Hay que respetar... me. No hay que juzgar... me.

 

Jamás me ha fallado la apreciación. En cuanto alguien me habla de no juzgar y respetar, en realidad lo que quiere decir es que yo no puedo juzgar a nadie, pero que él, o ella, están en su perfecto derecho de llamarme absolutamente de todo menos bonito.

Hace unos días recibo un correo que venía a decir más o menos esto: “a ver si aprendes a respetar, a no juzgar a los demás, a ser un poco más tolerante con los otros. ¿Quién eres tú para juzgar a nadie? Eres un fascista, un mal sacerdote, un escándalo, un parásito, un sin alma. Conviértete”. Agradezco lo del conviértete, pero no me negarán que el resto no tiene su miga.

Algo así me sucedió con sor Lucía Caram, seguro que recuerdan. Si se dan una vuelta por sus escritos, entrevistas, twitter, su idea estrella pasa siempre por el respeto y la tolerancia. Hasta que se sienten rozados. Mucha tolerancia, mucho no juzgar, mucho hay que respetar, pero lo más bonito que me dijo fueron cosas tan amables y caritativas, tan comprensivas y tolerantes como que “es un pobre hombre, un amargado, su deporte favorito la falta de caridad”.

Me ha pasado más veces. En cuanto alguien te dice que hay que ser respetuosos y tolerantes, ya sabes que a continuación te va a crucificar, a flagelar, luego la corona de espinas y si puede te remata para que veas su grado de comprensión y mesura. Y como dice un amigo mío, esto lo digo no por experiencia, sino porque me ha pasado… Mientras ríes las gracias, colegas for ever, llevas la contraria y te la has cargado. Es lo que tiene presumir de comprensivos.

Algo de esto le pasó el otro día a la buena de Rafaela. Ha estado unos días en Madrid de médicos, como dice ella, y un domingo acudió con sus sobrinos a la parroquia del barrio. Precioso sermón del cura explicando el sínodo y hablando de tolerancia, respeto, aceptar a los demás, no discriminar a nadie.

Al acabar la misa quiso saludar al señor cura a la salida y aprovechó para decirle que ella no se sentía respetada, porque no comprendía la razón para que en esa iglesia no existieran reclinatorios, porque está mandado arrodillarse en la consagración y ella, con la artrosis que se le clava como un puñal, las ha pasado canutas para arrodillarse en el suelo, y encima casi sin sitio, y que si quiere respetar que deje los reclinatorios y que cada cual haga lo que quiera.

El pobre cura, sonriente, solo pudo decirle medio en plan de broma, que es que ella era un poco antigua, que hay que ser más modernos, y que lo que tenía que hacer era entender que si se había decidido quitar los reclinatorios sería por algo. Vale, dijo Rafaela, ¿me pude decir el algo? Porque yo ni moderna ni antigua, pero si hay unas normas habrá que cumplirlas, menos respetar, menos tolerancia y más hacer las cosas como están mandadas. Que la primera falta de respeto es hacerlas como a usted le parezca. Respetar a los demás es hacer las cosas como se debe y no como a usted le dé la gana, que yo también tengo mis derechos.

Pues a lo que iba. Cada vez que alguien me dice que hay que respetar, he acabado comprendiendo que en realidad lo que quiere decir es que hay que aguantarle lo que le venga en gana, tolerar que haga de su capa un sayo y si protestas eres un fascista, un retrógrado, cavernícola, neocon, y sobre todo Infocatólico.

Rafaela… conservadora, carca, infocatólica… No, Jorge, no. A mí me enseñaron a respetar y a vivir según las normas de la Iglesia. Pasó el concilio, me dijeron que las misas de cara al pueblo y en castellano, y sin problemas. Las normas son las que son y si no valen que las cambien. Pero eso de tener que tragar con las ocurrencias de cada cual so capa de respeto y tolerancia pues como que no. Pero claro, si lo dices y pides explicaciones, fascista y retrógrada. Pues sí, y también infocatólica, y a mucha honra. ¿Pasa algo?

Ole…