9.09.14

Un amigo de Lolo – El quicio del sufrimiento

A las 12:13 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Un amigo de Lolo

Presentación

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

El quicio del sufrimiento

“¿Quién no tiembla ante el dolor si Cristo mismo tiritó en la noche bajo los olivos? Pero el dolor, desde Él y por Él, nos da fortaleza de piedra de esquina en casa nueva”
Manuel Lozano Garrido, Lolo
Bien venido, amor (962)

“La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular”.

Tal expresión de verdad salió de la boca de Jesucristo para darnos a entender que Él era quien, desechado, daba, daría, forma al Reino de Dios en la Tierra y, luego, en el Cielo, al definitivo del Padre Dios Espíritu Santo.

Una cosa es, por cierto, lo que nos pueda pasar, por lo que estemos pasando y otra, muy distinta, el sentido que le demos a lo que nos acontece. Y en esto tiene mucho que decir nuestra fe y qué hacemos con ella y con respecto a ella.

Resultaría absurdo una actitud que supusiera no sentirse afectado por nada de aquello que pudiera recaer sobre nosotros. Por eso, humanamente es de esperar que cuando sentimos uno dolor, por ejemplo, físico, manifestemos que lo tenemos y que, acto seguido, tratemos de mitigarlo.

Si se cree que basta con mirar para otro lado cuando estamos aquejados por algún mal a modo estoicista, como si la cosa no fuera con nosotros, lo único que conseguiremos es un alejamiento de la realidad pues no hay más realidad certificable que la que vivimos, que la de cada cual.

Podemos sufrir y, de hecho, sufrimos en muchas ocasiones: una vez por causas físicas y otras (seguramente no tanto como merecemos) por espirituales. Y como sufrimos, nada hay que mejor que comprender las razones de tal sufrimiento.

Para esto también tenemos a Cristo que llegó a sudar sangre cuando le manifestó a su Padre que si quería podía hacer pasar aquel amargo cáliz que iba a beber; quiero decir que su ejemplo nos vale y sirve para saber a qué atenernos.

Cumplir la voluntad de Dios, también, en el dolor y en el sufrimiento, es un principio vivificante que ayuda mucho a salir de determinadas tinieblas.

Se podría decir, ante esta propuesta, que lo único que hacemos con ella, y aceptándola, es echar en el corazón de otro, del Otro, lo que es la pena nuestra o el padecer nuestro. Y eso, ciertamente, es más que cierto.

Lo que pasa es que haciendo eso sólo cumplimos, también, con lo que Dios quiere que hagamos: que nos refugiemos en su corazón en tiempos de tormenta porque bajo su Amor y su Poder nada puede pasarnos.

Así, pues, podemos darnos cuenta de que, ante lo que nos toque, lo que nos toca, sufrir, siempre tenemos al hermano Cristo para acudir a su esperanza y a su ayuda. Piedra angular que sostiene el edificio de la Iglesia, de su Iglesia, luego llamada católica y piedra desde la que construir el edificio de nuestra existencia, pecadora e indigna pero calcada de la imagen y semejanza de Dios.

Sufrir, entonces, no es sufrir sino, en todo caso, llenarse de posibilidades y certezas de vida eterna. “Con el sufrimiento hacia el Cielo” podríamos decir. Y es que tal es nuestra cruz, con la que cargamos en pos de Cristo, que lleva la suya, santa y menos merecida que la nuestra.

Eleuterio Fernández Guzmán