16.09.14

I.- El oficio del sabio

A las 7:43 AM, por Eudaldo Forment
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Detalle de La Escuela de Atenas (Rafael)

A finales del siglo IX, durante el pontificado de León XIII, que ha sido llamado el papa de Santo Tomás y del Rosario, un obispo italiano, comentando la celebre encíclica del papa Aeterni Patris, dedicado a la filosofía del Aquinate, escribió que este santo dominico del siglo XIII, expresando el sentir del mundo católico era «el más santo de los santos y el más sabio de los sabios»[1]. Para comprender en profundidad lo que es la llamada sabiduría cristina es útil acudir a la doctrina tomista de la sabiduría.

Exposición de la verdad y refutación de la falsedad

Cuando se pregunta por una persona, que no se conoce, la respuesta acostumbra a ser la de su profesión: es un ingeniero, un médico, un carpintero, un labrador, un estudiante, etc. Se nos conoce por nuestro oficio, por la actividad que ocupa la mayor parte de nuestro tiempo y que afecta a nuestro bien, al de la familia, al de la sociedad y a nuestro fin trascendente. Nuestra definición genérica social es nuestra profesión u oficio.

Si preguntamos en esta perspectiva quién era Santo Tomás de Aquino la respuesta la dio él mismo. En su obra Suma contra los gentiles, en la que expone su síntesis filosófica, declara, en una de las pocas veces que habla de sí, que está realizando «el oficio de sabio»[2].

En muchas de las pinturas dedicadas al Aquinate, aparece con un libro abierto en el que están escritas las palabras de la Sagrada Escritura: «Mi boca medita en la verdad y mis labios aborrecerán lo impío»[3]. El mismo Santo Tomás las utiliza como lema al inicio de la Suma contra los gentiles.

Estas palabras, que aparecen en su iconografía y en esta obra, expresan muy bien lo que sintió el Aquinate con su «oficio de sabio»: el de buscar la sabiduría y, por tanto, la unidad o síntesis de la realidad, la verdad, el bien y la belleza, que van unidas.

De manera más concreta, el oficio de sabio, explica Santo Tomás, es doble, Las dos misiones de este oficio están indicadas en la cita bíblica: exponer la verdad divina, verdad por antonomasia, e impugnar el error contrario a la verdad[4].

Al sabio le interesa toda verdad pero sobre todo la primera verdad. Por lo mismo, le compete refutar la falsedad, que es lo contrario de la verdad. Es además necesario que lo haga; como sucede con la medicina, que sana, pero también combate la enfermedad.

La función de rebatir errores está indicada en el texto citado como lema de la obra, porque en el término impiedad está implicada la falsedad. La falsedad no sólo se opone a verdad, sino también a la religiosidad, ya que ésta supone la verdad.

La función de ordenar

Además, el Aquinate precisa el primer oficio del sabio, presentar la verdad, con palabras Aristóteles, que indicaban la función de la sabiduría, o mejor el amor a la sabiduría –tal como significa el término filosofía–: «es propio del sabio ordenar»[5].

Enseñaba Aristóteles que es lo mismo sabiduría y filosofía, en cuanto que la filosofía es el grado sumo de sabiduría posible para el hombre, con su razón. Más exactamente, debe decirse que lo supremo del saber humano es, por ello, el amor a la sabiduría, el buscar o querer toda la sabiduría.

Con la sabiduría o filosofía se puede ordenar y esta función es la propia o característica del sabio. Ordenar,en primer lugar, significa, como también explica Aristóteles, «gobernar» o mandar[6]. El filósofo o sabio es capaz de ordenar o mandar, porque puede encaminar o dirigir hacia el fin, y también poner, por ello, las cosas en orden.

El segundo significado y principal de ordenar, por tanto, es encaminar hacia el fin o causa final. La sabiduría conoce y expresa, por tanto, la causa final de las cosas, su bien último ––porque todas ellas tienden a su bien o perfección––, que es así un principio también de todos los seres. Podría decirse que busca el sentido último de toda la realidad. Por ello, dice Aristóteles es propio del sabio considerar «las causas más altas»[7].

El tercer significado de «ordenar», como consecuencia de conocer su finalidad o sentido, es el de conocer y aplicar el orden de la realidad. El sabio considera el orden de la naturaleza, el orden lógico, el orden moral y el orden artificial de las construcciones útiles o bellas[8].

El sabio y más concretamente cada hombre esta llamado a descubrir el orden del mundo y también a ordenar su mundo. Con su inteligencia accede a la realidad, a su orden ––a su disposición inteligente y a sus causas–– y a dirigir sus actividades, de manera complementaria.

Con palabras de un tomista actual: «El mundo creado por Dios se le ha dado al hombre como libro escrito con un orden admirable. Los cielos y la tierra están ordenados con sabiduría. En la obra de Dios nada hay en vano. Todo tiene su razón de ser y su puesto».

El sabio tiene que leer este libro, desvelando sus secretos, por encima de las apariencias y buscando sus principios o fundamentos. «Además de ese orden desvelado en las cosas, el hombre está llamado a crear un orden en sus actos y objetos, en la misma inteligencia y en las demás potencias del hombre. Así ordenando sus conceptos hace un discurso lógico, ordenando su voluntad hacia el fin debido su vida, ordenando la actividad técnica y artística da origen a la cultura, a las artes, al mundo que brota del trabajo humano».

La misma experiencia de la vida enseña, por una parte, que: «El hombre sabio ordena, el necio destruye, da origen al caos». Por otra que: «Es fácil destruir, es lento y costoso el construir el orden en la propia vida, en la familia, en la ciudad en el mundo»[9].

Muchos tomistas han caracterizado o definido a Santo por el orden, como «genio del orden», o mejor «maestro del orden», porque «este aspecto del orden es primordial en el sistema de Santo Tomás»[10].

Puede, por ello, decirse, como indica Lobato, que es «modelo del orden». En su oficio de sabio: «Tomás ha sido un modelo de orden, de pensador ordenado. Sus obras tienen siempre una profunda unidad, una trabazón que desciende de los principios a las cosas, y asciende de la experiencia del fenómeno a las categorías. Por ello, su obra es coherente, y tiene una esplendida belleza».

El dominico español llega a decir que: «Ningún pensador supera a Tomás de Aquino en este afán inteligente por poner orden en los conceptos, en las palabras y en las cosas»[11]

La función de juzgar

Una segunda función del oficio de sabio, también enseñada por Aristóteles, es la de juzgar. Afirma Santo Tomás, en la Suma teológica, que: «al sabio pertenece juzgar»[12].

Partiendo de la primera función de ordenar se descubre esta segunda, también propia del sujeto inteligente o cabal. Al referir los sentidos del término orden, en la Suma contra los gentiles, explica el Aquinate que el origen de la causa final, fin último o bien supremo, de cada uno de los entes, ––porque todos ellos tienden a su bien o perfección–– es el que les ha dado su primera causa eficiente o creadora, Dios.

Esos fines han sido, por tanto, queridos por el Primer Hacedor, que han sido así fin para Ël. Por intentar y dar finalidad o sentido a todo lo creado, puede decirse que Dios es inteligente. «El último fin del universo es, pues, el bien del entendimiento, que es la verdad»[13]. La causa primera y final es el entendimiento. La verdad, fin de todo entendimiento, es el último fin del universo.

Puede también concluirse con Santo Tomás que: «Es razonable, en consecuencia, que la verdad sea el último fin del universo y que la sabiduría tenga como deber principal su estudio»[14].

La verdad se alcanza y expresa en el acto intelectual del juicio. Supone la llamada simple aprehensión o conocimiento de lo que las cosas son, pero no es esta aproximación a la realidad, sino la adecuación a ella. En el acto de juzgar, de afirmar oi negar, se coincide o no con la realidad y se posee así la verdad o la falsedad.

Es cierto, como también nota Abelardo Lobato que: «Tampoco es fácil esta operación humana. Hay muchos juicios equivocados. Los hombres se disculpan con el proverbio “Errar es cosa humana”, pero siempre es un defecto, un fallo. El hombre ha nacido para la verdad, la busca, la ama, la necesita. Por ello, es necesario que juzgue con acierto, porque la verdad lo perfecciona, y el error y la falsedad lo deteriora».

Esta función es tan importante que Santo Tomás afirma que: «el sabio ama y honra al entendimiento, que es sumamente amado por Dios entre todo lo humano»[15]. Dios, por consiguiente, ama muchísimo al sabio, y «el que es sumamente amado por Dios, que es la fuente de todos los bienes, es muy feliz»[16]. El sabio es sumamente feliz.

Sobre esta segunda función, que explica la felicidad que supone la sabiduría, nota Lobato que: «También Tomás de Aquino es modelo del sabio que juzga con acierto. Sus obras tienen la transparencia del cielo azul, la claridad del mediodía, porque encierra en fórmulas sencillas la verdad y la comunica a sus lectores»[17].

Puede así concluirse con este sabio dominico tomista que: «Un ideal de vida puede ser ordenar y juzgar como Tomás, y para ello es preciso ir a su escuela y aprender de él para imitarlo en estas dos sencillas, constantes y perfectivas operaciones. Una gran tarea tomista siempre fecunda»[18].

Eudaldo Forment

 


 

Notas

[1] S. RAMÍREZ, Introducción a Tomás de Aquino, Madrid, BAC, 1975, p. 213. Podría también decirse que, por lo mismo, es «el más santo de los sabios y el más sabio de los santos», como también se ha dicho en nuestros días.

[2] SANTO TOMAS, Suma contra gentiles, I, c. 2.

[3] Prov 8, 7.

[4] Cf. SANTO TOMAS, Suma contra gentiles, I, c. 1.

[5] Aristóteles, Metafísica., I, 2, 3 982a 18.

[6] IDEM, Tópicos. II, 1, 5, 109a 27-29.

[7] IDEM, Metafísica., I, 981a 18bc.

[8] SANTO TOMÁS, Comentario a la ética de Nicómaco de Aristóteles, I, 1.

[9] Abelardo Lobato, Abelardo, haz memoria. Las obras y los días, Valencia, Edicep, 2011, p. 231.

[10] Jesús García López, Tomás de Aquino, maestro del orden, Madrid, Cincel, 1985, p. 27.

[11] Abelardo Lobato, Abelardo, haz memoria. Las obras y los días, op. cit., , p. 231.

[12] Santo Tomás, Suma Teológica, I, q. 1, a. 6, ad 3.

[13] SANTO TOMÁS, Suma contra gentiles, I, c. 1.

[14] Ibíd.

[15] IDEM, Comentario a la ética de Nicómaco de Aristóteles, X, 13.

[16] Ibíd.

[17] Abelardo Lobato, Abelardo, haz memoria. Las obras y los días, op. cit., p. 232.

[18] Ibíd. En los próximos escritos se procurará ofrecer con «transparencia» y «claridad» lo más esencial del orden de la realidad y de los juicios sobre ella, que ofrece Santo Tomás de Aquino.