6.09.14

Sagrada Biblia

Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que dice Francisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia “ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)

“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.

Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.

Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.

El profeta Daniel ya lo dijo

Profeta Daniel

Esto está escrito (Dn 12, 1-4 )

La resurrección y la retribución final

”1En aquel tiempo, se alzará Miguel, el gran Príncipe, que está de pie junto a los hijos de tu pueblo. Será un tiempo de tribulación, como no lo hubo jamás, desde que existe una nación hasta el tiempo presente. En aquel tiempo, será liberado tu pueblo: todo el que se encuentre inscrito en el Libro.

2 Y muchos de los que duermen en el suelo polvoriento se despertarán, unos para la vida eterna, y otros para la ignominia, para el horror eterno.

3 Los hombres prudentes resplandecerán como el resplandor del firmamento, y los que hayan enseñado a muchos la justicia
brillarán como las estrellas, por los siglos de los siglos.

4 En cuanto a ti, Daniel, oculta estas palabras y sella el Libro hasta el tiempo del Fin. Muchos buscarán aquí y allí, y aumentará el conocimiento".

Este profeta, que escribió su libro hacia el 165 a. C. había escrito, unos capítulos antes, un texto que se entiende como profecía referida a Cristo. Allí dejó escrito esto (7, 13-14):

13 Yo estaba mirando, en las visiones nocturnas, y vi que venía sobre las nubes del cielo como un Hijo de hombre; él avanzó hacia el Anciano y lo hicieron acercar hasta él.

14 Y le fue dado el dominio, la gloria y el reino, y lo sirvieron todos los pueblos, naciones y lenguas. Su dominio es un dominio eterno que no pasará, y su reino no será destruido.

Se suele entender que el “hijo de hombre” es, como decimos arriba, el Hijo de Dios a quien, en efecto, se le entrega todo el poder (Dios Todopoderoso es hecho hombre) y, también ciertamente, el Reino que instaura durará para siempre.

Pues bien, Daniel, que vivió en tiempos en los que rey Antíoco IV Epífanes quiso helenizar a la fuerza al pueblo elegido por Dios haciendo lo posible e imposible para que abandonase la Ley de Moisés y, ya de paso, para imponer el culto pagano, nos pone sobre la pista de lo que ha de ser, de lo que será la resurrección de la carne que, como vemos, no es una realidad espiritual que Cristo difundió porque fuera una idea que tuviera o algo por estilo. Al contrario es la verdad pues al haber sido así establecido por Dios Creador no otra cosa ha de suceder. Y Daniel lo dejó escrito en el texto que traemos aquí.

Al profeta se le dice que habrá muchas personas que quieran conocer acerca de lo que acaba de escribir, de lo que se le acaba de inspirar por parte del Espíritu Santo. Y, en efecto, muchos creyentes, a la largo de la historia de la salvación han querido, queremos, saber acerca de qué será lo que tenga que venir y, sobre todo, qué hemos de hacer ahora para llegar a un momento tan importante como será el de la resurrección de la carne.

Por eso, cuando confirmamos en las palabras escritas por Daniel lo que creemos, estamos más que seguros que nuestra creencia es bien cierta y que no andamos equivocados o errados al respecto del porvenir espiritual del pueblo de Dios y, en general, de toda la humanidad.

No podemos, por eso, creer otra cosa cuando leemos que, cuando llegue el momento de la resurrección de carne (sabemos que será en la Parusía de Cristo o regreso del Mesías al mundo) será un momento catastrófico para la humanidad. Y lo será porque cambiará un mundo, tal mundo y se instaurará el Reino de Dios de forma definitiva. Por eso todo deberá cambiar, todo vendrá a ser otra cosa.

Y, entonces… vida eterna u horror eterno.

Daniel ha profetizado una gran verdad pues sabemos que unas almas serán condenadas a la muerte eterna y otras a la vida eterna y a tener la visión beatífica. Eso lo dice el profeta y, luego, lo confirmaría Cristo muchos años después. Además, atribuye a los cuerpos gloriosos una cualidad de los mismos como es la “claridad” (“Los hombres prudentes resplandecerán como el resplandor del firmamento”) que, hoy día, muchos siglos después de haber escrito esto de los mismos tenemos como una de las cuatro que poseerán, a saber, la misma claridad, la impasibilidad, la sutileza y la agilidad.

Podemos, pues, darnos cuenta de lo que supone, hoy día, para nosotros, creyentes católicos, lo que escribió el profeta Daniel: ser prudentes o no serlo, en esta vida, tiene graves consecuencias para nosotros. Y las mismas las veremos, más o menos pronto, tras nuestra muerte y, algo más tarde, cuando llegue la resurrección de la carne. Pero verlas, estamos más que seguros, que las veremos.

Eleuterio Fernández Guzmán