Tribuna abierta

El profesor Lucifer y el monje Miguel

por Isael Pla Martorell

 

Por pura providencia encontré hace unos días el libro de Albino Luciani, Juan Pablo I, Ilustrísimos Señores, publicado en la B.A.C. en 1978, al poquísimo tiempo de su muerte, mientras la propia editorial trabajaba en su publicación. Y digo que providencialmente porque según parece es casi inencontrable este libro del llamado Papa de la sonrisa.

21/08/14 10:04 AM


Está compuesto de varias cartas que Juan Pablo I dirige a otros tantos personajes muy conocidos, históricos y de ficción: Charles Dickens, San Bernardo, Pinocho, el Rey David... y al propio Jesucristo. Aún lo tengo entre manos, pero me gustaría compartir este texto de la misiva que dirige a Gilbert Keith Chesterton porque me parece muy acertado para estos tiempos tan laicistas, tan alérgicos a según qué símbolos Atención a la conclusión del novelista inglés.

‘Querido Chesterton:

En la pantalla de la televisión italiana apareció hace pocos meses el padre Brown, original sacerdote-detective, creatura típicamente tuya. Lástima que no hayan aparecido el profesor Lucifer y el monje Miguel. Los habría visto con sumo agrado tal y como tú los describes en La esfera y la cruz, viajando en avión, sentado uno junto al otro, Cuaresma junto a Carnaval.

Cuando el avión vuela sobre la catedral de Londres, el profesor suelta una blasfemia contra la cruz.

«-Estoy pensando si esta blasfemia te ayuda en algo -le dice el monje.- Escucha esta historia:

Conocí a un hombre como tú; él también odiaba al crucifijo; lo eliminó de su casa, del cuello de su mujer, hasta de los cuadros; decía que era feo, símbolo de barbarie, contrario al gozo y a la vida. Pero su furia llegó a más todavía: un día trepó al campanario de una iglesia, arrancó la cruz y la arrojó de lo alto.

Este odio acabó transformándose primero en delirio y después en locura furiosa. Una tarde de verano se detuvo, fumando su pipa, ante una larguísima empalizada; no brillaba ninguna luz, no se movía ni una hoja, pero creyó ver la larga empalizada transformada en un ejército de cruces, unidas entre sí colina arriba y valle abajo. Entonces, blandiendo el bastón, arremetió contra la empalizada, como contra un batallón enemigo.

A lo largo de todo el camino fue destrozando y arrancando los palos que encontraba a su paso. Odiaba la cruz, y cada palo era para él una cruz. Al llegar a casa seguía viendo cruces por todas partes, pateó los muebles, les prendió fuego, y a la mañana siguiente lo encontraron cadáver en el río».

Entonces el profesor Lucifer, mordiéndose los labios, mira al anciano monje y le dice: «Esta historia te la has inventado tú». «Sí, responde Miguel, acabo de inventarla; pero expresa muy bien lo que estáis haciendo tú y tus amigos incrédulos. Comenzáis por despedazar la cruz y termináis por destruir el mundo».’

Por Isael Pla Martorell en «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?»