17.08.14

Ora sin cesar

A las 11:11 AM, por Luis Fernando
Categorías : Espiritualidad cristiana

 

¿Estudias la Biblia? ¿meditas en ella a la luz del Espíritu Santo y bajo la autoridad del Magisterio? Haces bien.

¿Vas a Misa los domingos y días de precepto? ¿te confiesas cuando debes? ¿tomas la Eucaristía como verdadero alimento del alma? Haces bien.

¿Procuras llevar a cabo con alegría las buenas obras que Dios preparó de antemano para que hicieras un vez fueras justificado por la gracia y por la fe en el Salvador? ¿Anhelas vivir más en el espíritu en vez de en la carne? Haces bien.

Y si todo eso haces, debes saber que lo haces porque Dios obra en tu alma para que así obres. De manera que no te envanezcas pensado que eres lo suficientemente bueno por ti mismo como para agradar al Señor, pues nada tienes que no se te haya concedido primero y en nada puedes agradarle si Él no te transformara a imagen y semejanza de Cristo.

Mas hay algo que supera sobremanera todo esas cosas que acabo de escribir. Es algo en lo que no muchos nos fijamos cuando leemos el evangelio. Se trata de algo que Cristo hacía con frecuencia.

A la mañana, mucho antes de amanecer, se levantó, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba.
(Mc 1,35)

…pero El se retiraba a lugares solitarios y se daba a la oración.
(Luc 5,16)

Podría citar más versículos, pero con esos basta. Ahí lo tenéis. Él, Hijo de Dios, Dios encarnado, gustaba de retirarse para orar al Padre. Si era increíble ver a Cristo obrando milagros, cuánto más sería verle orar.

¿Y por qué rezaba? ¿Acaso Él, siendo Dios, necesitaba pedir algo al Padre? Se me ocurre una respuesta: rezada al Padre porque le amaba. Y la oración es comunión. En la oración se produce petición, gratitud, alabanza, adoración, imprecación, relación paterno-filial, guía, consuelo, dirección, intercesión, etc.

Orad sin cesar” (1 Tim 5,17) nos exhorta san Pablo. Es en la oración cuando estamos más cerca de Dios. Y solo estando cerca de Dios podemos disfrutar sin límites de su presencia. No pretendas llevar una vida cristiana sin ponerte en manos del Señor a través de la oración. No tomes decisiones, grandes o pequeñas, sin abrir antes tu alma a la voluntad de Dios por medio de la oración. No pretendas obtener gracias de lo alto sin acudir al que todo lo obra para tu bien y el de los tuyos. No creas que podrás santificarte más sin la fuerza de la oración.

Y no desesperes si a veces te sientes seco y no sabes cómo orar. Aparte de la oración que Cristo nos enseñó, la Iglesia, su Cuerpo, ha producido infinidad de oraciones que son oasis en medio de la sequedad de un alma que cruza por el desierto. Poco te cuesta acudir a la Liturgia de las Horas para saltar sobre el abismo de un día triste y desconsolado. Deja que la Iglesia, como Madre, te ayude a llegar al Padre. Y no olvides que en nuestra Madre del cielo tenemos la nueva arca de la alianza de cuyo seno se nos da el Redentor. Guía segura para alcanzar al Hijo que nos lleva al Padre.

Es precisamente el Hijo quien nos enseña a orar y a quien debemos contemplar en la oración. Como dice el Salmo 33 “contemplad al Señor y quedaréis radiantes“. Quien contempla a Jesús en el Espíritu Santo, contempla al Padre. “Quien me ve a mí, ve al Padre“. Es Él, no nuestros propios esfuerzos, quien nos introduce en la comunión con el Dios trino. Él es “el camino", también en la oración.

Tanto rezas, tanto amas a Dios. Tanto te ama Dios, que te sale a tu encuentro en la oración para curarte las heridas, escuchar tus lamentos y peticiones, recibir tu gratitud por las cosas que te concede y es testigo de tu amor a aquellos por los que intercedes.

Lee la Escritura, acude con frecuencia a Misa, recibe los sacramentos. Pero sobre todo, reza, ora, clama, encuéntrate con Dios.

Luis Fernando Pérez Bustamante