25.08.14

De la primera gran matanza del Río Segre al agustino que comenzó en Argentina


Entre los asesinados el martes 25 de agosto de 1936, han sido beatificados 18, la mayoría (10) murió en la provincia de Tarragona: seis de ellos en Valls (cuatro sacerdotes seculares -Josep María Panadés, Antoni Prenafeta, Miquel Grau y Pere Farrés-, un claretiano y un capuchino) y cuatro en Vila-rodona (hijos de la Sagrada Familia); además, hay dos agustinos y un salesiano en Málaga; los dominicos Vicente Álvarez Cienfuegos en Madrid y Luis Urbano en Valencia; el lasaliano Salvio Tolosa en la provincia de Girona, el sacerdote secular Joan Vernet en la de Lleida y en Asturias el padre Juan Pérez Rodríguez, que comenzó la labor de los agustinos en Argentina.

Cantando por las calles de Valls

Josep María Panadés Tarré, tarraconense de 64 años, sacerdote desde 1899, era el capellán de las Hermanitas de los Pobres en Tarragona. Al estallar la guerra se refugió entre los ancianos, como uno de ellos, pero seguía celebrando con las hermanitas los actos religiosos y lo hacía con tanta devoción y piedad que conmovía a los presentes. Detenido con motivo de un registro, fue conducido al barco prisión Río Segre.

 

Miquel Grau Antolí, castellonense de Herbés y de 66 años, sacerdote desde 1892, era ecónomo de San Juan de Tarragona en 1936. Fue encarcelado en el barco prisión Río Segre.

 

Pere Farrés Valls, de 33 años, sacerdote desde 1923, era chantre de la catedral de Tarragona. El 24 de julio dijo a su madre: «¡Ay madre! ¡Dichoso quien puede morir por Dios, os podríais considerar feliz si yo fuera destinado!». Tenía un copón con formas que había retirado del Convento de las Carmelitas Descalzas y, temiendo una posible profanación, dijo a su madre: «No estoy tranquilo, las consumiré». La madrugada del 25 se presentó un grupo de milicianos preguntando por el cura. Farrés no negó ni disimuló su estado sacerdotal, pero lo dejaron en paz diciéndole: «¡Quédese tranquilo!». En la calle increparon a los milicianos: «¡Cómo!, ¿siendo cura, lo dejáis?». Así que volvieron al rato a detenerle. Se despidió de su madre: «¡Adiós madre, hasta el Cielo!». Lo llevaron al barco Río Segre. El 24 de agosto, su hermana Candelaria le mandó en un papel un mensaje animándole a saber morir confesando a Cristo; a lo que le contestó: «No hace falta que me lo digas, porque ya sé cuál es mi deber; quédate tranquila». Farrés fue quien dirigió los cánticos de los mártires mientras atravesaban Valls en camión camino del cementerio y más allá.

 

30 años misionero en Fernando Poo

Antoni Vilamasana Carulla, de 66 años e ilerdense de Massoteres, ingresó en los claretianos en 1884 y estuvo 30 años de misionero en Fernando Poo (1887-1917), volviendo a la península con la salud arruinada. Destinado a Tarragona (calle San Lorenzo), se ocupó de la cocina, sastrería, limpieza y todo lo que necesitara la comunidad, compuesta por profesores de la Universidad Pontificia. Al dispersarse la comunidad, se ofreció para acompañar al superior, padre Frederic Vila, y juntos fueron arrestados y enviados al vapor Río Segre. Cuando oyó allí que decían su nombre el 25 de agosto, se confesó por última vez.

El Río Segre, de 5.000 toneladas, llegó a alojar a 300 presos, de los cuales, según Antonio Montero, salieron sentenciados a muerte 218. Las fechas con mayor número de ejecuciones fueron las del 25 y 28 de agosto y el 11 de noviembre. El primero de esos días salieron sesenta personas en cuatro sacas, por la mañana, a mediodía, por la tarde y por la noche. La más nutrida de clérigos fue la de las 18 horas, en un camión con toldo escoltado por cuatro coches, que llevaba a doce presos: diez sacerdotes seculares —entre ellos los cuatro beatificados—, el capuchino Enric Salvà Ministral (Carmel de Colomes), de sesenta y dos años, y el claretiano Vilamasana; y que había dejado en un comité de Tarragona a tres lasalianos que serían ejecutados al día siguiente. En Valls, a esta docena se le unió otra de jóvenes católicos, terminando la escena como relato en el artículo sobre Farrés.

 

Dos agustinos torturados y acuchillados en Málaga

Fortunato Merino Vegas, de 43 años y palentino de Iteroseco, fue ordenado sacerdote agustino en 1916. Estuvo escondido en Málaga hasta el 25 de agosto, día en que fue arrestado y asesinado, junto con el hermano Luis Gutiérrez Calvo, de 48 años y vallisoletano de Melgar de Abajo, en el callejón de la Pellejera, cerca de la calle Mármoles. El registro y arresto siguió al de dos mujeres que prestaron testimonio sobre las torturas sufridas por los agustinos:

“Fueron interrogados, ya bien entrada la noche, durante un tiempo prolongado en medio de grandes voces, insultos, blasfemias y malos tratos. Hacia las dos o tres de la madrugada de aquella noche les sacaron con mucho ruido. Todo se quedó sosegado. En torno a una hora después volvieron a entrar donde estaban las sobrinas del provisor de Málaga, y ellos mismos confesaron que les habían matado. Parece ser que les dispararon a las piernas y otras partes del cuerpo dejándoles malheridos. Los mismos asesinos volvieron tras algún tiempo a rematarlos. No sólo los mataron a tiros, hay señales de que también los acuchillaron. Se pudo recobrar la cédula de fray Luis ensangrentada y atravesada por un corte de arma blanca. Aunque corren varias versiones sobre el lugar donde fueron sacrificados, parece ser que el Callejón de la Pellejera, muy cerca de la iglesia de la Zamarrilla, es el que ofrece más probabilidades. Sepultados en el cementerio de San Rafael, sus restos reposan ahora en la catedral de Málaga.”

Con los agustinos habían sido detenidos el salesiano Manuel Fernández Ferro, el párroco de Periana y el dueño del hotel Imperio de Málaga, Francisco Cabello, mencionado en la historia del beato Francisco Míguez.

 

Comenzó los trabajos de los agustinos de Argentina

Por último, el sacerdote agustino Juan Pérez Rodríguez, de 58 años y zamorano de Andavías del Pan, vivió en la ciudad de Paraná (Argentina) entre 1902 y 1908, como profesor y procurador de la casa parroquial, y entre 1911 y 1918 como director de un colegio y cura rector de la parroquia de San Miguel. Los agustinos tomaron posesión de ella en 1901, invitados por el obispo local Rosendo Lastra. Al año siguiente se inauguró el colegio en un edificio aledaño a la iglesia, actual sede del Museo de Ciencias Naturales y Antropológicas Antonio Serrano. Paraná es la primera ciudad del país en que desembarcaron los agustinos. «Se habían matriculado 88 alumnos, número algo excesivo para la capacidad del local, por lo que habría que buscar locales más amplios, lo que no iba a ser fácil, dada la oposición de liberales y masones, que desde sus altos cargos públicos, no admitían la existencia de un colegio religioso en la ciudad», recuerda en un ensayo sobre la vida de Juan Pérez Rodríguez, el también agustino Teófilo Viñas Román. Por entonces Paraná tenía 36.000 vecinos. Tras la marcha del padre Pérez Rodríguez en 1918 hacia Buenos Aires, en 1920 se decidió el cierre de la fundación y el retiro de la Orden Agustiniana de Paraná, decisión que causó al obispo Abel Bazán «sorpresa, contrariedad y sentimiento», pero no rencor, ya que hizo un «gran elogio para los padres que allí habían trabajado». El padre Pérez fue asesinado en Gijón.

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