Ciudad sitiada

Jerusalén sitiada

Sabiendo que “toda la Escritura es divinamente inspirada y útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté equiparado para toda obra buena” (2ª Tim 3,16-17), recibamos la exhortación:

… no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti. Pues las ramas, dirás, fueron desgajadas para que yo fuese injertado. Bien; por su incredulidad fueron desgajadas, pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme. Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará.
Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado.

(Rom 11,18-22)

Sepamos que somos:

Y a todos los que anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea a ellos, y al Israel de Dios

(Gal 6,16)

Y recordemos:

Ha quedado Sión como cabaña en un viñedo, como choza en un melonar, como ciudad sitiada. Si Yavé no nos hubiera dejado un resto, seríamos como Sodoma, nos asemejaríamos a Gomorra.  

Oíd la palabra de Yahvé, príncipes de Sodoma; aprestad el oído a la ley de nuestro Dios, pueblo de Gomorra. ¿A mí qué, dice Yavé, toda la muchedumbre de vuestros sacrificios? Harto estoy de holocaustos de carneros, del sebo de vuestros bueyes cebados. No quiero sangre de toros, ni de ovejas, ni de machos cabríos. ¿Quién pide eso a vosotros, cuando venís a presentaros ante mí, hollando mis atrios?

No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación; luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas, no lo puedo sufrir; son iniquidad vuestras fiestas solemnes.

Detesto vuestros novilunios, y vuestras convocatorias me son pesadas; estoy cansado de soportarlas. 

Cuando alzáis vuestras manos, yo aparto mis ojos de vosotros; cuando multiplicáis las plegarias, no escucho. Vuestras manos están llenas de sangre. Lavaos, limpiaos, quitad de ante mis ojos la iniquidad de vuestras acciones. Dejad de hacer el mal.

(Isa 1,8-16)

 

 

Y toca:

Por eso, pues, ahora dice aún Yahvé: Convertios a mí de todo corazón en ayuno, en llanto y en gemidos, rasgad vuestros corazones, no vuestras vestiduras, y convertios a Yahvé, vuestro Dios, que es clemente y misericordioso, tardo a la ira y rico en benignidad, y se arrepiente en castigar.

(Joel 2,12-13)

Pues Dios quiere:

Arrojad de sobre vosotros todas las iniquidades que cometéis, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué habéis de querer morir, casa de Israel? Que no quiero yo la muerte del que muere. Convertios y vivid.

(Eze 18,31-32)

Y:

Arrepentios, pues, y convertios, para que sean borrados vuestros pecados, a fin de que lleguen los tiempos del refrigerio de parte del Señor y envíe a Jesús, el Cristo, que os ha sido destinado.

(Hec 3,19-20)

Y la paz de Dios, que sobrepuja todo entendimiento, guarde vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Fil 4,7).

Amén.

Luis Fernando Pérez Bustamante