17.08.14

Quería decir misa y visitar hospitales como si no hubiera persecución


Entre las personas asesinadas el lunes 17 de agosto de 1936 han sido beatificadas 14: siete hermanos y un sacerdote hospitalarios de Málaga; tres sacerdotes seculares -Josep Mañé, Miquel Rué y Magín Civit- en Tarragona; un religioso y un sacerdote capuchinos en Madrid, más un escolapio -Enrique (de los Sagrados Corazones) Canadell Quintana- en Girona.

Era “incapaz de hacer mal a nadie", pero no respondió lo que querían

Los capuchinos Facundo Escanciano Tejerina (fray Aurelio de Ocejo) y Eugenio Sanz-Orozco Mortera (padre José María de Manila), ambos de 55 años y naturales de la localidad leonesa y la capital filipina que llevaban en sus respectivos nombres, fueron asesinados ese mismo día. Fray Aurelio era uno de los mayores en una familia de 13 hermanos. Ingresó en la orden con 28 años y trabajó en la administración y difusión de El Mensajero Seráfico, cuya tirada era de 19.000 ejemplares. Tras pasar un tiempo con dos familias, resolvió ir en busca de unos parientes en las afueras de Madrid, y en esas lo detuvieron. Por la tarde, un miliciano del «Radio Comunista, sector sur del Puente de Toledo» fue a la casa donde se alojaba a recoger sus enseres, y ante la insistencia de esas personas en que «no le vayan ustedes a hacer nada; es un hombre bueno, un infeliz, incapaz de hacer mal a nadie», contestó el miliciano que «todo depende de que conteste sí o no a la pregunta que se le ha hecho». El mismo día apareció su cadáver en la carretera de Andalucía y fue llevado al depósito judicial.

Su ilusión era celebrar misa y visitar enfermos, ignorando la persecución

El padre José María de Manila (beatificado en 2013 como fray Aurelio, esta imagen suya se venera en una parroquia filipina) se hizo capuchino en Manresa en 1904 y se ordenó sacerdote en 1910. En 1919 pasó a petición propia de Cataluña a Castilla. El 20 de julio de 1936 encontró un buen lugar donde acogerse, pero lo dejó para ir al que le había señalado el superior del convento, y donde, según Crisóstomo de Bustamante, «toda su ilusión era poder celebrar el santo sacrificio de la misa, e ir a los hospitales para asistir a los enfermos, ignorando por completo la terrible realidad de la persecución religiosa». El 16 de agosto tuvo que abandonar la portería en que vivía, porque se había corrido la voz en el vecindario de que escondían un fraile. Al poco de llegar al domicilio de unos familiares en la calle Alfonso XII, llegaron unos milicianos que le iban siguiendo y que se lo llevaron a la checa de Bellas Artes, donde el portero que le acompañaba vio que «respondía con serenidad y con energía a las preguntas que le hacían». Al día siguiente fue conducido a los jardines del Cuartel de la Montaña, donde lo mataron y desde ahí llevaron el cadáver al depósito.

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