Un amigo de Lolo – Decálogo del sufrimiento – Ofrecer, por amor, el sufrimiento a Cristo

 Lolo

 

Presentación

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

Por otra parte, vamos a traer aquí, durante 10 semanas, con la ayuda de Dios, el llamado “Decálogo del enfermo” que Lolo escribió para conformación y consuelo de quien sufra.

Séptimo precepto del decálogo del enfermo:

“Toma la vida, llora pensando que te la arrancan y, si así y todo, me la ofreces por amor, seguro que eres de los míos”.

Ofrecer, por amor, el sufrimiento a Cristo

Lolo

 Podemos llegar a sufrir mucho. Y es que la vida, la que humanamente llevamos y nos lleva hacia el definitivo Reino de Dios, no siempre es fácil. Es más, muchas personas pueden atestiguar que las más de las veces es muy difícil de sobrellevar.

El sufrimiento, además, tiene la peculiaridad de hacer daño, y sangre, del árbol caído. Es decir, que a más dolor, mayor es lo que debemos soportar si no tenemos conciencia de que puede significar, espiritualmente, llevar las cosas por el camino correcto y recto de aceptación.

De todas formas, aún sabiendo que sufrimos y que no pocas veces somos nosotros mismos los que provocamos el sufrimiento, no por eso podemos desistir y venirnos abajo sin presentar batalla al Mal que nos acecha y, ¡ay!, tantas veces nos vence.

No podemos decir, ni debemos, que no vale la pena luchar porque no vamos a salir vencedores. Al contrario es la verdad pues el Creador nos sabe, nos prefiere, en pie de lucha contra lo que nos causa daño, contra lo que nos duele y contra lo que puede ser, definitivamente, insoportable para nosotros.

Lloremos, pues, ante el dolor, ante el sufrimiento. Eso no supone desdoro sino para aquellos que tienen respetos humanos y no quieren comportarse como debe comportarse quien sufre. Llorar, manifestar el dolor, no es muestra de querer aparentar más de lo que somos (pues nada somos, sólo humus, ante nuestro Creador) sino de demostrar que somos conscientes de nuestros padecimientos pero, también, para poner sobre la mesa del mundo una virtualidad que no todos tienen: ofrecer nuestro dolor y nuestro sufrimiento.

Ofrecer… ¡qué expresión tan manifiesta de fe!

Es bien cierto, a tal respecto, que si somos duros de corazón, si aún no hemos convertido el que pudiéramos tener de piedra por uno de carne, entenderemos que no tiene sentido alguno que suframos. Es más, si vamos un poco más allá en tal forma de ser y de pensar seguramente atribuiremos a Dios nuestros males porque, a lo mejor, nos ha abandonado…

Sin embargo, debemos estar más que seguros que tal eventualidad es imposible: Dios nunca nos abandona sino, en todo caso, somos nosotros los que miramos para otro lado cuando deberíamos hacer lo propio hacia nuestro Señor. Entonces sí que podemos decir que no seremos capaces de ofrecer aquello de malo que nos pase.

El caso es que el amor manda aquí mucho.

El amor nos sirve, por ejemplo, para ponernos ante Cristo y poner ante los pies colgados en su Cruz santa los sufrimientos y padecimientos que recaen sobre nuestras espaldas. Hacerlo por amor es lo mismo que decir que se los ofrecemos porque lo amamos y porque sabemos, ciertamente, que Él hizo eso ante Dios y que su Padre aceptó el ofrecimiento y salvó a toda la humanidad, perdonó su afrenta de malos hijos y terminó por aceptar que, al menos, uno había bueno de entre sus criaturas y que era llamado Emmanuel.

Así, sólo así, mostraremos y demostraremos que somos discípulos de un Maestro tan humanamente perfecto y perfecto divinamente hablando. Ser de los suyos, además, en el dolor y en sufrimiento, es lo mismo que decir “hágase”, sea, amén.

 

Eleuterio Fernández Guzmán