Serie Principios básicos del Amor de Dios – Dios es providente

Amor de  Dios

“Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él”.

(1 Jn 4, 16)

Este texto, de la Primera Epístola de San Juan es muy corto pero, a la vez, muestra la esencia de la realidad de Dios al respecto del ser humano que creó y mantiene en su Creación.

Es más, un poco después, tres versículos en concreto, abunda en una verdad crucial que dice que:“Nosotros amamos, porque él nos amó primero”.

Dios, pues, es amor y, además, es ejemplo de Amor y luz que ilumina nuestro hacer y nuestra relación con el prójimo. Pero eso, en realidad, ¿qué consecuencias tiene para nuestra existencia y para nuestra realidad de seres humanos?

Que Dios sea Amor, como es, se ha de manifestar en una serie de, llamemos, cualidades que el Creador tiene al respecto de nosotros, hijos suyos. Y las mismas se han de ver, forzosamente, en nuestra vida como quicios sobre los que apoyarnos para no sucumbir a las asechanzas del Maligno. Y sobre ellas podemos llevar una vida de la que pueda decirse que es, verdaderamente, la propia de los hijos de un tan gran Señor, como diría Santa Teresa de Jesús.

Decimos que son cualidades de Dios. Y lo decimos porque las mismas cualifican, califican, dicen algo característico del Creador. Es decir, lo muestran como es de cara a nosotros, su descendencia.

Así, por ejemplo, decimos del Todopoderoso que muestra misericordia, capacidad de perdón, olvido de lo que hacemos mal, bondad, paciencia para con nuestros pecados, magnanimidad, dadivosidad, providencialidad, benignidad, fidelidad, sentido de la justicia o compasión porque sabemos, en nuestro diario vivir que es así. No se trata de características que se nos muestren desde tratados teológicos (que también) sino que, en efecto, apreciamos porque nos sabemos objeto de su Amor. Por eso el Padre no puede dejar de ser misericordioso o de perdonarnos o, en fin, de proveer, para nosotros, lo que mejor nos conviene.

En realidad, como escribe San Josemaría en “Amar a la Iglesia “ (7)

“No tiene límites el Amor de Dios: el mismo San Pablo anuncia que el Salvador Nuestro quiere que todos los hombres se salven y vengan en conocimiento de la verdad (1 Tim II, 4).”

Por eso ha de verse reflejado en nuestra vida y es que (San Josemaría, “Forja”, 500)

“Es tan atrayente y tan sugestivo el Amor de Dios, que su crecimiento en la vida de un cristiano no tiene límites”.

Nos atrae, pues, Dios con su Amor porque lo podemos ver reflejado en nuestra vida, porque nos damos cuenta de que es cierto y porque no se trata de ningún efecto de nuestra imaginación. Dios es Amor y lo es (parafraseando a San Juan cuando escribió – 1Jn 3,1- que somos hijos de Dios, “¡pues lo somos!”) Y eso nos hace agradecer que su bondad, su fidelidad o su magnanimidad estén siempre en acto y nunca en potencia, siempre siendo útiles a nuestros intereses y siempre efectivas en nuestra vida.

Dios, que quiso crear lo que creó y mantenerlo luego, ofrece su mejor realidad, la misma Verdad, a través de su Amor. Y no es algo grandilocuente propio de espíritus inalcanzables sino, al contrario, algo muy sencillo porque es lo esencial en el corazón del Padre. Y lo pone todo a nuestra disposición para que, como hijos, gocemos de los bienes de Quien quiso que fuéramos… y fuimos.

En esta serie vamos, pues a referirnos a las cualidades intrínsecas derivadas del Amor de Dios que son, siempre y además, puestas a disposición de las criaturas que creó a imagen y semejanza suya.

Dios es providente

 

 

El testimonio de la Escritura es unánime: la solicitud de la divina Providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado de todo, desde las cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos del mundo y de la historia”.

Este corto texto, que se encuentra en el número 303 del Catecismo de la Iglesia católica, nos pone sobre la pista del significado primero e intrínseco de lo que significa la Providencia de Dios.

 

 

 Hay personas, creyentes o no creyentes, que creen y tienen por verdad que Dios al llevar a cabo la Creación descansó no sólo en el séptimo día sino que, desde que creó, nada más ha hecho por la misma. Sería como decir que se quedó a contemplar lo que había hecho y que se durmió en los laureles de aquel hacer tan santo y tan grandioso.

Pero sabemos que eso no es así sino que las cosas son de otra manera, gracias a Dios, muy distinta y diferente.

Vemos, por ejemplo, la sabiduría del salmista cuanto escribió (104, 27-28) que

 

“Todos ellos de ti están esperando que les des a su tiempo su alimento; tú se lo das y ellos lo toman, abres tu mano y se sacian de bienes”.

 

¿Y qué tal esto dicho por Jesucristo?, refiriéndose a Dios (Mt 5, 45):

 

“hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos”

 

Bien. Pues que Dios actúa ahora mismo y lo ha hecho a lo largo de la historia de la humanidad bien que lo sabía, por ejemplo, José, vendido por sus hermanos (Gn 45, 8; 50,20):

 

“No fuisteis vosotros los que me enviasteis acá, sino Dios (…). Aunque vosotros pensasteis hacerme daño, Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir, como hoy ocurre, a un pueblo numeroso”

 

Y es que aquel hombre, que tanto bien haría a su pueblo, reconocía que el Creador no lo había abandonado nunca lo cual, claro está, era señal cierta de su actuación e intervención en la historia de la humanidad.

 

Y también Job, aquel santo conocido como el que tuvo paciencia sobre paciencia comprendió lo que significaba la Providencia de Dios (Jb 1, 21):

 

“El Señor me lo dio; el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor”.

 

Sabemos, pues, que Dios actúa ahora mismo, que su Providencia tiene en cuenta nuestras verdaderas necesidades. Por decirlo de forma que se pueda entender con facilidad, sólo nos da lo que necesitamos y no lo que queremos pues tantas veces están muy alejados nuestros deseos de nuestras necesidades que es mejor que sea el Creador quien decida al respecto.

 

Debemos hacer, pues, y debemos, sobre todo, confiar en Dios en su santa Providencia. Por eso le pedimos, en el Padre Nuestro, que nos dé el pan de cada día y hacemos el resto de peticiones. Lo hacemos porque estamos seguros que nos escucha y porque actúa.

 

Eso, sin embargo, puede inducir a caer en un error que no es poco común: la inactividad, quedarse parado, no hacer nada. Y es que quien confía en la Providencia de Dios puede concluir, con equivocación, que no vale la pena hacer nada pues todo nos lo ha de dar…

 

Y esto, como se comprende fácilmente, no tiene nada que ver con la verdad de las cosas ni con la realidad.

 

Así, si Cristo nos dice “Buscad primero el reino de Dios y su justicia” (Mt 6, 33) es porque, en efecto, no puede haber inactividad por nuestra parte sino que debemos hacer lo posible por eso.

 

Sabiendo esto, no nos extraña, de ninguna forma, que Santa Teresa de Jesús comprendiese a la perfección lo que significa la Providencia de Dios y, así, nuestra confianza en la misma. Y lo hizo en una poesía más que conocida y maravillosa expresión de lo que significa confiar:

 

“Nada te turbe, nada te espante; todo se pasa.

Dios no se muda.

La paciencia todo lo alcanza.

Quien a Dios tiene, nada le falta.

Sólo Dios basta”.

 

Y lo más sobre confianza lo contienen, tan sólo, dos palabras, del Génesis (22,8):

 

“Dios proveerá”.

 

Y, en efecto, Dios provee. Y nosotros, tan sólo, debería bastarnos con aceptar aquello que provee. 

 

Eleuterio Fernández Guzmán