20.08.14

 

Hoy, 20 de agosto, se celebra el centenario de la muerte de San Pío X y mañana, 21 de agosto, es la memoria litúrgica del santo (porque el día 20 ya estaba “ocupado” por San Bernardo). Para conmemorar este aniversario, la editorial Vita Brevis está preparando la traducción y publicación de “San Pío X. El Papa Sarto, un papa Santo”, una vida de este papa, escrita por F.A. Forbes, una religiosa del Sagrado Corazón contemporánea del papa y autora de múltiples biografías de otros santos. El libro ha sido traducido por Urko de Azumendi, historiador, miembro de Familia y Vida y uno de los candidatos por Impulso Social en las últimas elecciones europeas.

Como me ha tocado a mí hacer la revisión editorial de la obra (que se publicará en noviembre), estoy disfrutando bastante de la historia de este Papa. Para entender bien la importancia de su canonización, hay que tener en cuenta que el último papa en ser canonizado había vivido más de trescientos años antes que él (San Pío V, en el siglo XVI). Eso nos puede dar una idea de de lo excepcional de su figura.

Giuseppe Sarto venía de una familia humilde y sabía perfectamente lo que era la penuria, el pasar frío y el depender de la caridad de otros. Quizá por eso, mantuvo toda su vida, incluso siendo obispo y papa, la costumbre de vivir austeramente y emplear su dinero en ayudar siempre que podía a los que no tenían nada, hasta quedarse también él sin nada. Así lo muestra, por ejemplo, esta anécdota de su tiempo como Patriarca de Venecia:

-¡Cómo cambian los tiempos! -le decía un amigo que había ido a visitarlo, viendo que el cardenal sacaba de su bolsillo un hermoso reloj de oro- ¿Recuerda aquel otro, de plata, que allá en Tómbolo [donde había sido vicario parroquial], andaba siempre camino del Monte de Piedad?

El Patriarca miró tristemente el reloj y luego dijo, sonriendo:

-La persona que me lo regaló tuvo la desafortunada idea de hacer grabar en su tapa el escudo patriarcal.

Junto con esta historia, me pareció especialmente divertida otra, relatada en el libro, en la que un compañero sacerdote y su hermana conspiraron para engañarlo y lograr que se comprara por fin una camisa nueva. Creo que el Papa Francisco simpatizaría con estas anécdotas que se cuentan de San Pío X. Claro que también me ha recordado en ocasiones a otros papas, por ejemplo en este pasaje:

En las fiestas solemnes, en San Pedro, prohibió los aplausos de costumbre en las funciones papales y, al dar la orden, la explicó así: “No está bien que el siervo sea aplaudido en la casa de su dueño”.

¿Cómo no recordar, al leer esto, lo que dijo Benedicto XVI sobre los aplausos en El espíritu de la liturgia?:

“Cuandoquiera que surgen los aplausos en la liturgia como consecuencia de algún logro humano, es una clara señal de que la esencia de la liturgia ha desaparecido totalmente y ha sido sustituida por algún tipo de entretenimiento religioso".

El Papa Sarto fomentó la comunión frecuente y permitió que los niños hicieran la primera comunión al llegar al uso de razón, en lugar de esperar a la adolescencia, contra los restos de rigorismo jansenista en la Iglesia. De nuevo, una anécdota suya me recordó al Papa Francisco:

Una dama inglesa obtuvo una audiencia privada con el Papa y le llevó su pequeñín de cuatro años para que lo bendijera. Mientras ella hablaba con el Santo Padre, el niño los contemplaba a poca distancia, y cuando el tono descendente de la conversación pareció indicar que terminaba, se acercó hacia el Papa, le colocó sus manitas en las rodillas y se le quedó mirando fijamente a los ojos.

-¿Cuántos años tiene? -preguntó Pío X, acariciándole la cabecita.

-Cuatro -respondió la madre-. Dentro de dos o tres, espero que pueda hacer su primera comunión.

El Papa contempló fijamente los ojos claros del niño y le hizo esta pregunta:

-¿A quién se recibe en la Sagrada Comunión?

-A Jesucristo- respondió el niño en el acto.

-¿Y quién es Jesucristo?

-Jesucristo es Dios -respondió el niño con igual prontitud.

-Tráigamelo mañana -dijo el Papa, volviéndose a la madre- y yo mismo le daré la comunión.

San Pío X también fue el papa al que le tocó luchar a brazo partido con el modernismo, ese “resumen de todas las herejías” de Loisy, Tyrrell y compañía, el papa de la renovación de la formación sacerdotal, el reformador de la curia, el defensor de la música religiosa frente a las representaciones operísticas en las iglesias, el que acabó con la intromisión de las potencias civiles en el cónclave, el impulsor de la creación del Código de Derecho Canónico, el papa de los milagros (que él atribuía siempre al poder de las Llaves y no a su persona, por supuesto) y el papa que murió lleno de dolor por el inicio de la Primera Guerra Mundial.

En fin, si siguiéramos contando cosas sobre este magnífico papa no terminaríamos nunca, así que, para conmemorar el centenario me permito aconsejar dos cosas a los lectores. En primer lugar, que recen por la Iglesia, por el Papa Francisco y por los católicos perseguidos por intercesión de San Pío X. Y, en segundo lugar, que lean la vida del Papa Sarto, ya sea en este libro de Vita Brevis cuando se publique o en libros de cualquier otra editorial. No se arrepentirán.