En la quinta Congregación General, que tuvo lugar durante la mañana del miércoles día 8 de octubre, en el Aula del Sínodo y a la que el Santo Padre no asistió debido a la audiencia general el debate continuó con los temas previstos en el Instrumentum laboris: ”Los desafíos pastorales de la familia (parte II, cap. 2). La crisis de fe y la vida familiar / Situaciones críticas internas a la familia. Las presiones externas a la familia/ Algunas situaciones particulares.”
En primer lugar, el debate se centró en la Iglesia en Oriente Medio y África del Norte. Ambas zonas viven en contextos políticos, económicos y religiosos difíciles que tienen graves repercusiones en las familias. Allí donde las leyes impiden , de hecho, la reunificación familiar y la pobreza conduce a la migración, donde hay fundamentalismo religioso y los cristianos no tienen los mismos derechos que los ciudadanos musulmanes, se plantean a menudo problemas difíciles para las familias que surgen de los matrimonios mixtos. Efectivamente en estos contextos están presentes y aumentan los casos de matrimonios interreligiosos, los llamados ”matrimonios mixtos”.
Se afirmó que el desafío de la Iglesia es entender que
catequesis ofrecer a los niños nacidos de esas uniones y cómo
responder a la incógnita de los católicos que, unidos en un
matrimonio mixto, quieren seguir practicando su fe. Estas parejas,
según se dijo, no pueden dejarse de lado y la Iglesia debe seguir
ocupándose de ellas. Un reto posterior es el de los cristianos que
se convierten al Islam para casarse. También, en este caso, es
necesaria una adecuada reflexión. La cuestión no es sólo
interreligiosa, sino a veces también ecuménica. Por ejemplo hay
casos en que si un católico que ha contraído matrimonio canónico
no logra obtener la declaración de nulidad, se pasa a otra
confesión cristiana, volviendo a casarse en una iglesia que lo
permita. En cualquier caso, y sin perjuicio del patrimonio común
de la fe, se subrayó la necesidad de tomar el camino de la
misericordia para las situaciones difíciles.
En cuanto a la cuestión de los divorciados que se han vuelto a
casar, se ha evidenciado que el sínodo deberá ocuparse ciertamente
de ella en su recorrido, con la prudencia que requieren las
grandes causas, pero también conjugando la objetividad de la
verdad con la misericordia por la persona y su sufrimiento. Hay
que recordar que muchos fieles se encuentran en una situación de
la que no son culpables. Igualmente se reiteró el compromiso de la
Santa Sede que no deja de hacer oír su voz en defensa de la
familia en todos los niveles – internacional, nacional y regional
– con el objetivo de resaltar su dignidad y de llamar la atención
sobre sus derechos y deberes, señalando siempre, como afirmaba
Benedicto XVI, que sus ”no” son, en realidad, los ”sí” a la vida.
Por esta razón, se hizo hincapié en que la Iglesia debe combatir
el silencio de las familias en la educación y en la religión
porque no hay lugar para la vacilación. Hace falta un compromiso
más fuerte en el testimonio del Evangelio y siempre es necesaria
la creatividad en la pastoral.
También se habló de la contribución insustituible de los fieles
laicos en el anuncio del Evangelio de la familia. Especialmente
los jóvenes, los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades
desempeñan un servicio de importancia vital, llevando a cabo una
misión profética y contracorriente en la época actual. Escuchar a
los laicos y creer más en ellos es, por lo tanto, esencial, porque
es en ellos y con ellos, donde la Iglesia puede encontrar
respuestas a los problemas de las familias. Otro tema afrontado
fue el de la precariedad laboral y el desempleo. La angustia por
la falta de un trabajo seguro crea dificultad en las familias, así
como la pobreza económica, que a menudo hace que sea imposible
tener un hogar. No sólo: la falta de dinero a veces hace que se le
‘’divinice’’ y que las familias se sacrifiquen en aras del
beneficio. Es necesario, en cambio, insistir en que el dinero debe
servir y no gobernar. De nuevo se volvió a reflexionar sobre la
necesidad de una mayor preparación para el matrimonio, prestando
también una atención específica a la educación afectiva y sexual,
para fomentar una verdadera mística familiar de la sexualidad.
Y se recordó la gran contribución de los abuelos en la transmisión
de la fe en la familia. Siempre, en referencia a las personas
mayores, los padres sinodales insistieron en la importancia de que
el núcleo familiar acoja, con solidaridad, cuidado y ternura, a
las personas de la tercera edad. La misma importancia debe darse a
los enfermos, para acabar con esa ”cultura del descarte”, de la
que a menudo nos pone en guardia el Papa Francisco.
(RC-RV)