5.09.14

Escudo papal Francisco

El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (Lumen Gentium, 23)

En los siguientes artículos vamos a tratar de comentar la primera Carta Encíclica del Papa Francisco. De título “Lumen fidei” y trata, efectivamente, de la luz de la fe.

Oración y Ley de Dios

Fe, oración y decálogo

46. Otros dos elementos son esenciales en la transmisión fiel de la memoria de la Iglesia. En primer lugar, la oración del Señor, el Padrenuestro. En ella, el cristiano aprende a compartir la misma experiencia espiritual de Cristo y comienza a ver con los ojos de Cristo. A partir de aquel que es luz de luz, del Hijo Unigénito del Padre, también nosotros conocemos a Dios y podemos encender en los demás el deseo de acercarse a él.

Además, es también importante la conexión entre la fe y el decálogo. La fe, como hemos dicho, se presenta como un camino, una vía a recorrer, que se abre en el encuentro con el Dios vivo. Por eso, a la luz de la fe, de la confianza total en el Dios Salvador, el decálogo adquiere su verdad más profunda, contenida en las palabras que introducen los diez mandamientos: « Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto » (Ex 20,2). El decálogo no es un conjunto de preceptos negativos, sino indicaciones concretas para salir del desierto del « yo » autorreferencial, cerrado en sí mismo, y entrar en diálogo con Dios, dejándose abrazar por su misericordia para ser portador de su misericordia. Así, la fe confiesa el amor de Dios, origen y fundamento de todo, se deja llevar por este amor para caminar hacia la plenitud de la comunión con Dios. El decálogo es el camino de la gratitud, de la respuesta de amor, que es posible porque, en la fe, nos hemos abierto a la experiencia del amor transformante de Dios por nosotros. Y este camino recibe una nueva luz en la enseñanza de Jesús, en el Discurso de la Montaña (cf. Mt 5-7).

Lumen fidei

La fe ilumina todas aquellas realidades que tienen relación con ella. Así, como hemos dicho en otro momento, los Sacramentos son instrumentos de los que se sirve para llevar al creyente la luz de Dios. Y, a través de los mismos (vimos el caso del bautismo y de la eucaristía) quien se siente Hijo de Dios constata que, en efecto, lo es.

Pues bien, existen dos realidades espirituales que no es que tengan que ver con la fe sino que son expresión de la misma, en un caso y, en otro, secuencia expresada de Dios al hombre para que, precisamente, se sirva de la luz de la creencia y confianza en Nuestro Señor.

El Papa Francisco habla, al respecto de esto, tanto del Padrenuestro como de los Diez Mandamientos, expresiones perfectas de la voluntad del Creador para sus hijos.

Por una parte la oración que Jesús enseñó a sus apóstoles (luego, a nosotros, también) manifiesta una luz evidente que, de Dios, pone sobre la mesa de nuestra vida ordinaria, algo a tener muy en cuenta: al Todopoderoso nos dirigimos porque así lo dijo su Hijo. Y es que, como muy bien dice el Santo Padre, de quien es luz de luz sólo podemos conocer la luz verdadera y el verdadero destino para nuestras vidas. Por eso esta oración resulta tan importante para nuestra vida espiritual. Y es que es verdadera luz de verdadera iluminación divina, traída al mundo por Quien lo es todo por ser Dios hecho hombre. Y de aquí que podamos hacer uso de ella como instrumento, también, de salvación eterna al ser faro que nos muestra el camino hacia el definitivo Reino de Dios.

Pero hay algo más que debemos tener en cuenta pues hace muchos siglos que Dios quiso que lo tuviéramos en cuenta para ser felices.

En realidad, el decálogo, los diez mandamientos, son algo más que unas normas que Dios estableció para molestar al ser humano como si se tratase de algo así dicho para cercenar la posibilidad de desarrollo de quien había creado. Es decir, no están puestos para incordiar la existencia del hombre sino, todo lo contrario, para que sepamos cómo ha de ser tal existencia.

Por eso los mandamientos, entregados a Moisés en su camino por el desierto, son una gran luz. Es decir, son diez luces, una por cada uno de los divinos preceptos.

Así, con el decálogo, hacemos lo que Dios quiere que hagamos porque así lo estableció desde toda la eternidad porque el hombre, su creatura, debía corregir el camino por el que estaba yendo, errado, hacia el abismo del que tanto habla el salmista. Y el mismo, no lo olvidemos, es uno que lo es de alegría y de gozo que lleva, con alegría y gozo, hasta Dios mismo que nos ofrece esta luz para que no nos perdamos y sepamos, al menos, qué debemos ser.

Y, como si no fuera ya suficiente con este regalo de parte del Señor, abunda en su bondad y lo hace a través de su Hijo Jesucristo. En un monte, lugar privilegiado para la oración y la predicación, Aquel que había venido, precisamente, para ser luz y para que se cumpliese perfecta y acabadamente la Ley de Dios, pronuncia aquella expresión de perfección de Ley (que no derogación o sustitución) que son las Bienaventuranzas.

Luz sobre luz, iluminación sobre lo que ya iluminaba o, por decirlo de otra forma, una realidad que nos transmite lo que Cristo entendía acerca de lo que es cumplir lo que Dios quiere.

Eleuterio Fernández Guzmán