14.10.14

Manuel Lozano Garrido

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

Por otra parte, vamos a traer aquí, durante 10 semanas, con la ayuda de Dios, el llamado “Decálogo del enfermo” que Lolo escribió para conformación y consuelo de quien sufra.

Quinto precepto del decálogo del enfermo:

“Roca de fe. Que el cuchillo te arranque chispas como a la piedra de afilar. ”

Una fe profunda en el dolor

Lolo

Jesucristo dijo en una ocasión (seguramente más aunque no lo sepamos) que no había que construir sobre arena porque venía la riada y se llevaba la casa. Era, además, cosa de necios hacer tal cosa.

Lo que sí era de personas que actuaban inteligentemente era construir sobre la roca pues cuando viniera la riada no se llevaría la casa.

Aquella era una forma de introducir, de poner sobre la mesa, de hacer entender, que en materia de fe, en materia de espiritualidad, lo mismo pasaba y pasa.

Cuando se afilaba (seguramente eso ya no se hace), por ejemplo, un cuchillo o una navaja restregándola con fuerza con una piedra apta para tal menester, se buscaba mejorar la hoja cortante del mismo o de la misma. Así se consigue que su uso pueda ser productivo o, por decirlo pronto, que valga para lo que se hizo tal instrumento.

En materia de fe pasa algo parecido. Salvadas las distintas entre el ejemplo y lo que es nuestra vida de creencia en Dios Todopoderoso, lo bien cierto es que hay una roca, la Roca, que bien podemos utilizar para “afilar” nuestro sentido de filiación divina y tenerlo, siempre, a punto de ser usado.

La Roca sobre la que construimos nuestra fe tiene un nombre que coincide con el del Hijo de Dios. El profeta Isaías lo llamó Emmanuel (Dios con nosotros) y Gabriel, el Ángel del Señor, Jesús que, por decirlo pronto, tiene un significado bastante parecido.

Nosotros, que tantas veces llevamos una vida de fe tibia y a la que, difícilmente, puede tildarse de auténtica, necesitamos utilizar la “Roca” para afilar nuestro corazón y que el mismo esté plenamente preparado para ser tierno y limpio, puro y a punto de caramelo espiritual. Es decir, apto para que de Él salgan las mejores obras, los mejores pensamientos y los más finos ejemplos de fe y de templanza propios de los hijos de Dios.

Tal posibilidad, además, nos es especialmente útil en momentos en los que estamos sufriendo por el dolor y el sufrimiento, pegándosenos a los huesos del alma, nos haga creer que nuestra noche es muy oscura. Entonces, es cuando podemos extraer fuego de la Roca para que el mismo queme metafóricamente, pero, realmente aquello que maltrata nuestra vida y nos hace pasar, como se dice, las de Caín (a lo mejor también mereciéndolo como el hermano de Abel…) Así, extraemos chispas que encienden nuestro corazón y nos hacen ver que es posible salir del mal momento por el que estamos pasando. Chispas que, además, pueden servir muy bien para producir fuego en el mundo y quemar lo aborrecible y lo que disgusta a Dios.

En realidad, el dolor y el sufrimiento pueden ser, muchas veces, como cuchillos que laceran nuestra existencia. Sólo acercándolos a la Roca y procurando, de ella, las chispas de la salvación, pueden hacer posible que cicatricen unas heridas producidas, las más de las veces, por no haber entendido qué significa tener como Padre a Dios y a Jesucristo como hermano.

Eleuterio Fernández Guzmán