17.08.14

 

No hay que ser especialmente espabilado para sacar en conclusión de la liturgia de la Palabra de hoy que Dios no es un Dios que se ciña a un pueblo, una lengua, raza o idioma. Dios es para todos. Cristo es para todos, la Iglesia es católica, universal, a nadie se le puede negar la gracia de la salvación en razón de su peculiaridad personal.

Tampoco hace falta ser un lince para comprender que ser seguidor de Cristo en la Iglesia católica no exige absoluta uniformidad en todos y cada uno de los aspectos de la vida cristiana. En esto las órdenes y congregaciones religiosas son modelo y muestras de lo que es vivir la unidad de la fe en los distintos carismas que el espíritu suscita.

Católicos hay que viven de manera especial la urgencia de la entrega a los pobres. Otros hacen especial hincapié en la oración y la liturgia. Estos se deleitan en el estudio y exposición de la Sagrada Escritura. Aquellos descubren y propagan de manera especial la devoción a la Virgen. Cuestión de matices, que enriquecen y hacen sentir mejor la comunión eclesial a la vez que ayudan a completar y vivir en la práctica todo el tesoro de la vida cristiana.

No estoy diciendo que unos recen y otros no, estos celebran los sacramentos y esos otros solo se dedican a atender a los pobres. Cada cristiano, cada comunidad, no pueden existir sin oración y vida sacramental, sin una vida que intenta ser coherente con el mensaje recibido, sin sentir en la propia carne la urgencia de anunciar el evangelio, sin saberse hermano de todos y especialmente de los pobres. Eso sí, unos dedican más tiempo a la oración, otros a los desvalidos y otros a rezar a la Virgen. Todos cabemos en la Iglesia. Todos nos enriquecemos como Iglesia.

Todos… mientras nos movamos en unos límites mínimos. Es que me lo estoy viendo hoy en mil predicaciones: todos cabemos y todos pa dentro como sea. Pues no, ni todos cabemos ni conviene que todos pa dentro como sea.

Cabemos mientras nos mantengamos en la unidad de la fe. Porque claro, si alguien no afirma con claridad la divinidad de Cristo, o duda de su resurrección, pues estamos en otra onda y no podemos ni entendernos ni ser comunidad. Si no admitimos la Eucaristía como sacrificio redentor de Cristo y dudamos de la transustanciación, pues apaga y vámonos. Si el magisterio de la Iglesia es algo meramente opinable cuando no condenable por principio, pues mire, ni a recoger una herencia.

Uno se puede entender como Iglesia con la Legión de María, el Opus Dei, el Camino Neocatecumenal, los Carismáticos, los grupos de Vida Creciente, el Apostolado de la Oración, la Acción Católica, la Cofradía A, la Pía Unión B o el Movimiento Cultural Cristiano, por poner algunos ejemplos de entre todas las asociaciones de fieles que recoge la guía de la archidiócesis de Madrid.

Lo que no puede ser es pretender estar en el mismo saco con gente que niega verdades fundamentales de fe, se cisca en la doctrina de la Iglesia y se pone por montera la moral y la disciplina a la vez que se pasa por el arco de sus caprichos el magisterio de la Iglesia, incluyendo un concilio ecuménico. Pues no, nos queremos mucho, nos respetamos, no dudo de que sean gente fenomenal y que me dan cien vueltas en muchas cosas, pero no cabemos en el mismo costal. No por nada, sino porque este es un costal de alubias y no admite lentejas.

Ahora me vendrá alguien diciendo que si yo me voy a convertir en el inquisidor mayor que decide quien es miembro de la Iglesia o no. Dios me libre. Doctores tiene la Santa Madre Iglesia y catecismo y doctrina para saber de qué vamos. Tampoco hace falta ser un lumbrera para comprender que si uno no afirma la divinidad de Cristo no es cristiano. Tampoco me vale que me digan que lo importante es ser buena persona, que ya saben lo de aquella mujer: era tan buena y quería tanto a su hijo que prefirió abortar y privarse de él antes de que naciera con una probable discapacidad.