30.09.14

Manuel Lozano Garrido

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

Por otra parte, vamos a traer aquí, durante 10 semanas, con la ayuda de Dios, el llamado “Decálogo del enfermo” que Lolo escribió para conformación y consuelo de quien sufra.

Tercer precepto del decálogo del enfermo:

“Lo propio de las lágrimas no es la luz, sino la fertilidad. Del sol, en cambio, iluminar los dolores de germinación.”

Lolo

Los frutos del dolor

Hay aspectos de lo espiritual, de la espiritualidad, que es fácil no se lleguen a entender. Si van más allá de un comportamiento superficial, incluso serán tomados por locura o por estar fuera de la realidad.

Y es que la realidad, lo mundano, está demasiadas veces alejado de Dios y sus consecuencias. Por eso pasa lo que pasa al respecto de este tema.

Pero muchas veces sufrimos. Eso no lo puede negar nadie a no ser que viva en un mundo extraño donde no haya dolor o sufrimiento. Y eso casi lo podemos dar por descartado.

El ser humano sufre y nosotros, como parte de la humanidad, tenemos nuestro cupo de pasarlo mal. Es bien cierto que hay personas y, en general, momentos, en los que parece que nos ha correspondido uno demasiado insoportable…

Sin embargo, no siendo esto locura ni atrevimiento espiritual, podemos decir (sin temor a equivocarnos y teniendo a Lolo como ejemplo) que del dolor y del sufrimiento también se obtienen frutos. Y muy abundantes.

Este tercer precepto del “Decálogo del enfermo” conserva y menta lo esencial del sufrimiento: sufrimos pero tenemos a Dios por consuelo.

En cuanto a lo primero, las lágrimas, como lluvia que parten de nuestro corazón, no han de ser excrecencia que abandona nuestro cuerpo como expresión de dolor sino que han de procurarnos un acercamiento a Dios, un estar cerca de los otros que sufren, de nuestro prójimo que lo pasa mal. Digamos, por ejemplo, que nos hace formar comunidad con aquellos de los que, un día, será el Reino de los cielos. Todo esto, claro está, en el caso que sepamos sobrenaturalizar aquello que nos hace caer en los abismos del sufrimiento. Así, así, seguramente el fruto será abundante; y fruto no podrido sino provechoso para nuestro presente y para lo que ha de venir.

Y, en cuanto a lo segundo, al segundo aspecto de esta gran verdad, el Creador nos ofrece una posibilidad que muchas veces no es bien ponderada (antes bien, es totalmente tenida por no puesta u olvidada): nos-ofrece-la-posibilidad-de-darnos-cuenta-del-valor-del-sufrimiento.

Así dicho, de una forma pausada, quizá nos demos cuenta de lo que esto supone para nosotros: perdidos como estamos, tantas veces, en y por el dolor, Dios, Padre nuestro, no mira para otro lado sino que, junto a nosotros, pone su lupa de corazón, nos aumenta la fe y pone, ante nosotros, un porvenir sano y santo: sanidad de alma y limpieza de corazón: santidad, al cumplir su voluntad.

Y eso es lo que, por ser exactos, sucedió con Cristo.

Eleuterio Fernández Guzmán