«Los mártires nos enseñan el camino»

El papa beatifica a 124 mártires frente a una multitud en el centro de Seúl

 

El papa Francisco celebró hoy una ceremonia de beatificación de 124 mártires coreanos en el centro de Seúl con la asistencia de cientos de miles de personas, en el principal evento de su tercer día de visita a Corea del Sur. El pontífice comenzó una misa a las 10.00 hora local (01.00 GMT) al aire libre en la emblemática plaza de Gwanghwamun para beatificar a los mártires, todos ellos de la primera generación de víctimas de la persecución religiosa en el país de los siglos XVIII y XIX.

16/08/14 10:03 AM


(EFE/InfoCatólica) «Los mártires nos enseñan el camino», apuntó Francisco durante su homilía y destacó que su legado contribuirá a promover la paz y los valores humanos en Corea del Sur y el resto del mundo.

El papa destacó además el carácter laico de los primeros católicos de Corea, donde a diferencia de otros países de Asia el evangelio no fue introducido por misioneros. «Su ejemplo tiene mucho que decirnos a nosotros, que vivimos en sociedades en las que, junto a inmensas riquezas, prospera silenciosamente la más denigrante pobreza; (...) y donde Cristo nos sigue llamando, pidiéndonos que le amemos y sirvamos tendiendo la mano a nuestros hermanos necesitados», aseguró el pontífice.

Es algo bastante «excepcional» que un papa se encargue de una ceremonia de beatificación in situ en el país de los mártires, ya que suelen celebrarse en el Vaticano, a cargo de un cardenal, destacó hoy un portavoz de la organización. Acompañaron a Jorge Mario Bergoglio en la celebración el arzobispo de Seúl, Yeom Soo-jeong, y el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado del Vaticano.

Frente a las autoridades religiosas, desplegados a lo largo de más de 500 metros desde el Ayuntamiento hasta el histórico palacio de Gyeongbok, se concentraban los 170.000 invitados a la ceremonia, aunque la policía preveía que hasta un millón de personas podría acudir hoy al centro de Seúl para ver al papa.

El centro de Seúl apareció completamente abarrotado horas antes de que comenzara la misa de beatificación y muchos de los asistentes pasaron la noche en los alrededores antes de someterse a unos exhaustivos controles de seguridad. Antes de la ceremonia, Francisco desfiló por la amplia avenida de Sejong-daero hasta la plaza de Gwanghwamun, donde se ha situado el altar provisional para la beatificación de los mártires.

Entre los invitados se encuentran unos 400 familiares de víctimas del naufragio del ferri Sewol, que desde hace semanas acampan en Gwanghwamun para protestar contra el Gobierno y exigir una investigación independiente. El pontífice, que un día más volvió a lucir en el pecho el lazo amarillo en solidaridad con las víctimas del naufragio, hizo en su camino a la ceremonia una breve parada frente a un grupo de familiares para saludarles y darles su pésame.

Francisco comenzó el día con una breve visita al Santuario de los Mártires de Seosomun, un lugar histórico en el centro de la capital donde se produjo el número de ejecuciones de los primeros católicos coreanos. El viaje de cinco días del líder de la Iglesia católica a Corea del Sur, que alberga a 5,4 millones de fieles de esta religión, se considera histórico al ser el primero de un papa al país en 25 años y la primera en dos décadas a Asia Oriental.


 

 

Homilía del Santo Padre Francisco en la Santa Misa con el Rito de beatificación de Paul Yun Ji-Chung y 123 compañeros mártires

 

«¿Quién nos separará del amor de Cristo?» (Rm 8,35).

Con estas palabras, san Pablo nos habla de la gloria de nuestra fe en Jesús: no sólo resucitó de entre los muertos y ascendió al cielo, sino que nos ha unido a él y nos ha hecho partícipes de su vida eterna. Cristo ha vencido y su victoria es la nuestra.

Hoy celebramos esta victoria en Pablo Yun Ji-chung y sus 123 compañeros. Sus nombres quedan unidos ahora a los de los santos mártires Andrés Kim Teagon, Pablo Chong Hasang y compañeros, a los que he venerado hace unos momentos. Vivieron y murieron por Cristo, y ahora reinan con él en la alegría y en la gloria. Con san Pablo, nos dicen que, en la muerte y resurrección de su Hijo, Dios nos ha concedido la victoria más grande de todas. En efecto, «ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rm 8,38-39).

La victoria de los mártires, su testimonio del poder del amor de Dios, sigue dando frutos hoy en Corea, en la Iglesia que sigue creciendo gracias a su sacrificio. La celebración del beato Pablo y compañeros nos ofrece la oportunidad de volver a los primeros momentos, a la infancia –por decirlo así– de la Iglesia en Corea. Los invita a ustedes, católicos de Corea, a recordar las grandezas que Dios ha hecho en esta tierra, y a custodiar como un tesoro el legado de fe y caridad confiado a ustedes por sus antepasados.

En la misteriosa providencia de Dios, la fe cristiana no llegó a las costas de Corea a través de los misioneros; sino que entró por el corazón y la mente de los propios coreanos. En efecto, fue suscitada por la curiosidad intelectual, por la búsqueda de la verdad religiosa. Tras un encuentro inicial con el Evangelio, los primeros cristianos coreanos abrieron su mente a Jesús. Querían saber más acerca de este Cristo que sufrió, murió y resucitó de entre los muertos. El conocimiento de Jesús pronto dio lugar a un encuentro con el Señor mismo, a los primeros bautismos, al deseo de una vida sacramental y eclesial plena y al comienzo de un compromiso misionero. También dio como fruto comunidades que se inspiraban en la Iglesia primitiva, en la que los creyentes eran verdaderamente un solo corazón y una sola mente, sin dejarse llevar por las diferencias sociales tradicionales, y teniendo todo en común (cf. Hch 4,32).

Esta historia nos habla de la importancia, la dignidad y la belleza de la vocación de los laicos. Saludo a los numerosos fieles laicos aquí presentes, y en particular a las familias cristianas, que día a día, con su ejemplo, educan a los jóvenes en la fe y en el amor reconciliador de Cristo. También saludo de manera especial a los numerosos sacerdotes que hoy están con nosotros; con su generoso ministerio transmiten el rico patrimonio de fe cultivado por las pasadas generaciones de católicos coreanos.

El Evangelio de hoy contiene un mensaje importante para todos nosotros. Jesús pide al Padre que nos consagre en la verdad y nos proteja del mundo.

Es significativo, ante todo, que Jesús pida al Padre que nos consagre y proteja, pero no que nos aparte del mundo. Sabemos que él envía a sus discípulos para que sean fermento de santidad y verdad en el mundo: la sal de la tierra, la luz del mundo. En esto, los mártires nos muestran el camino.

Poco después de que las primeras semillas de la fe fueran plantadas en esta tierra, los mártires y la comunidad cristiana tuvieron que elegir entre seguir a Jesús o al mundo. Habían escuchado la advertencia del Señor de que el mundo los odiaría por su causa (cf. Jn 17,14); sabían el precio de ser discípulos. Para muchos, esto significó persecución y, más tarde, la fuga a las montañas, donde formaron aldeas católicas. Estaban dispuestos a grandes sacrificios y a despojarse de todo lo que pudiera apartarles de Cristo –pertenencias y tierras, prestigio y honor–, porque sabían que sólo Cristo era su verdadero tesoro.

En nuestros días, muchas veces vemos cómo el mundo cuestiona nuestra fe, y de múltiples maneras se nos pide entrar en componendas con la fe, diluir las exigencias radicales del Evangelio y acomodarnos al espíritu de nuestro tiempo. Sin embargo, los mártires nos invitan a poner a Cristo por encima de todo y a ver todo lo demás en relación con él y con su Reino eterno. Nos hacen preguntarnos si hay algo por lo que estaríamos dispuestos a morir.

Además, el ejemplo de los mártires nos enseña también la importancia de la caridad en la vida de fe. La autenticidad de su testimonio de Cristo, expresada en la aceptación de la igual dignidad de todos los bautizados, fue lo que les llevó a una forma de vida fraterna que cuestionaba las rígidas estructuras sociales de su época. Fue su negativa a separar el doble mandamiento del amor a Dios y amor al prójimo lo que les llevó a una solicitud tan fuerte por las necesidades de los hermanos. Su ejemplo tiene mucho que decirnos a nosotros, que vivimos en sociedades en las que, junto a inmensas riquezas, prospera silenciosamente la más denigrante pobreza; donde rara vez se escucha el grito de los pobres; y donde Cristo nos sigue llamando, pidiéndonos que le amemos y sirvamos tendiendo la mano a nuestros hermanos necesitados.

Si seguimos el ejemplo de los mártires y creemos en la palabra del Señor, entonces comprenderemos la libertad sublime y la alegría con la que afrontaron su muerte. Veremos, además, cómo la celebración de hoy incluye también a los innumerables mártires anónimos, en este país y en todo el mundo, que, especialmente en el siglo pasado, han dado su vida por Cristo o han sufrido lacerantes persecuciones por su nombre.

Hoy es un día de gran regocijo para todos los coreanos. El legado del beato Pablo Yun Ji-chung y compañeros –su rectitud en la búsqueda de la verdad, su fidelidad a los más altos principios de la religión que abrazaron, así como su testimonio de caridad y solidaridad para con todos– es parte de la rica historia del pueblo coreano. La herencia de los mártires puede inspirar a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a trabajar en armonía por una sociedad más justa, libre y reconciliada, contribuyendo así a la paz y a la defensa de los valores auténticamente humanos en este país y en el mundo entero.

Que la intercesión de los mártires coreanos, en unión con la de Nuestra Señora, Madre de la Iglesia, nos alcance la gracia de la perseverancia en la fe y en toda obra buena, en la santidad y la pureza de corazón, y en el celo apostólico de dar testimonio de Jesús en este querido país, en toda Asia, y hasta los confines de la tierra. Amén.