D. Carlos, mi obispo

 

En correos y en algún comentario algunos lectores me piden unas palabras sobre el relevo episcopal de Madrid. Más aún, los hay que directamente me piden ”que me moje” en el asunto. No es eso problema para un servidor. Si me mojo más, me ahogo. Bien. Sin problemas. Ahí van algunas consideraciones sobre el particular.

El relevo en Madrid era lógico y esperado. El cardenal Rouco Varela presentó su renuncia al cumplir los setenta y cinco años y era cuestión de tiempo que el santo padre decidiera aceptarla. Lo hizo después de concederle tres años de prórroga, lo que en lenguaje vaticano significa todo un detallazo.

Dicho esto, confieso que me entristece la marcha de Rouco. Han sido veinte años en Madrid en los que he tenido la oportunidad de tratar con él y uno siente su marcha de la misma manera que una parroquia siente la marcha de un párroco que lleva trabajando ahí tantos años. Pero es que además creo que la labor del señor cardenal ha sido extraordinaria. La mejor prueba de ello, comprobar de dónde le vienen los mayores ataques en prensa, radio, televisión y medios digitales. Basta ver la enfermiza inquina de Religión Digital contra él para darse cuenta de su valía. También es elocuente comprobar el origen de los ataques que se le hacen desde dentro de la propia archidiócesis.

Ninguna sorpresa la llegada de D. Carlos Osoro a Madrid. Era, más que uno de los candidatos, “el candidato”. Estuvo en todas la quinielas y su salida de Valencia además permitía ofrecer una salida más que digna al cardenal Cañizares, que deseaba volver a España como fuera aunque dentro de un orden. Perfecto. D. Carlos a Madrid y D. Antonio a Valencia.

Por su edad, el paso de D. Carlos por Madrid será necesariamente breve. Presentará la renuncia dentro de seis años y aunque haya dos o tres de prórroga serían ocho o nueve años de arzobispo en Madrid. Tampoco creo que sea un periodo de grandes cambios. Madrid es hoy una diócesis tranquila que no presenta especiales problemas. Un buen seminario, clero siempre escaso pero nos arreglamos, espléndida facultad de San Dámaso, nuevos centros parroquiales cada año, Cáritas funcionando más que aceptablemente. Y desde el punto de vista de los dineros, aunque siempre está la cosa justa, otros quisieran.

Las referencias de diócesis anteriores no son malas, todo lo contrario, aunque no es lo mismo Orense, Oviedo o Valencia que Madrid. Así que confiamos en que todo vaya bien y rezamos por ello.

Personalmente tan tranquilo. Los sacerdotes somos colaboradores del obispo y desde ahí que el obispo se llame Vicente, Ángel, Antonio María o Carlos no deja de ser cuestión menor. No necesito decir a mi obispo Carlos que tiene mi obediencia y mi disponibilidad, que lo que sea, que a mandar que “pa eso estamos”. Tiene además mi respeto y mi oración para que el señor ilumine su ministerio como obispo de Madrid. Y lo tiene al igual que lo han tenido todos sus antecesores.

Poco más puedo decir. Que pido al Señor que haga de D. Carlos un pastor preocupado por el anuncio fiel del evangelio en todas partes, por el cuidado de la doctrina recibida y que se ha de transmitir así a todas las gentes. Pido que no ceje en el empeño de hacernos santos a través del ministerio de la liturgia y la oración constante, que nos enseñe a valorar los sacramentos y a acercarnos a ellos de corazón, muy especialmente la reconciliación y la eucaristía, que nos enseñe a rezar. Pido para el obispo un corazón de padre que se preocupa de todos sus hijos, animando a los convertidos a la generosidad y a la perseverancia, corrigiendo a los equivocados, llamando a los perdidos.  

Pido para él el don de la caridad para los débiles, los cansados, los que no pueden más, los pobres, los que están solos. Y que en esta caridad nos cuide a los sacerdotes, que también sabemos de dolor, soledades y cansancio.

Y yo… pues eso, D. Carlos. A disposición.