), huyó a Barcelona y se hospedó en la pensión Neutral. Allí le visitó su madre, y cuando le dijo «haz lo posible para salvarte», él contestó: «Si negando mi condición de sacerdote me he de salvar, no lo haré. Nunca lo negaré». Y a su hermano: «Si me preguntan si soy sacerdote, solo puedo contestar afirmativamente, dado que tal pregunta no cabe una respuesta ambigua».

El día 15 de agosto, a las 4 de la tarde, se presentó un grupo de revolucionarios a hacer un registro en la pensión, y le preguntaron si era cura. Él contestó: «Sí, lo soy.» Fue detenido con los otros dos compañeros y los asesinaron a media noche en la calle de Ganduxer. Su cadáver, llevado al depósito del Hospital Clínico, presentaba heridas de arma de fuego en la cabeza.

Fusilaron a los otros de espaldas, a él le obligaron a estar de frente

Vicente (de San Luis Gonzaga) Soler y Munárriz, de 69 años y natural de Malón (Zaragoza), profesó como agustino en 1883 y se ordenó sacerdote en Manila en 1890. Fue apresado por los insurgentes independentistas hasta 1900. En 1906 volvió a España, donde en 1926 fue elegido prior general, aunque tras unos meses dimitió por sentirse indigno e incapaz, y se retiró a Motril (Granada), donde impulsó los talleres de Santa Rita, fundó el Círculo Católico y abrió una escuela nocturna. Estallada la revolución, en la ciudad -el día 21 predicó a sus compañeros animándoles al martirio- fueron asesinados cinco agustinos el 25 de julio y dos al día siguiente. El padre Vicente se refugió en casa de unos amigos, hasta ser descubierto y encarcelado el día 29. La noche del 14 de agosto lo sacaron con otros 18 compañeros de prisión y los llevaron a las tapias del cementerio, donde a la una de la madrugada los fusilaron. El padre Soler estaba el décimo de la fila y fue dando la absolución a sus compañeros conforme iban siendo fusilados. Los demás fueron fusilados de espaldas, pero a él se le obligó a volverse de frente a sus verdugos.

El agustino que celebraba misa y confesaba en Málaga a cientos de personas

Manuel Formigo Giráldez, de 41 años y natural de Pazos Hermos (Ourense), según los datos publicados por Jorge López Teulón, fue admitido en 1908 en el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, donde hizo los votos solemnes como agustino en 1914. Fue ordenado sacerdote en 1925. Enviado a Brasil en 1929, regresó al año siguiente por motivos de salud. En septiembre de 1935 fue trasladado a Málaga, donde ejerció diversos encargos. Tras el asalto del convento, se alojó en una fonda de la calle Madre de Dios y desplegó una intensa actividad apostólica con gran celo y libertad, comentando: «Después de todo, ¡qué es la vida! Si Dios quisiera que ganásemos el Cielo en poco tiempo y le diéramos la gloria que pide, ¡qué mayor felicidad!». Según Antonio Montero, es el único de los cuatro agustinos asesinados en Málaga que pudo realizar actos de culto: celebró misa a diario desde el 20 de julio en el colegio de la Sagrada Familia (Inmaculada Concepción, Camino Nuevo), distribuía la comunión por casas particulares y establecimientos, y confesaba, a veces a más de cien personas, según el testimonio de la madre Josefa Núñez, superiora del citado colegio. Las mujeres católicas le llevaban a sus padres, maridos, hermanos, novios o hijos, que en ocasiones hacía muchos años que no se confesaban. Desde principios de agosto, ejercía también en la clínica Gálvez, donde pasó la noche del 14, cuando estuvo rodeada por gente que quería asaltarla o quemarla. El 15 de agosto temprano celebró misa y salió hacia el colegio, al que nunca llegó. Su cadáver apareció tendido boca abajo, en la calle Victoria, sobre unos derribos.

El curita de 22 años acusado falsamente de amenazas con arma de fuego

Juan Mesonero Huerta, de 22 años y natural de Rágama (Salamanca), desempeñaba en El Hornillo (Ávila) su primer encargo como sacerdote. Algunas circunstancias de su muerte aparecen relatadas en el estado 1 de la localidad, que el alcalde y el secretario del ayuntamiento firmaron para la Causa General (legajo 1309, expediente 2, folios 53-54) el 1 de agosto de 1939: «No se sabe quiénes fueron los autores materiales del crimen porque este se cometió en el sitio denominado Pelayo del término municipal de Arenas de San Pedro, pero no cabe la menor duda de que la muerte de este mártir se fraguó entre los elementos del comité revolucionario y los directivos de la casa del pueblo de esta localidad», de los que citan a siete, asegurando «que apelando a la calumnia para justificar sus actos criminales y valiéndose como instrumento de un joven de quince años para que dijera que el Sr. cura le había amenazado con una pistola, le prendieron en la noche del día 15 de agosto de 1936, le ataron, le arrastraron y medio desnudo y descalzo le pasearon por algunas calles del pueblo hasta llevarle al cuarto correccional de la casa ayuntamiento, sembrando con ello y con su vocerío la alarma y el terror entre los habitantes pacíficos. Una vez preso, mandaron dos emisarios que llevaran la noticia al comité revolucionario de Arenas de San Pedro y este mandó una camioneta llena de milicianos, los que, después de maltratarle de palabra y de obra, le condujeron al sitio donde se consumó el crimen».

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