Comienza el mes de octubre que es, en la Iglesia, el mes de las misiones. Numerosas actividades organizadas por Obras Misionales Pontificias (OMP) tendrán lugar en las próximas semanas hasta el próximo 19 de octubre, día en que se celebra el domingo del DOMUND. Entrevistamos al Director Nacional de las OMP, Anastasio Gil García, con motivo del programa de actividades misioneras que en Madrid se celebra en el Centro Cultural de Arganzuela, desde hoy y hasta el próximo día 14. Mucho más que una exposición, que se anuncia como “El Domund al descubierto”, se puede visitar y además participar los asistentes en sus propuestas. En esta primera parte de la entrevista, el director de OMP hace un repaso de la situación de la actividad misionera de la Iglesia, que afecta e incumbe a todos los bautizados.

Del 1 al 14 de octubre, en el Centro Cultural Arganzuela de Madrid, se ha programado una serie de actividades divulgativas con el título “El DOMUND al descubierto”. ¿Se desconoce ya en nuestra sociedad lo que es el Domingo Mundial de las Misiones?

La palabra DOMUND, gracias a Dios, está en el lenguaje común de los ciudadanos españoles. Decir DOMUND es evocar a los misioneros, es traer a la memoria el trabajo solidario de tantas personas que parten de nuestra tierra a la misión, es provocar una corriente de solidaridad compartiendo nuestros bienes económicos con los más pobres. Sin embargo, no se conoce en profundidad ni el origen ni la historia, ni siquiera el trabajo pormenorizado de los misioneros. La exposición “El DOMUND al descubierto” trata de salir al encuentro de los ciudadanos para que puedan “entrar y ver” la bella historia de los misioneros españoles.
Una de las peculiaridades de esta exposición es que se ha montado en un centro cultural civil, sin ninguna connotación eclesiástica. Agradecemos al Ayuntamiento de Madrid que haya puesto a nuestra disposición el Centro Cultural Arganzuela, donde tratamos de mostrar el rostro amable de la actividad misionera y de la cooperación con el trabajo de nuestros misioneros.

Sobre las Obras Misionales Pontificias, de las que usted es Director desde 2001, recae mucha responsabilidad pastoral y evangelizadora, y a la vez un reto por el que la Iglesia se esfuerza todos los días…

Las Obras Misionales Pontificias (OMP) son una institución de la Iglesia católica, dependiente directamente del Santo Padre, para atender al 38% de los territorios de la Iglesia católica que no pueden subsistir por sí mismos y que necesitan la cooperación de otras Iglesias. Nacieron en el año 1922 y están establecidas en 130 países. Esta Institución está in sintonía con la Comisión Episcopal de Misiones y Cooperación entre las Iglesias, y todas sus actividades y proyectos de animación y cooperación misionera son asumidos y apoyados por esta Comisión Episcopal. Ambas Instituciones, Obras Misionales Pontificias y la Comisión Episcopal de Misiones, están al servicio de las diócesis, que en definitiva son las responsables de la cooperación misionera con otras Iglesias más necesitadas.
Dependiendo de la Comisión Episcopal de Misiones existe el Consejo Nacional de Misiones, en el que están integrados los Institutos misioneros y congregaciones religiosas, así como otras instituciones eclesiales que toman parte directa en la cooperación misionera. En definitiva, de la Comisión Episcopal de Misiones y Cooperación entre las Iglesias depende el dinamismo misionero de todas las iglesias locales.

El mes de octubre es conocido entre los fieles practicantes como mes del santo rosario y de las misiones. ¿Tienen alguna relación? La animación misionera, ¿se limita a este tiempo?

Una de las “herramientas” espirituales que más ayudan a los fieles en la oración por las misiones es el llamado “Rosario misionero”, vulgarmente conocido como el “Rosario de colores”, porque cada decena lleva el color propio de los cinco continentes. Es una manera muy acertada de encomendar, por intercesión de la Reina de las Misiones al Padre, la labor que realizan los misioneros en África (color verde), en Asia (color amarillo), en Oceanía (color azul) en América (color rojo) y en Europa (color blanco). Tal es la implantación de esta costumbre entre los fieles que cada año, desde Obras Misionales Pontificias, se distribuyen por las diócesis cerca de 20.000 Rosarios a lo largo del año, pero fundamentalmente en ese mes de octubre.
Naturalmente que la responsabilidad misionera se hace presente a lo largo del año en las personas y en las comunidades cristianas, porque el día que dejemos de lado nuestra responsabilidad misionera habremos perdido el sentido de la fe cristiana, que va más allá de las preocupaciones domésticas que empequeñecen y distorsionan el mandato de Jesús de “Id y anunciad el Evangelio”.

Hace unos días falleció en nuestro país tras contraer en Sierra Leona el virus del ébola el hermano Manuel Viejo, de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios. Era médico especialista en medicina interna y diplomado en medicina tropical. Pero el primer español fallecido por ébola fue Miguel Pajares, que trabajaba en el Hospital de San José en Monrovia (Liberia), también hermano de la la Orden Hospitalaria. Ambos misioneros católicos y repatriados para intentar su curación. ¿Son testimonios que deben hacernos reflexionar?

La muerte de los Hnos. Miguel Pajares y Manuel García Viejo como consecuencia del virus del ébola, ha sido una nueva ocasión para descubrir y valorar el trabajo heroico, incluso martirial, de los misioneros y misioneras que entregan su vida para servir a los más pobres. La muerte de estos dos españoles nos ha conmovido, pero aún la tragedia es mayor cuando conocemos que con ellos han muerto también otros tres Hermanos de la Orden Hospitalaria de San Juan De Dios y una religiosa que trabajaban en los hospitales que los Hermanos de San Juan de Dios tienen abiertos en Liberia y en Sierra Leona. Además han fallecido por la misma enfermedad 13 colaboradores y técnicos de estos hospitales. Esto significa que la tragedia va más allá de la muerte de nuestros paisanos Miguel Pajares y Manuel García Viejo.
Quiera Dios que los responsables políticos y sanitarios busquen y encuentren cuanto antes el fármaco para luchar contra esta enfermedad, que ya se ha llevado por delante miles de vidas humanas.
El testimonio de la Iglesia a través de sus misioneros, es suficientemente elocuente para descubrir que siguen los pasos del Maestro, que en todo momento estuvo disponible para entregar la vida por los hombres.

El Papa Francisco alertaba hace unas semanas durante una homilía que estamos inmersos en una Tercera Guerra Mundial librada por partes, con crímenes, masacres y destrucciones. Estos días comprobamos cómo la comunidad internacional aborda una pandemia que se propaga por África y que ha llegado ya el primer mundo. ¿Los misioneros, voluntarios y cooperantes están más expuestos a ser unas víctimas?

Cuando un misionero parte para la misión, es porque tiene la certeza de que Dios le envía a anunciar el Evangelio a aquellos lugares donde muchas personas aún no han descubierto que son hijos de Dios. Desgraciadamente, estos ámbitos de la misión son muy coincidentes con los espacios geográficos de mayor injusticia social. El hambre, la guerra, la confrontación de etnias… son los ámbitos sociales donde permanecen los misioneros. Ellos saben el riesgo que corren. Por eso actúan y trabajan con diligencia, de forma que ponen todos los medios para no ponerse voluntariamente en peligro su existencia. Sin embargo, por encima de estos riesgos está la convicción de compartir con sus hermanos su propio destino, su propia vida.

Con 20 siglos ya de historia, y existiendo poderosos y diversos medios de comunicación, ¿En qué momento se encuentra la evangelización de la Iglesia?

Pudiera parecer que la evangelización de la Iglesia en estos momentos está decreciendo, si lo analizamos desde la perspectiva de algunos países en Occidente. El Papa Francisco inicia el mensaje de este año con unas palabras muy fuertes: “Hoy en día todavía hay mucha gente que no conoce a Jesucristo”. Es cierto que el secularismo está contrabalanceando el ardor misionero de las comunidades cristianas. Sin embargo, en las Iglesias jóvenes, en los países de reciente implantación de la fe, se está produciendo un dinamismo increíble de vitalidad eclesial. Basta pensar que en el continente africano, el crecimiento de la Iglesia católica ha superado en los últimos 25 años el 150%. También en Asia y en América, en menor proporción, pero está creciendo el número de los que se incorporan a la Iglesia por el Bautismo. Es verdad que no se trata de números, sino de calidad. Por eso, el principal problema de la evangelización no es tanto la llamada “plantatio ecclesiae”, que vinculado al ejercicio de la caridad, está llegando a rincones impensables de los continentes, sino la formación de aquellos que se han incorporado a la Iglesia por el Bautismo. Este es nuestro principal desafío, porque hay una relación directamente proporcional entre la formación y la fidelidad al Evangelio. La vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada son un nítida expresión de su crecimiento.

¿Se puede señalar una forma, alguna peculiaridad del misionero español con respecto a otros fieles católicos?

Ofenderíamos la humildad de los misioneros si los considerásemos como superiores al resto de los humanos. Son de carne y hueso, como cualquier otro. No hay ninguna diferencia más allá de la vocacional y de la generosidad en la respuesta. Sin embargo, si me permite, quisiera evidenciar una virtud que bien pudiéramos aprender en Occidente y en este ámbito eclesial en el que nos encontramos. Me refiero a la paciencia. El misionero ha aprendido la paciencia de Dios, porque nadie le pide cuentas de resultados, y su labor no se puede valorar cuantitativamente por estadísticas y números, sino por la siembra de paz y alegría allí donde se encuentran. Por eso, un misionero y una misionera llevan en su rostro el rictus de la alegría y de la esperanza.

Sacerdotes, religiosos y religiosas entregan su vocación a los más necesitados en las zonas más desfavorecidas y alejadas ¿Esa entrega es la misión pendiente de laicos y familias?

En la segunda mitad del siglo XX, Dios ha suscitado de manera particular la vocación misionera en laicos y en familias. Parece que esta tarea era exclusiva de religiosos y religiosas, y posteriormente de sacerdotes diocesanos. Sin embargo, hay miles de laicos que dejan su trabajo y se marchan a la otra orilla a anunciar el Evangelio desde su condición laical. No son clérigos o religiosos de segunda categoría. Son laicos que a través de la gestión de las cosas temporales, hacen presente el Reino de Dios en el mundo. Laicos que dedican su preparación profesional en el ámbito de la educación, de la salud, de la promoción social y también de la actividad pastoral de la Iglesia. Junto a ellos están surgiendo cada vez con más fuerza las familias misioneras. Familias en su integridad, padre, madre e hijos que parten a un lugar de misión para trabajar como cualquier otra persona en destino mostrando cómo puede ser una familia cristiana. Esta rica realidad conlleva muchos desafíos que hemos de tratar de responder con diligencia y eficacia. Me refiero a que estos laicos tienen derecho a una cobertura social y sanitaria como cualquier español que sale a un país extranjero por motivo de trabajo o de emigración, y desgraciadamente carecen de ella hasta la fecha.

Fe, esperanza, caridad son virtudes teologales que distinguen a los cristianos. La prudencia, justicia, fortaleza y templanza son las otras virtudes cardinales que les deben acompañar. ¿Se requiere alguna formación concreta para ser misionero? ¿La del laico presenta alguna peculiaridad?

Las Instituciones misioneras, desde hace 24 años, fundaron la Escuela de Formación Misionera, y una de sus principales actividades es el Curso Intensivo de Formación Misionera, que dura tres meses (septiembre-diciembre). En este Curso, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que van a partir para la misión de modo inmediato, dedican un tiempo a la formación específica de su misión como misioneros. Los misioneros no pueden ser francotiradores que parten para la misión de manera voluntarista, sino que son enviados por la Iglesia, y ésta nunca envía a personas insuficientemente preparadas. Las Instituciones que les envían se preocupan de la formación específica de estos misioneros en su condición de sacerdotes, religiosas o laicos, porque en definitiva nadie puede ir a la misión por un periodo largo de tiempo sin garantizarles una formación básica e imprescindible.

(Agencia SIC)