5.10.14

María, siempre presente por voluntad de Dios

A las 12:11 PM, por Luis Fernando
Categorías : María

María, la criatura más bella que ha creado Dios, cumple por designio divino un papel fundamental en la historia de nuestra redención. La Escritura nos muestra que recibe del ángel del Anunciación el nombre de “Kejaritomene". Bien sabemos que cuando Dios da un nombre especial a alguien, está marcando su naturaleza y su misión. En el caso de María, dicho nombre indica que la plenitud de la gracia está obrando en ella. Vemos igualmente que una mujer llena del Espíritu Santo, Isabel, proclama que la visita de la Virgen, embarazada, es un reglado para ella. Leemos que una criatura no nacida, San Juan Bautista, salta en el seno materno al oír la voz de María. Y se nos revela, por supuesto, que Cristo es fruto de su vientre.

Es por ello que en el siglo II, tanto San Ireneo de Lyon como San Justino mártir, muestran que ya entonces era parte de la fe de la Iglesia que María es la segunda Eva (abogada de la primera madre) y “causa de nuestra salvación” (causa salutis). Obviamente no aparte de Cristo, sino precisamente por su relación única y especialísima con el Salvador.

En el Nuevo Testamento aprendemos que la Madre está con el Salvador no solo en su nacimiento y niñez, cosa lógica, sino al principio de su ministerio público. Es ella la que obtiene de Él el primer milagro, aun después de recibir una respuesta un tanto ruda. Pero también está con Él al pie de la Cruz, donde Cristo nos la concede como Madre en la persona del único discípulo, San Juan, que estuvo con Él en el Calvario y a ella le concede a la Iglesia como hija en dicho apóstol. Por último, la Madre está con la Iglesia en el momento en que llega el Espíritu Santo en Pentecostés.

Pero no queda ahí la presencia activa de María en los planes de Dios para su pueblo. Aunque esto no es dogma de fe, la vemos siendo enviada por Dios a España para apoyar la tarea evangelizadora del apóstol Santiago. No es casual que se le apareciera a San Juan Diego, nativo, cuando daba comienzo la inmensa tarea evangelizadora de América. Parece como si Dios quisiera que la Madre de nuestro Señor estuviera siempre presente al principio de obras grandiosas y momentos clave para la historia de la Iglesia.

Toda la doctrina de la Iglesia sobre María sirve para reforzar la doctrina sobre su Hijo y sobre aspectos fundamentales de la Revelación cristiana. Por ejemplo, ella es Madre de Dios porque Cristo es Dios. Ella es Inmaculada Concepción porque en su persona actúa de forma “eficacísima” la predestinación y la gracia divina. No es casual que la Virgen se aparezca en Lourdes y le diga a una niña que jamás había oído las palabras “Inmaculada Concepciu” que ese era su nombre y el dogma acababa de ser proclama. Un dogma, y una aparición, que aparecen justo cuando la gracia estaba presta a ser oscurecida por la crisis modernista.

¿Y todo esto qué tiene que ver con el vídeo que encabeza este post? Todo. Resulta que el profesor Javier Paredes, Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá y supernumerario del Opus Dei, nos ofrece en una conferencia un recorrido por la historia de las apariciones marianas. La charla es larga, pero merece la pena. Hay datos objetivos e históricos -¡quién mejor que un historiador cristiano para contarlos!- que no se pueden ignorar. Aunque la Virgen se ha ido apareciendo a lo largo de la Historia de la Iglesia, sus apariciones se han incrementado considerablemente en los dos últimos siglos. Y eso, necesariamente, significa algo. No puede ser casual, porque en los designios divinos nada lo es. Si Dios cree que es necesario que la Madre de Nuestro Señor aparezca para profetizar, llamar a la conversión y reafirmar su papel como Madre nuestra -no olvidemos que según la encíclica Mediator Dei, el culto a María es señal de predestinación-, bien haríamos en estar atentos a sus mensajes.

El papa Francisco dijo, no sin razón, que la Virgen María “no es una oficina de Correos, para enviar mensajes todos los días". Pero desde luego, cuando Ella aparece y la Iglesia reconoce su aparición, estamos ante un derramamiento de la gracia divina que no podemos desperdiciar. De Ella siempre recibimos al Hijo y el mandato de “haced lo que Él os diga"(Jn 2,5). Si nos profetiza desgracias mientras nos llama a la conversión, ¿no seremos capaces de seguir el ejemplo de los paganos de Nínive, que ante la profecía de Jonás se arrepintieron y evitaron el desastre?

María, Madre de Dios, destructora de las herejías, ruega por nosotros.

Luis Fernando Pérez Bustamante