África, una vez más, salva a la Iglesia

 

A principios del siglo V de la era cristiana, empezó a darse a conocer la doctrina herética de un monje británico llamado Pelagio. He aquí una de las muchas descripciones que se pueden encontrar en internet acerca de la naturaleza de sus herejías:

El pelagianismo. En el siglo IV, cuando la Iglesia se ve invadida por multitudes de neófitos, surge en Roma un monje de origen británico, Pelagio (354-427), riguroso y ascético, que ante la mediocridad espiritual imperante, predica un moralismo muy optimista sobre las posibilidades naturales éticas del hombre. Los planteamientos de Pelagio resultan muy aceptables para el ingenuo optimismo greco-romano respecto a la naturaleza: «Cuando tengo que exhortar a la reforma de costumbres y a la santidad de vida, empiezo por demostrar la fuerza y el valor de la naturaleza humana, precisando la capacidad de la misma, para incitar así el ánimo del oyente a realizar toda clase de virtud. Pues no podemos iniciar el camino de la virtud si no tenemos la esperanza de poder practicarla» (Epist. I Pelagii ad Demetriadem 30,16). Somos libres, no necesitamos gracia.

A Dios gracias, San Agustín, obispo norteafricano, tuvo la capacidad de enfrentar los errores de Pelagio con la verdad católica. El santo obispo de Hipona nos describe igualmente la herejía pelagiana:

«Opinan que el hombre puede cumplir todos los mandamientos de Dios, sin su gracia. Dice [Pelagio] que a los hombres se les da la gracia para que con su libre albedrío puedan cumplir más fácilmente cuanto Dios les ha mandado. Y cuando dice “más fácilmente” quiere significar que los hombres, sin la gracia, pueden cumplir los mandamientos divinos, aunque les sea más difícil. La gracia de Dios, sin la que no podemos realizar ningún bien, es el libre albedrío que nuestra naturaleza recibió sin mérito alguno precedente. Dios, además, nos ayuda dándonos su ley y su enseñanza, para que sepamos qué debemos hacer y esperar. Pero no necesitamos el don de su Espíritu para realizar lo que sabemos que debemos hacer. Así mismo, los pelagianos desvirtúan las oraciones[de súplica] de la Iglesia [¿Para qué pedir a Dios lo que la voluntad del hombre puede conseguir por sí misma?]. Y pretenden que los niños nacen sin el vínculo del pecado original» (De hæresibus, lib. I, 47-48. 42,47-48).

La Iglesia procedió a condenar la doctrina pelagiana en varios sínodos locales y finalmente, llegó la sentencia del papa Inocencio I. Pero tras la muerte de ese papa, se sentó en la Cátedra de Pedro un pontífice de nombre Zósimo. Para contarles lo que ocurrió, mejor les cito la Enciclopedia Católica:

No mucho después de la elección de Zósimo el pelagiano Celestio , quien había sido condenado por el papa precedente , Inocencio I, vino a Roma para justificarse ante el nuevo papa, habiendo sido expulsado de Constantinopla. En el verano de 417, Zósimo realizó una reunión con la clerecía romana en la basílica de San Clemente, ante la cual compareció Celestio. Las proposiciones redactadas por el diácono Paulino de Milán, por causa de las cuales Celestio había sido condenado en Cartago en 411, fueron dispuestas ante él. Celestio se rehusó a condenar tales proposiciones, declarando al mismo tiempo en general que él aceptaba la doctrina expuesta en las cartas del papa Inocencio y haciendo una confesión de fe que fue aprobada. El papa fue ganado por la conducta astutamente calculada de Celestio, y dijo que no estaba seguro de si el hereje había realmente mantenido la doctrina falsa rechazada por Inocente, y por tanto consideraba demasiado apresurada la acción de los obispos africanos contra Celestio. Escribió de inmediato en este sentido a los obispos de la provincia africana, y convocó a quienes tuviesen algo que decir contra Celestio para que compareciesen en Roma dentro de los dos meses. Poco después de esto, Zósimo recibió de Pelagio también una confesión de fe artificiosamente expresada, junto con un tratado del heresiarca sobre el libre albedrío. El papa reunió un nuevo sínodo de la clerecía romana, ante la cual ambos escritos fueron leídos. Las expresiones hábilmente escogidas de Pelagio ocultaban el contenido herético; la asamblea sostuvo que las afirmaciones eran ortodoxas, y Zósimo les escribió de nuevo a los obispos africanos defendiendo a Pelagio y reprobando a sus acusadores, entre los cuales se hallaban los obispos galos Hero y lázaro. El arzobispo Aurelio de Cartago rápidamente convocó un sínodo, el cual le envió a Zósimo una carta en la que se probaba que el papa había sido engañado por los herejes. En su respuesta, Zósimo declaró que no había determinado nada en forma definitiva, y que no deseaba establecer nada sin consultar a los obispos africanos. Luego de la nueva carta sinodal del concilio africano, del 1 de mayo de 418, al papa, y luego de las medidas tomadas en contra de los pelagianos por el emperador Honorio, Zósimo reconoció el verdadero carácter de los herejes. Ahora publicó su “Tractoria”, en el cual eran condenados el pelagianismo y sus autores. Así, finalmente, el ocupante de la Sede Apostólica en el momento exacto mantuvo con toda autoridad el dogma tradicional de la Iglesia, y protegió la verdad de la Iglesia contra el error. 

Como ven ustedes, la Iglesia en África fue usada por la Providencia divina para salvar a toda la Iglesia Católica de caer en el error de aceptar los engaños de los herejes de su tiempo.

Hoy también tenemos heterodoxos en el seno de la Iglesia. Bajo engaños quieren cambiar la doctrina católica en tres sacramentos: matrimonio, confesión y eucaristía. Se quieren cargar igualmente la moral sexual católica. Esa que afirma que toda relación sexual fuera del matrimonio es pecado.

Pero los heterodoxos se han encontrado de frente con la oposición de cardenales y obispos dispuestos a no ceder ante sus maquinaciones. Unos, como el cardenal Müller, han denunciado su intento de secuestrar a los fieles la información de todo un sínodo extraordinario. Ayer mismo, el cardenal Pell tuvo que plantar cara al cardenal Baldidseri, que tenía la intención de que no se publicaran los textos de los círculos menores que refutaban una Relatio contraria al Magisterio de la Iglesia. Se armó un jaleo de mucho cuidado en plena asamblea sinodal, cuando el cardenal Erdo se unión al prelado australiano pidiendo la publicación de dichos textos. Vinieron más intervenciones en ese sentido, entre aplausos y vítores de los padres sinodales. El cardenal Baldisseri miró entonces al Papa, que permanecía callado y con el rostro serio. Finalmente, el P. Lombardi anunció que se publicaría lo solicitado por los obispos.

Donde también se ha visto de forma clara la mano de la Providencia ha sido en la revelación del verdadero rostro del cardenal Kasper. Dado que los cardenales y obispos africanos han plantado cara a las tesis “aperturistas” que querían imponerse al sínodo. En español solo han salido a la luz declaraciones del cardenal Napier y del cardenal Sarah, pero les aseguro que la práctica totalidad de los prelados africanos iban en esa línea. En Rorate Caeli hemos llegado a leer que un obispo africano rompió a llorar al leer la Relatio.

Ante tanta defensa de la fe católica por parte de los pastores de la Iglesia en África, el cardenal Kasper hizo unas declaraciones de desprecio absoluto, con tintes racistas, hacia ellos. Cuando se publicaron, se montó tal escándalo a escala mundial, que el cardenal alemán no tuvo otra idea que negar que había hecho tales declaraciones. Entonces, el periodista que le grabó ha hecho público el audio. De tal manera que el cardenal que más se ha caracterizado por promover que la Iglesia se aparte de la fe católica ha quedado ante los ojos del mundo como un mentiroso que desprecia por motivos étnico-culturales a los prelados de iglesias locales que, a día de hoy, producen mártires y no cristianos mundanizados. 

El cardenal Dolan, del que cabe decir que a veces no se sabe si sube o baja, pero cuando sube da gusto verle, ha dado la clave para entender lo que ha pasado en este SínodoPastores profetas ante pastores acomodados. Es por ello que la Iglesia debe oír la voz de uno de esos pastores profetas, el cardenal Sarah, que ayer lanzó esta advertencia:

“¿Alguien quiere desestabilizar a la Iglesia y minar su enseñanza? Recemos por esos pastores que dejan a las ovejas del rebaño del Señor a merced de los lobos de esta sociedad decadente y secularizada, alejada de Dios y su naturaleza. La sexualidad no es un hecho cultural sino natural”

Los obispos africanos vuelven a prestar un servicio impagable al Vicario de Cristo, señalando las mentiras de los que quieren engañarle tanto a él como al resto de la Iglesia. Han sido, junto con otros obispos y cardenales igualmente valientes, instrumento en manos del Señor. Aun así, queda mucho por delante. Los enemigos de la Cruz de Cristo seguirán maquinando para imponer sus tesis. Ya lo dijo San Pablo:
 

Porque son muchos los que andan, de quienes frecuentemente os dije, y ahora con lágrimas os lo digo, que son enemigos de la cruz de Cristo.

(Fil 3,18)

Pues esos falsos apóstoles, obreros engañosos, se disfrazan de apóstoles de Cristo; y no es maravilla, pues el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz. No es, pues, mucho que sus ministros se disfracen de ministros de la justicia: Su fin será el que corresponde a sus obras.

(2 Cor 11,13-15)

Más también sabemos que:

Y yo te digo a ti que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré yo mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.

(Mt 16,18)

Y:

Simón, Simón, Satanás os busca para ahecharos como trigo; pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe, y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos.

(Luc 22,31-32)

Exsurge Domine et judica causam tuam.

Luis Fernando Pérez Bustamante