Intensa jornada

Tercer día de la visita del Santo Padre a Corea

 

El P. Federico Lombardi, portavoz de la Santa Sede, señaló que el Papa Francisco está «en muy buena forma y lleno de entusiasmo» en su primera e histórica visita a Corea del Sur. Ha podido comprobar, no solo que el Papa está con un «maravilloso estado de salud» sino que también «está en muy buena forma y lleno de entusiasmo». Con una apretada agenda transcurre este tercer día.

16/08/14 7:33 PM


(Agencias/InfoCatólica) El papa Francisco visitó hoy un centro de discapacitados donde tuvo un encuentro con los líderes del apostolado laical. Visitó así mismo un cementerio de niños abortados y tuvo un encuentro con las comunidades religiosas en la tercera jornada de su viaje a Corea del Sur.

Visita a la comunidad de Kkottongnae y encuentro con los líderes del apostolado laical

La comunidad de Kkottongnae es una congregación religiosa local que promueve el servicio a los más pobres, los enfermos y discapacitado y fomenta «la práctica del verdadero amor» en un espíritu similar al que impulsó la madre Teresa de Calcuta. El Papa ingresó en la «Casa de la Esperanza» con los pies descalzos, en señal de respeto. Se detuvo a rezar en la capilla del lugar, y luego fue al encuentro de los enfermos. Allí, después de algunos cantos y pequeños regalos que le hicieron, se detuvo a acariciar con ternura a cada uno de ellos y les impartió su bendición. Luego donó al centro un mosaico que representa el misterio de la Natividad.

El Papa Francisco reiteró la importancia de los laicos en la misión evangelizadora de la Iglesia y los invitó a poner sus dones al servicio de las familias y de la promoción humana trabajando de la mano con los pastores. Así lo expresó durante el encuentro con los líderes del apostolado laical, realizado en el Centro de Espiritualidad de Kkottongnae y donde recordó el papel de los laicos en la evangelización de la península.

«La familia sigue siendo la célula básica de la sociedad y la primera escuela en la que los niños aprenden los valores humanos, espirituales y morales que los hacen capaces de ser faros de bondad, de integridad y de justicia en nuestras comunidades», ha asegurado el Santo Padre en su discurso, en el que ha recordado que, «en una época de crisis de la vida familiar, nuestras comunidades cristianas están llamadas a ayudar a los esposos cristianos y a las familias a cumplir su misión en la vida de la Iglesia y de la sociedad».

El papa Francisco también se ha referido a la Iglesia en Corea que, como ha recordado, «ha heredado la fe de generaciones de laicos que perseveraron en el amor a Jesucristo y en la comunión con la Iglesia, a pesar de la escasez de sacerdotes y de la amenaza de graves persecuciones», en alusión al beato Pablo Yun Ji-chung y a los otros 123 mártires que han sido beatificados esta mañana, que constituyen «un capítulo extraordinario de esta historia» pues, como ha subrayado, dieron «testimonio de la fe no sólo con los tormentos y la muerte, sino también con su vida de afectuosa solidaridad de unos con otros en las comunidades cristianas».

Por todo ello, ha afirmado que «este precioso legado sigue vivo en sus obras actuales de fe, de caridad y de servicio» y ha destacado que la Iglesia «tiene necesidad del testimonio creíble de los laicos sobre la verdad salvífica del Evangelio, su poder para purificar y trasformar el corazón, y su fecundidad para edificar la familia humana en unidad, justicia y paz».

El Papa ha mencionado también los dones y apostolados de los laicos, quienes «todo lo que hacen contribuye a la promoción de la misión de la Iglesia». En este punto, ha recordado a los primeros cristianos coreanos y ha hecho alusión a la labor «de las numerosas asociaciones que se ocupan directamente de la atención a los pobres y necesitados».

«Quiero manifestar mi profundo agradecimiento a cuantos, con su trabajo y su testimonio, llevan la presencia consoladora del Señor a los que viven en las periferias de nuestra sociedad. Esta tarea no se puede limitar a la asistencia caritativa, sino que debe extenderse también a la consecución del crecimiento humano. Asistir a los pobres es bueno y necesario, pero no basta. Los animo a multiplicar sus esfuerzos en el ámbito de la promoción humana, de modo que todo hombre y mujer llegue a conocer la alegría que viene de la dignidad de ganar el pan de cada día y de sostener a su propia familia», ha detallado.

Asimismo, ha reconocido «la valiosa contribución de las mujeres católicas coreanas a la vida y la misión de la Iglesia en este país como madres de familia, como catequistas y maestras y de tantas otras formas», así como el testimonio dado por las familias cristianas.

Por todo ello, ha pedido a los asistentes que «sigan promoviendo en sus comunidades una formación cada vez más completa de los fieles laicos, mediante la catequesis continua y la dirección espiritual», además de insistir en que esta colaboración es «esencial, puesto que el futuro de la Iglesia en Corea, como en toda Asia, dependerá en gran medida del desarrollo de una visión eclesiológica basada en una espiritualidad de comunión, de participación y de poner en común los dones».

Discurso del Papa Francisco a los líderes del apostolado laical en Corea del Sur

Queridos hermanos y hermanas:

Me alegro de tener la oportunidad de encontrarme con ustedes, que representan las diversas manifestaciones del floreciente apostolado de los laicos en Corea. Agradezco al Presidente del Consejo del Apostolado Seglar Católico, el señor Paul Kwon Kil-joog, sus amables palabras de bienvenida en nombre de todos.

La Iglesia en Corea, como todos sabemos, ha heredado la fe de generaciones de laicos que perseveraron en el amor a Jesucristo y en la comunión con la Iglesia, a pesar de la escasez de sacerdotes y de la amenaza de graves persecuciones. El beato Pablo Yun Ji-chung y los mártires que hoy han sido beatificados constituyen un capítulo extraordinario de esta historia. Dieron testimonio de la fe no sólo con los tormentos y la muerte, sino también con su vida de afectuosa solidaridad de unos con otros en las comunidades cristianas, que se distinguían por una caridad ejemplar.

Este precioso legado sigue vivo en sus obras actuales de fe, de caridad y de servicio. Hoy, como siempre, la Iglesia tiene necesidad del testimonio creíble de los laicos sobre la verdad salvífica del Evangelio, su poder para purificar y trasformar el corazón, y su fecundidad para edificar la familia humana en unidad, justicia y paz. Sabemos que no hay más que una misión en la Iglesia de Dios, y que todo bautizado tiene un puesto vital en ella. Sus dones como hombres y mujeres laicos son múltiples y sus apostolados variados, y todo lo que hacen contribuye a la promoción de la misión de la Iglesia, asegurando que el orden temporal esté informado y perfeccionado por el Espíritu de Cristo y ordenado a la venida de su Reino.

De modo particular, me gustaría reconocer la labor de las numerosas asociaciones que se ocupan directamente de la atención a los pobres y necesitados. Como demuestra el ejemplo de los primeros cristianos coreanos, la fecundidad de la fe se expresa en la práctica de la solidaridad con nuestros hermanos y hermanas, independientemente de su cultura o condición social, ya que en Cristo «no hay judío ni griego» (Ga 3,28). Quiero manifestar mi profundo agradecimiento a cuantos, con su trabajo y su testimonio, llevan la presencia consoladora del Señor a los que viven en las periferias de nuestra sociedad. Esta tarea no se puede limitar a la asistencia caritativa, sino que debe extenderse también a la consecución del crecimiento humano. Asistir a los pobres es bueno y necesario, pero no basta. Los animo a multiplicar sus esfuerzos en el ámbito de la promoción humana, de modo que todo hombre y mujer llegue a conocer la alegría que viene de la dignidad de ganar el pan de cada día y de sostener a su propia familia.

También quiero reconocer la valiosa contribución de las mujeres católicas coreanas a la vida y la misión de la Iglesia en este país como madres de familia, como catequistas y maestras y de tantas otras formas. Asimismo, no puedo dejar de destacar la importancia del testimonio dado por las familias cristianas. En una época de crisis de la vida familiar, nuestras comunidades cristianas están llamadas a ayudar a los esposos cristianos y a las familias a cumplir su misión en la vida de la Iglesia y de la sociedad. La familia sigue siendo la célula básica de la sociedad y la primera escuela en la que los niños aprenden los valores humanos, espirituales y morales que los hacen capaces de ser faros de bondad, de integridad y de justicia en nuestras comunidades.

Queridos hermanos, cualquiera que sea su colaboración con la misión de la Iglesia, les pido que sigan promoviendo en sus comunidades una formación cada vez más completa de los fieles laicos, mediante la catequesis continua y la dirección espiritual. Les pido que todo lo hagan en completa armonía de mente y corazón con sus pastores, intentando poner sus intuiciones, talentos y carismas al servicio del crecimiento de la Iglesia en unidad y en espíritu misionero. Su colaboración es esencial, puesto que el futuro de la Iglesia en Corea, como en toda Asia, dependerá en gran medida del desarrollo de una visión eclesiológica basada en una espiritualidad de comunión, de participación y de poner en común los dones (cf. Ecclesia in Asia, 45).

Una vez más les expreso mi gratitud por todo lo que hacen para la edificación de la Iglesia en Corea en santidad y celo. Que encuentren constante inspiración y fuerza para su apostolado en el Sacrificio eucarístico, que comunica y alimenta «el amor a Dios y a los hombres, alma de todo apostolado» (Lumen gentium, 33). Para ustedes, sus familias y cuantos participan en las obras corporales y espirituales de sus parroquias, de las asociaciones y de los movimientos, imploro la alegría y la paz del Señor Jesucristo y la solícita protección de María, nuestra Madre.

 

Papa Francisco reza ante el «Jardín de los niños abortados» en Corea

Luego de despedirse de las personas con las que compartió la visita de unos 40 minutos en la Casa de la Esperanza en Kkotognae y antes de encontrarse con los religiosos de Corea, el Papa Francisco se detuvo unos minutos para rezar ante el llamado «Jardín de los Niños Abortados».

El Santo Padre bajó del papamóvil en el que se transportaba para rezar unos minutos en este lugar, acompañado por un Obispo coreano y por el sacerdote que lo está acompañando en esta visita para ayudarlo con la interpretación del idioma local. Con las manos juntas sobre el pecho, el Papa Francisco rezó en silencio ante este lugar en el que hay una gran cantidad de cruces blancas y en donde se aprecia una bella imagen de la Sagrada Familia, también de color blanco.

Kim Doh Woo, profesor de la «Escuela del amor» de Kottongnae, explicó que «en este lugar rezamos por los bebés, por los bebés que fueron asesinados por sus padres por medio del aborto». «Muchas personas visitan este lugar y rezan por su bebé o por los bebés de otros. Esta cruz no es una tumba pero representa el alma de un bebé, así que uno puede rezarle a ellos porque ellos van al cielo. Entonces este es un lugar de oración».

Luego de rezar en este lugar, el Santo Padre se dirigió a la «Escuela del amor» de Kkotognae para encontrarse con miles de religiosos y religiosas de Corea del Sur.

Encuentro con las comunidades religiosas de Corea

El Papa ha reconocido que la vida en comunidad «no siempre es fácil pero es un campo de entrenamiento providencial para el corazón» con el fin de crecer «en la misericordia, la paciencia y la caridad perfecta», durante el encuentro que ha mantenido con las comunidades religiosas de Corea en el Training Centre ‘School of Love’.

En su discurso, el Pontífice ha destacado «la gran variedad de carismas y actividades apostólicas que ustedes representan» lo que, a su juicio, «enriquece maravillosamente la vida de la Iglesia en Corea y más allá», al tiempo que ha reflexionado sobre la importancia de la alegría, «un don que se nutre de una vida de oración, de la meditación de la Palabra de Dios, de la celebración de los sacramentos y de la vida en comunidad».

«Sólo si nuestro testimonio es alegre, atraeremos a los hombres y mujeres a Cristo», ha asegurado el Santo Padre. «Cuando éstas faltan, surgirán debilidades y dificultades que oscurecerán la alegría que sentíamos tan dentro al comienzo de nuestro camino», ha relatado el Pontífice, que también ha destacado la vida en comunidad que, como ha reconocido saber por experiencia, «no siempre es fácil pero es un campo de entrenamiento providencial para el corazón».

«Es poco realista no esperar conflictos: surgirán malentendidos y habrá que afrontarlos. Pero, a pesar de estas dificultades, es en la vida comunitaria donde estamos llamados a crecer en la misericordia, la paciencia y la caridad perfecta», ha indicado.

En palabras de Francisco, «la experiencia de la misericordia de Dios, alimentada por la oración y la comunidad, debe dar forma a todo lo que ustedes son, a todo lo que hacen». En este punto, ha asegurado que «su castidad, pobreza y obediencia serán un testimonio gozoso del amor de Dios en la medida en que permanezcan firmes sobre la roca de su misericordia».

En el caso de la obediencia, ha abogado por «una obediencia madura y generosa», que «requiere unirse con la oración a Cristo, mientras que «la castidad expresa la entrega exclusiva al amor de Dios, que es la ‘roca de mi corazón’». «Todos sabemos lo exigente que es esto, y el compromiso personal que comporta. Las tentaciones en este campo requieren humilde confianza en Dios, vigilancia y perseverancia», ha afirmado.

Por último, en alusión a la pobreza, ha recordado que Cristo «se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza» y ha hecho hincapié en «la necesidad de evitar todo aquello que pueda distraerles y causar desconcierto y escándalo a los demás». «En la vida consagrada, la pobreza es a la vez un muro y una madre. Un muro porque protege la vida consagrada, y una madre porque la ayuda a crecer y la guía por el justo camino. La hipocresía de los hombres y mujeres consagrados que profesan el voto de pobreza y, sin embargo, viven como ricos, daña el alma de los fieles y perjudica a la Iglesia», ha reconocido.

Por todo ello, ha pedido a los presentes que «hagan todo lo que puedan para demostrar que la vida consagrada es un don precioso para la Iglesia y para el mundo». «No lo guarden para ustedes mismos; compártanlo, llevando a Cristo a todos los rincones de este querido país. Dejen que su alegría siga manifestándose en sus desvelos por atraer y cultivar las vocaciones, reconociendo que todos ustedes tienen parte en la formación de los consagrados y consagradas del mañana».

 

Discurso del Papa Francisco a la Vida Consagrada en Corea

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Saludo a todos con afecto en el Señor. Es bello estar hoy con ustedes y compartir este momento de comunión. La gran variedad de carismas y actividades apostólicas que ustedes representan enriquece maravillosamente la vida de la Iglesia en Corea y más allá. En este marco de la celebración de las Vísperas, en la que hemos cantado – ¡deberíamos haber cantado! – las alabanzas de la bondad de Dios, agradezco a ustedes, y a todos sus hermanos y hermanas, sus desvelos por construir el Reino de Dios. Doy las gracias al Padre Hwang Seok-mo y a Sor Escolástica Lee Kwang-ok, Presidentes de las conferencias coreanas.

Las palabras del Salmo –«Se consumen mi corazón y mi carne, pero Dios es la roca de mi corazón y mi lote perpetuo» (Sal 73,26)– nos invitan a reflexionar sobre nuestra vida. El salmista manifiesta gozosa confianza en Dios. Todos sabemos que, aunque la alegría no se expresa de la misma manera en todos los momentos de la vida, especialmente en los de gran dificultad, «siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado» (Evangelii gaudium, 6). La firme certeza de ser amados por Dios está en el centro de su vocación: ser para los demás un signo tangible de la presencia del Reino de Dios, un anticipo del júbilo eterno del cielo. Sólo si nuestro testimonio es alegre, atraeremos a los hombres y mujeres a Cristo. Y esta alegría es un don que se nutre de una vida de oración, de la meditación de la Palabra de Dios, de la celebración de los sacramentos y de la vida en comunidad. Muy importante. Cuando éstas faltan, surgirán debilidades y dificultades que oscurecerán la alegría que sentíamos tan dentro al comienzo de nuestro camino.

La experiencia de la misericordia de Dios, alimentada por la oración y la comunidad, debe dar forma a todo lo que ustedes son, a todo lo que hacen. Su castidad, pobreza y obediencia serán un testimonio gozoso del amor de Dios en la medida en que permanezcan firmes sobre la roca de su misericordia. Aquella es la roca. Éste es ciertamente el caso de la obediencia religiosa. Una obediencia madura y generosa requiere unirse con la oración a Cristo, que, tomando forma de siervo, aprendió la obediencia por sus padecimientos (cf. Perfectae caritatis, 14). No hay atajos: Dios desea nuestro corazón por completo, y esto significa que debemos «desprendernos» y «salir de nosotros mismos» cada vez más.

Una experiencia viva de la diligente misericordia del Señor sostiene también el deseo de llegar a esa perfección de la caridad que nace de la pureza de corazón. La castidad expresa la entrega exclusiva al amor de Dios, que es la «roca de mi corazón». Todos sabemos lo exigente que es esto, y el compromiso personal que comporta. Las tentaciones en este campo requieren humilde confianza en Dios, vigilancia y perseverancia y apertura del corazón al hermano sabio o a la hermana sabia, que el Señor pone en nuestro camino.

Mediante el consejo evangélico de la pobreza, ustedes podrán reconocer la misericordia de Dios, no sólo como una fuente de fortaleza, sino también como un tesoro. Parece contradictorio, pero ser pobres significa encontrar un tesoro. Incluso cuando estamos cansados, podemos ofrecer nuestros corazones agobiados por el pecado y la debilidad; en los momentos en que nos sentimos más indefensos, podemos alcanzar a

Cristo, que se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8,9). Esta necesidad fundamental de ser perdonados y sanados es en sí misma una forma de pobreza que nunca debemos olvidar, no obstante los progresos que hagamos en la virtud. También debe manifestarse concretamente en el estilo de vida, personal y comunitario. Pienso, en particular, en la necesidad de evitar todo aquello que pueda distraerles y causar desconcierto y escándalo a los demás. En la vida consagrada, la pobreza es a la vez un «muro» y una «madre». Un «muro» porque protege la vida consagrada, y una «madre» porque la ayuda a crecer y la guía por el justo camino. La hipocresía de los hombres y mujeres consagrados que profesan el voto de pobreza y, sin embargo, viven como ricos, daña el alma de los fieles y perjudica a la Iglesia. Piensen también en lo peligrosa que es la tentación de adoptar una mentalidad puramente funcional, mundana, que induce a poner nuestra esperanza únicamente en los medios humanos y destruye el testimonio de la pobreza, que Nuestro Señor Jesucristo vivió y nos enseñó. Y agradezco, sobre este punto, al padre presidente y a la hermana presidente de los religiosos, porque han hablado, justamente, sobre el peligro que representan la globalización y el consumismo para la vida de la pobreza religiosa. Gracias.

Queridos hermanos y hermanas, con gran humildad, hagan todo lo que puedan para demostrar que la vida consagrada es un don precioso para la Iglesia y para el mundo. No lo guarden para ustedes mismos; compártanlo, llevando a Cristo a todos los rincones de este querido país. Dejen que su alegría siga manifestándose en sus desvelos por atraer y cultivar las vocaciones, reconociendo que todos ustedes tienen parte en la formación de los consagrados y consagradas, aquellos que vendrán después de ustedes mañana. Tanto si se dedican a la contemplación o a la vida apostólica, sean celosos en su amor a la Iglesia en Corea y en su deseo de contribuir, mediante el propio carisma, a su misión de anunciar el Evangelio y edificar al Pueblo de Dios en unidad, santidad y amor.

Encomiendo a todos ustedes, de manera especial a los ancianos y enfermos de sus comunidades – también un saludo especial del corazón para ellos – los confío a los cuidados amorosos de María, Madre de la Iglesia, y les doy de corazón la bendición.

Los bendiga Dios Omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo.