El sacerdote Serafín Suárez, de 50 años, trabaja como misionero en Zimbabwe. La publicación Iglesia en camino, de la Archidiócesis de Mérida-Badajoz, le ha entrevistado.

-¿Cómo nació tu vocación misionera?

Desde que estaba en el Seminario. Nace con la visita de otros misioneros que nos hablaban y generaban ilusiones… y te preguntas ¿por qué no puedo ser yo así? A la luz de la oración y de la propia reflexión te vas dando cuenta de que la Iglesia es universal, es verdad que cuando te ordenan te ordenan para una diócesis, pero la Iglesia es abierta, Jesús vino a anunciar la Buena Nueva a todos.

-¿La misión favorece ese sentimiento de universalidad?

Conocer a Jesús no es un privilegio de unos pocos, sino que es para todo el mundo, y te das cuenta de que en otras partes del mundo hay una iglesia que está naciendo, que todavía no está establecida como pueda estarlo nuestra Archidiócesis, una Iglesia que está todavía en proceso de crecimiento, donde se han sembrado las primeras semillas de la fe pero que necesita que esa fe se cuide.

-¿Cómo es vuestra labor allí?

Es de evangelización, anunciar el Evangelio que Jesús nos vino a traer a todos los hombres y mujeres. Ese Evangelio es Buena Noticia y tiene que ser Buena Noticia para la gente, tiene que ser alegría, como dice el Papa Francisco. A veces te planteas cómo este Evangelio puede ser Buena Noticia donde estás viendo gente que se te está muriendo de malaria porque no hay el tratamiento adecuado, donde estás viendo que los niños no van a la escuela porque está hecha un desastre, donde estás viendo que los hospitales no funcionan, que las carreteras siguen siendo de tierra, que la gente come escasamente una vez al día… ¿cómo puede ser el Evangelio Buena Noticia? Pues ahí viene la segunda parte. Nosotros llevamos la  palabra de Dios, que siempre va acompañada del pan, nuestra labor es esencialmente evangelizadora, pero esa evangelización te lleva también a un compromiso social.

-¿Cómo es la Iglesia a la que sirves?

Es una iglesia naciente, ten en cuenta que la diócesis de Huange, donde nosotros estamos trabajando, tiene solamente 50 años de existencia. La diócesis fue establecida por el Papa Juan XXIII en el año 1963, por tanto es una iglesia joven, donde la semilla de la fe se ha ido sembrando. En estos momentos tenemos un problema acuciante: las sectas, que están haciendo estragos. Cuando en medio de la miseria las sectas tocan las fibras sensibles, la gente se pierde. Por ejemplo, cuando uno tiene sida, no ve solución porque no tiene nada para curarse y le dicen que vengan, que les imponen las manos en un clima de histeria colectiva y que se curan, se van a las sectas. Ha habido un crecimiento de la Iglesia en estos años atrás, pero se ha ralentizado.

-Debe ser difícil anunciar el Evangelio en una cultura que no es la tuya.

Tenemos que respetar su cultura, cambiarán cuando ellos tengan que cambiar, no cuando nosotros la queramos cambiar. Allí tenemos que llegar con humildad, con sencillez, tenemos que meternos dentro de su cultura, de sus vidas, y tenemos que respetarlos. Eso es fundamental. Es verdad que le presentamos un estilo de vida distinto, pero no podemos entrar como un elefante en una cacharrería. Lo que pasa es que hoy vivimos en un mundo globalizado y todo esto se está notando también en la cultura africana.

-¿Te sientes apoyado desde aquí?

Sí, tengo que agradecer tremendamente a todos los que de una forma o de otra están apoyando a la misión y están apoyando a los misioneros. La gente de mi pueblo, de Ribera del Fresno, de San Vicente de Alcántara, de Fuente del Maestre, que cuando vengo se vuelcan conmigo y, aparte de darme cariño ayudan económicamente a la misión.

 

(Iglesia en camino – Archidiócesis de Mérida-Badajoz)