Opinión

El celibato es un don, no una carga jurídica

 

Los sacerdotes no precisamos que, desde fuera (o desde dentro) se nos pretenda «proteger» del «rigor y terrible dureza» de ser célibes. Porque sabemos que, si cae el celibato….caerá el compromiso pleno, y, si cae el compromiso pleno, cae el mismo ministerio y la vocación pierde esencia diluyéndose en una extraña mezcla afectiva de desastrosas consecuencias.

22/09/14 9:28 AM | Santiago González


Cuando el celibato se «vive» como una mera disposición jurídica, canónica, y por tanto exenta de carisma, pronto se convierte en una carga mental ante la cual sólo caben dos alternativas: o el abandono del ministerio (secularización) o la duplicidad de vida sacerdotal.

Hoy está «de moda» debatir, en el seno de la catolicidad, de todo aquello que, desde el nivel solo humano, suponga compromiso, ascética....CRUZ en definitiva. Se busca, más o menos de forma consciente, expulsar del cristianismo todo lo que suponga esfuerzo moral y, de ese modo, la misma fe católica queda debilitada en su expresión pastoral ya que se la presenta despojada de sacralidad y, en definitiva, de trascendencia. Y eso es exactamente lo que ocurre con el Celibato.

Hay que expresarlo alto y claro. el Celibato es un DON. El sacerdote católico ha de vivir el celibato como un precioso regalo que Dios le da para que su corazón pertenezca solo a Dios, y, desde Dios, se ofrezca en servicio a las almas pero sin afectos exclusivos que descentren a Cristo del centro. El celibato es un signo por medio del cual el sacerdote «dice» a sus hermanos: «Yo no quiero ser el centro de tu vida ni tú lo serás de la mía. Pertenezco a Cristo y, desde Él, estoy a tu servicio para que te acerques a Cristo y no a mi persona». El celibato supone que el sacerdote pertenece de lleno a Cristo y, por tanto, no precisa de buscar consuelos afectivos que mermen su entrega a la labor apostólica. Y, desde el celibato, el sacerdote es FELIZ y hace FELICES a los demás, derramando sobre el prójimo un amor del todo exento de dependencias y adherencias humanas. Eso es el celibato y, si la Iglesia Católica lo perdiera, o lo mostrara como mera disposición canónica, sería una TRAGEDIA para toda la cristiandad.

Por supuesto que hay excepciones (en Iglesias orientales, Anglicanos que se acogen a Roma...etc), pero esas excepciones no hacen sino confirmar la Regla General y Positiva. Todo debate sobre la conveniencia o no del celibato es un ejercicio de mimetismo con la posmodernidad (que sólo entiende de emotividades y sentimentalismos baratos que tergiversan la profundidad del Amor con mayúsculas), una ocasión cierta de secularizar el mensaje cristiano y de privarle de Misterio, y una rendición ante la presión modernista que, desde dentro de la misma Iglesia, pretende desacralizar el sacerdocio y rebajarlo al nivel del funcionalismo protestante.

Recordemos siempre que CRISTO fue célibe, que el mismo San José fue célibe, y que todos los apóstoles fueron célibes desde que se decidieron a seguir a Cristo. Y, precisamente, el único de los discípulos que quedó al pie de la Cruz acompañando al Redentor fue Juan, que no sólo era célibe sino también virgen y, por ello, en ese tremendo momento de prueba no estaba asido a ningún afecto humano exclusivo que le causara temor a permanecer fiel a Cristo en el calvario. La Iglesia Católica comprendió muy pronto que el celibato no era sólo una necesidad para la evangelización, sino un TESORO que, bien vivido por los sacerdotes, daría abundantes frutos espirituales para el apostolado en todo el mundo.

Expresemos con alegría y convicción plena la MARAVILLA del Celibato Sacerdotal. Los sacerdotes no precisamos que, desde fuera (o desde dentro) se nos pretenda «proteger» del «rigor y terrible dureza» de ser célibes. Porque sabemos que, si cae el celibato....caerá el compromiso pleno, y, si cae el compromiso pleno, cae el mismo ministerio y la vocación pierde esencia diluyéndose en una extraña mezcla afectiva de desastrosas consecuencias.

Que nadie nos gane a la hora de proclamar el DON del celibato y dar gracias a Dios por ello.

 

P. Santiago González

Sacerdote Diocesano