18.09.14

 

Cada vez es más evidente que quienes se informan de lo que ocurre en la Iglesia únicamente en medios ajenos a la misma, tienen muchas posibilidades de llegar a creer que el catolicismo está a punto de convertirse en un refrito del anglicanismo o del protestantismo liberal, cambiando sus doctrinas milenarias en asuntos tan delicados como la familia, el sacramento de la confesión y la Eucaristía.

Valga el ejemplo de que ante la publicación de un libro por parte de cinco cardenales recordando que Cristo prohibió el divorcio -llamando adúlterios a quienes se divorcian y vuelven a casar- y que San Pablo advierte que no se puede comulgar a pecar, periódicos españoles de tanta solera como El Mundo o El Correo, titulan la noticia asegurando que los cardenales se rebelan contra el Papa.

Desconocen, por supuesto, que el Santo Padre dijo a los obispos españoles, en su reciente visita ad limina, que desde luego no se podría aceptar dar la comunión a los divorciados vueltos a casar. Al mismo tiempo, afirmó que quería que ese asunto se tratara en este sínodo y en el del año que viene. Pues bien, ese libro viene a ser una especie de prólogo a lo que esos mismos cardenales dirán en los sínodos, si es que les toca intervenir, cosa segura en el caso del cardenal Müller, actual Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Damos por hecho que un periodista ajeno a la fe católica no sabe que hay cuestiones que no pueden cambiar, porque afectan directamente a dogmas de fe. Sin ir más lejos, además de en la Biblia, en el Concilio de Trento se nos da como enseñanza dogmática estos puntos:

1- Los divorciados vueltos a casar viven en adulterio. Lo dice Cristo. Lo enseña la Iglesia.

2- Los adúlteros, como el resto de pecadores, no pueden recibir la absolución si en ellos no hay contrición que conlleva el propósito de no volver a pecar.

3- Los que no reciben la absolución de un pecado mortal, y el adulterio lo es, no pueden comulgar.

4- Para recibir la absolución es necesario que el pecador tenga al menos la intención de hacer aquello que Cristo le dijo a la adúltera a la que evitó ser lapidada: “Vete y no peques más".

 

Por si eso no les basta, resulta que tenemos bien cercano el magisterio pontificio de San Juan Pablo II, que en la exhortación post-sinodal Familiaris consortio escribió:

84. La experiencia diaria enseña, por desgracia, que quien ha recurrido al divorcio tiene normalmente la intención de pasar a una nueva unión, obviamente sin el rito religioso católico. Tratándose de una plaga que, como otras, invade cada vez más ampliamente incluso los ambientes católicos, el problema debe afrontarse con atención improrrogable. Los Padres Sinodales lo han estudiado expresamente.

La Iglesia, no obstante, fundándose en la Sagrada Escritura reafirma su práxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez. Son ellos los que no pueden ser admitidos, dado que su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía. Hay además otro motivo pastoral: si se admitieran estas personas a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio.

Y esto fue lo que escribió Benedicto XVI cuando ocupaba el cargo que actualmente ostenta el cardenal Müller:

La Iglesia no puede ni siquiera aprobar prácticas pastorales —por ejemplo, en la pastoral de los Sacramentos— que contradigan el claro mandamiento del Señor. En otras palabras; si el matrimonio precedente de unos fieles divorciados y vueltos a casar era válido, en ninguna circunstancia su nueva unión puede considerarse conformé al derecho; por tanto, por motivos intrínsecos, es imposible que reciban los Sacramentos. La conciencia de cada uno está vinculada, sin excepción, a esta norma.

Eso, estimados periodistas ignorantes, no tiene vuelta atrás. Puede que, como ocurrió en otros concilios y sínodos a lo largo de la historia, haya cardenales y obispos que intenten que la Iglesia traicione al Señor y se traicione a sí misma, pero la verdad siempre ha acabado resplandeciendo.

Si en tiempos del concilio de Nicea hubiéramos tenido internet, den ustedes por hecho que los digitales no católicos titularían “El pueblo cristiano niega que Cristo sea Dios“. Y ni les cuento lo que hubiera ocurrido tras el sínodo conocido como Latrocinio de Éfeso. Tendríamos a toda página noticias tipo “El Papa León está dispuesto a aceptar el monofisimo“, justo el día antes a que ese mismo Papa calificara la asamblea sinodal como “latrocinium”.

Habrá algunos que piensen que el papa Francisco puede contradecir lo que la Iglesia ha enseñado sobre estas cuestiones. Pero él mismo ha dicho varias veces que es hijo de la Iglesia y, en todo caso, Benedicto XVI recordó algo fundamental en relación a lo que puede y no puede hacer el Sucesor de Pedro:

El Papa no es en ningún caso un monarca absoluto, cuya voluntad tenga valor de ley. Él es la voz de la Tradición; y sólo a partir de ella se funda su autoridad.
(30 de septiembre de 1988, Cardenal Joseph Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, posteriormente Papa bajo el nombre de Benedicto XVI)

Creo necesario que los fieles de la Iglesia pongamos por obra la virtud de la paciencia y la confianza en Dios ante la avalancha de titulares noticiosos perversos que se nos van a venir encima en las próximas semanas. Y así lo haremos si el Señor, en su gracia, nos lo concede. Pidamos la intercesión de San Juan Pablo II, cuyo sufrimiento por el deterioro de la institución familiar ha recordado Mons. Jorge Luis Lona, para que los sínodos den testimonio de la belleza del plan de Dios para el matrimonio y de su gracia para acompañar a quienes han sufrido la desgracia de un divorcio.

Luis Fernando Pérez Bustamante