Cada cual va en pos de su apetito

 

Lo dice San Agustín, en un tratado sobre el evangelio de San Juan: “Cada cual va en pos de su apetito”. El apetito es un impulso instintivo que lleva a satisfacer deseos o necesidades.

El Papa Francisco, en Evangelii gaudium 14, dice que la Iglesia ha de atraer a quienes no conocen a Jesucristo o lo han rechazado.

¿Qué significa atraer? Atraer es acercar, es hacer que acudan a sí otras cosas, es ocasionar o dar lugar a algo, es ganar la voluntad, el afecto o el gusto de otra persona; es, también, mantener la cohesión.

 ¿Cómo podemos, los cristianos, atraer a otros, bien sean no cristianos o cristianos que han dejado de serlo? No existe, obviamente, una fórmula mágica. Las personas (humanas) somos personas, individuos de la especie humana, dotados de inteligencia y de voluntad.

 ¿Atraer a alguien es forzar su voluntad? San Agustín dice que no: “No vayas a creer que eres atraído contra tu voluntad; el alma es atraída también por el amor”.

 La atracción del amor no atenta contra la libertad; más aún, inclina la voluntad acompañándola de placer, de goce, de gusto. ¿Quién puede decir que no busca, en el fondo, la verdad, la justicia y la vida sin fin?

 Si realmente buscamos eso, ¿cómo no va a atraernos Cristo? San Agustín dice que no solo los sentidos tienen su deleite. También tiene su deleite el alma. Es perversa la división, la separación, entre alma y cuerpo; entre res cogitans y res extensa; entre inteligencia y sentidos. La Encarnación, la lógica del Cristianismo, no separa, sino que une, trascendencia e inmanencia, Dios y mundo, alma y cuerpo.

 La síntesis entre lo que aparentemente es opuesto la logra un corazón amante: “Preséntame un corazón amante, y comprenderá lo que digo”, comenta San Agustín.

Un corazón amante es un corazón “inflamado en deseos”. Es un corazón no conformista; al que todo, al corazón conformista,  casi, le da igual. Un corazón amante lo busca Todo, y no se conforma con menos que con Dios.

Lo contrario de un corazón amante es un corazón frío; un corazón que nada sabe y que nada comprende.

¿Es difícil atraer a un corazón amante? No lo es en absoluto. Como no es difícil que una oveja se deje atraer por una rama verde, o un niño por las nueces – pongamos, un helado, si, al niño,  no le gustasen las nueces - .

Si lo que deseamos nos atrae, no hay violencia. Vamos, raudos, en pos del apetito.

¿Cómo no nos no va a atraer Cristo? Si Cristo no nos atrae es que algo, y muy grave, pasa. Sería un síntoma de que la verdad nos da lo mismo, de que la sabiduría nos resulta indiferente, de que la justicia no nos mueve a nada.

Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia. ¿Realmente tenemos esa hambre y esa sed o nos da todo igual?

¿Cuál es nuestro apetito? ¿La nada o el Todo?

Guillermo Juan Morado.