30.08.14

Sagrada Biblia

Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que dice Francisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia “ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)

“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.

Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.

Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.

Lo que Isaías profetizó, otros lo vieron y nosotros lo recordamos

Esto está escrito (Is 53, 1-12 )

Cordero llevado al matadero

1 ¿Quién creyó lo que nosotros hemos oído
y a quién se le reveló el brazo del Señor?
2 Él creció como un retoño en su presencia,
como una raíz que brota de una tierra árida,
sin forma ni hermosura que atrajera nuestras miradas,
sin un aspecto que pudiera agradarnos.
3 Despreciado, desechado por los hombres,
abrumado de dolores y habituado al sufrimiento,
como alguien ante quien se aparta el rostro,
tan despreciado, que lo tuvimos por nada.
4 Pero él soportaba nuestros sufrimientos
y cargaba con nuestras dolencias,
y nosotros lo considerábamos golpeado,
herido por Dios y humillado.
5 Él fue traspasado por nuestras rebeldías
y triturado por nuestras iniquidades.
El castigo que nos da la paz recayó sobre él
y por sus heridas fuimos sanados.
6 Todos andábamos errantes como ovejas,
siguiendo cada uno su propio camino,
y el Señor hizo recaer sobre él
las iniquidades de todos nosotros.
7 Al ser maltratado, se humillaba
y ni siquiera abría su boca:
como un cordero llevado al matadero,
como una oveja muda ante el que la esquila,
él no abría su boca.
8 Fue detenido y juzgado injustamente,
y ¿quién se preocupó de su suerte?
Porque fue arrancado de la tierra de los vivientes
y golpeado por las rebeldías de mi pueblo.
9 Se le dio un sepulcro con los malhechores
y una tumba con los impíos,
aunque no había cometido violencia
ni había engaño en su boca.
10 El Señor quiso aplastarlo con el sufrimiento.
Si ofrece su vida en sacrificio de reparación,
verá su descendencia, prolongará sus días,
y la voluntad del Señor se cumplirá por medio de él.
11 A causa de tantas fatigas, él verá la luz
y, al saberlo, quedará saciado.
Mi Servidor justo justificará a muchos
y cargará sobre sí las faltas de ellos.
12 Por eso le daré una parte entre los grandes,
y él repartirá el botín junto con los poderosos.
Porque expuso su vida a la muerte
y fue contado entre los culpables,
siendo así que llevaba el pecado de muchos
e intercedía en favor de los culpables.

Nuestra vida espiritual tiene mucho que ver con unos acontecimientos que sucedieron hace muchos siglos. Es más, somos lo que somos, precisamente, por aquellos acontecimientos.

Muchas veces se ha recordado, y se recordará porque es crucial para nosotros, que Cristo murió porque debía cumplir la voluntad de Dios. Por eso pasó por su Pasión y por eso murió.

Pues bien, a un profeta, muchos siglos antes, de nombre Isaías, le fue dado saber lo que iba a pasar. Es cierto que no escribió que en cuando el Imperio Romano (que entonces no existía) iba a crucificar al Hijo de Dios pero el Creador le comunicó, e Isaías al mundo, lo que iba a pasar.

Es más que verdad que leyendo lo aquí traído nos hacemos una idea de del gozo de aquel hombre sabio que vertía, en palabras, la historia cierta de la salvación. Ahora bien, no podemos hacérnosla acerca de qué pasaría por el corazón de aquel hombre al saber que escribía lo que le decía Dios pero que él no lo vería.

Parece evidente que si alguien dijera lo que escribió Isaías hace tantos siglos y lo hiciera ahora mismo se le podría decir que hablaba de lo que todos ya sabemos, que eso lo hemos visto todos los años y repetido en celebraciones propias de la semana llamada Santa.

Sin embargo, lo aquí traído no lo ha escrito un contemporáneo nuestro sino un contemporáneo de otros tiempos muy alejados del tiempo en el que vivió el protagonista del texto que, por evidencias y coincidencias ciertas, todos han tomado por Jesucristo, cordero llevado al matadero sin decir palabra alguna en su defensa.

Todo este texto bíblico abunda en la vida de aquel niño que vivió sin que se supiera de su existencia a nivel, digamos, popular. Creció, sí, en presencia de Dios y, como sabemos, en gracia y sabiduría.

Sin embargo, llegado el momento crucial de su vida se entregó por la humanidad entera y cargó con sus pecados, muchos, que había ido acumulando a lo largo de los siglos.

Dice Isaías que tuvo que entregarse por las rebeldías del pueblo elegido por Dios. Y ahora podemos añadir que también por las nuestras y por todas aquellas que, desde entonces, ha habido en el mundo.

En realidad, lo que aquel profeta escribió en capítulo 53 de su Libro lo tenemos muy presente porque cada año, como hemos dicho, lo recordamos cada año porque es parte muy importante de nuestra vida de fe: despreciado por los hombres, soportó nuestros sufrimientos, no abrió su boca siquiera, juzgado injustamente, tuvo sepulcro entre malhechores y cumplió la voluntad de Dios. Además, intercedió “a favor de los culpables”.

¿Es posible dudar acerca de que se refiere a Jesucristo, hijo de María y de José, su padre adoptivo, y, en resumidas cuentas, Hijo de Dios y Dios hecho hombre, que vino al mundo para salvarnos?

Isaías escribió lo que estaba escrito desde el Principio. Y Dios, seguramente, gozó en aquel momento.

Eleuterio Fernández Guzmán