3.10.14

 

El Ministro del Interior del Gobierno de España, Jorge Fernández Díaz, es católico practicante -supernumerario Opus Dei-. Es más, nunca ha escondido su catolicismo. Hace no mucho, por ejemplo, dijo que la recuperación económica de España era debido a la intercesión de Santa Teresa de Jesús.

El problema con el catolicismo de don Jorge es que no le alcanza para abandonar un gobierno abortista. No le alcanza para tener la decencia y coherencia personal que sí tuvo el ministro Ruiz Gallardón, que se largó del Ejecutivo en cuanto se hizo pública la retirada de la reforma de la ley del aborto. Del señor Fernández Díaz podemos leer la frase “Sería profundamente injusto que le diéramos la espalda a Gallardón” justo unos días antes de darle la espalda al señor Gallardón, no tomando el camino que el anterior Ministro de Justicia tomó.

El catolicismo de Jorge Fernández Díaz no le alcanza para aceptar, como señalan los obispos españoles, que su partido no defiende el derecho a la vida, es una “estructura de pecado”, y no puede ser votado por un católico fiel a la Iglesia. Al señor Fernández Díaz le entra por un oído y le sale por otro la exhortación episcopal a “no anteponer las decisiones de su partidos a lo que su conciencia le dice”.

El señor Jorge Fernández Díaz pretende que sigamos creyendo que se puede ser católico y provida mientras se permanece en un partido y un gobierno que mantienen, por voluntad propia, el derecho al aborto. Pero que no se extrañe si muchos católicos piensan que es un nuevo Judas Iscariote que traiciona con un beso a Cristo a cambio de poder seguir siendo ministro de un gobierno que convierte a Herodes en un defensor de la infancia.

Y todavía habrá quien hable de que no conviene ser extremista, que es mejor ser moderado, etc. Esto escribió San Josemaría Escrivá un año antes de morir:

Hijos de mi alma, que ninguno me venga con remilgos y distingos, en estos momentos en que se requiere una firme entereza doctrinal. Abominemos de ese cómodo irenismo de quien imaginara pacificar todo, encasillando unos a la izquierda y acomodando otros a la derecha, para colocar graciosamente en un prudente centro —nada de extremismos, aseguran— el fruto de su juego dialéctico, ajeno a la realidad sobrenatural.
La tercera campanada

Amén.

Luis Fernando Pérez Bustamante