El hombre de Piltdown; otro fraude evolucionista

Como premio a tantos desvelos y a tantas búsquedas, se descubrió finalmente en 1912 en Piltdown, Inglaterra, un fósil que muestra caracteres verdaderamente intermedios entre el mono y el hombre; esto es: un cráneo de tipo humano junto con una mandíbula simiesca.

 

Este fósil descubierto por un aficionado, Charles Dawson, con la colaboración de Sir Arthur Smith Woodward y Teilhard de Chardin[1], fue bautizado como Eoanthropus Dawsoni –en honor de su descubridor– e hizo su entrada triunfal en los museos, enciclopedias, libros de antropología y publicaciones de distinto tipo con gran rimbombancia. Y no era para menos; al parecer el tan ansiado eslabón intermedio, ¡había aparecido al fin!

 

Hasta se sugirió –por la forma vagamente reminiscente a un bate de beisbol que tenía un hueso cercano al fósil– que éste ya habría jugado al cricket (¿?)[2], lo cual era de esperar tratándose de un inglés de pura cepa.

Teilhard de Chardin

Es cierto que algunos antropólogos sugerían tímidamente que el fósil era demasiado “intermedio” para ser real y no terminaban de convencerse acerca de la validez de este hallazgo. Pero el “consenso” de la comunidad científica hizo caso omiso a tales advertencias. ¿Acaso este fósil no estaba apadrinado por Sir A. Smith Woodward, uno de los más eminentes paleontólogos de la época y respaldado nada menos que por Sir A. Keith, el más célebre de los antropólogos británicos? ¿No contaba además con el aval del mismísimo Museo Británico –el recinto más solemne de la ciencia inglesa– que le había dedicado un inmenso mural en su salón de entrada donde se reproducía, para la posteridad, la trascendente escena de la presentación del Hombre de Piltdown?

Ningún fósil en la historia de la paleo-antropología había tenido mayor respaldo científico y periodístico.

Debido a la importancia trascendental del hallazgo y con el objeto –sin duda– de evitar cualquier accidente que pudiera dañarlo, el fósil quedó instalado en una caja fuerte –dice D. Johanson– y si alguien quería mirarlo, podía hacerlo, pero no estaba permitido tocarlo ni someterlo a prueba alguna… Mirar para admirar, sí pero mirar para examinar críticamente, no, eso era dudar de la “ciencia”…, como le dijeron seguramente a Louis Leakey, uno de los pocos que intentó hacerlo. Richard Leakey (hijo de Louis) decía que su padre “pidió autorización para estudiar los ejemplares originales en 1933. Al igual que muchas otras peticiones como ésta, la de Louis fue rechazada. Solo pudo echarle un vistazo, el material se guardó de nuevo y a él le dejaron únicamente los modelos”[3].

Varios años después, en 1953 tres científicos de la Universidad de Oxford, J. Weiner, K. Oakley y W. Le Gros Clark, consiguieron finalmente examinar los originales y descubrieron que todo había sido un gran fraude: el cráneo –de un hombre moderno– había sido tratado con sustancias químicas para simular una gran antigüedad y “plantado” en el sitio del hallazgo junto con la mandíbula de un orangután, con los dientes limados, para simular un desgaste de tipo humano.

Hombre de piltdown

Se había desenmascarado de esta manera lo que es hoy considerado el fraude más sensacional en los anales de la paleo-antropología y uno de los más grandes en la historia de la ciencia. Ante el bochorno del “establishment” antropológico británico, el H. de Piltdown desapareció raudamente de escena y si bien la mayoría de los autores siguen considerando culpable a Dawson y deslindando de culpas a Woodward, en los últimos años ha habido una reconsideración del papel jugado por el otro investigador involucrado en este hallazgo, el pseudo-teólogo católico, padre Teilhard de Chardin, jesuita.

– “¿Pero cómo suceden estas cosas en los ámbitos científicos?” –se preguntará el lector.

El problema de la Antropología, como bien marca Leguizamón, es que en su orientación está constituida por la hipótesis evolucionista-darwinista que la informa, la cual al ser aceptada prácticamente como un dogma de fe, ha creado un fuerte prejuicio respecto al origen del hombre que deforma la interpretación de la evidencia y hace arribar a conclusiones erróneas –y aun ridículas– a pesar de la indudable capacidad muchas veces eminente, de los investigadores en este campo.

Este dogma evolucionista del origen del hombre, que plantea como única alternativa racional su procedencia a partir del mono, pareciera haber suprimido toda actitud crítica en muchos científicos, en especial entre los antropólogos y en lugar de ser –en todo caso– una simple hipótesis de trabajo, se ha transformado en una venda sobre los ojos que les impide la visión.

Como decía Richard Leakey “el cuerpo científico cayó completamente en la trampa, no porque el cráneo de Piltdown fuera demostrablemente antiguo y genuino, sino porque este encajaba con los fuertes prejuicios sobre lo que debían ser nuestros antepasados”[4].

P. Javier Olivera Ravasi, IVE

* Seguimos, como siempre para estos temas, la juiciosa obra del médico argentino Raúl Leguizamón (cfr. Raúl Leguizamón, Fósiles polémicos, Nueva Hispanidad, Buenos Aires 2002, 160 pp.) que resumimos aquí. En la sección “libros recomendados” de nuestro blog, se encuentran algunas de sus obras.


 

[1]NOTA IMPORTANTE. Teilhard de Chardin (1881-1955) fue un sacerdote jesuita, paleontólogo y pensador francés. En 1899 ingresó en la Compañía de Jesús; en 1911 fue ordenado sacerdote. Aficionado desde niño a las ciencias naturales, a partir de 1912 se orientó hacia la paleontología, a la que dedicó desde entonces gran parte de su vida, realizando numerosas exploraciones científicas en África y en Asia, especialmente en China. Su fama, sin embargo, no está ligada a esos trabajos científicos, sino a su intento de exponer la fe cristiana en el interior de una visión evolucionista del mundo, y a su interpretación de esa evolución como un movimiento cósmico y humano orientado hacia Cristo. Estas ideas, que comenzaron a perfilarse durante sus experiencias con ocasión de la I Guerra Mundial, tomaron forma explícita en Le milieu divin, obra redactada en 1926, y encontraron una exposición más acabada en su otra obra básica: Le phénomène humain (1938-40). Durante los últimos años de su vida, desde 1951, fijó su residencia en Estados Unidos, concretamente en Nueva York, donde murió. Ya en 1926 comenzaron a suscitarse dudas sobre la compatibilidad de sus ideas con la fe católica, y los superiores de la Compañía le indicaron que renunciara a toda actividad intelectual pública. Por este motivo sus obras no fueron editadas durante su vida. Al morir, T. dejó sus escritos a Mlle. Jeanne Morlier quien, ese mismo año, promovió la constitución de un comité internacional encargado de impulsar la rápida publicación de los escritos de Teilhard. El 30 de junio de 1962 la entonces Congregación del Santo Oficio emanó un Monitum (o advertencia) destinado a prevenir ante los peligros que pueden derivar de la lectura de sus escritos; en él se declara: «Independientemente del juicio con respeto a los aspectos referentes a las ciencias naturales, es claro que sus obras presentan, en las materias filosóficas y teológicas, ambigüedades, más aun, errores graves, que dañan a la doctrina católica». El Monitum fue publicado en «L’Osservatore Romano» de ese mismo día, junto con un artículo sin firma, que constituye una exposición oficiosa del propio Santo Oficio sobre las razones que fundamentan la medida tomada. Ese artículo afirma en primer lugar que el autor incurre en una indebida trasposición al plano teológico de términos y conceptos tomados de las teorías sobre el evolucionismo y que, como consecuencia, incurre en graves errores. A continuación señala algunos de ellos, concretamente: una defectuosa explicación de la creación, que no salva la libertad del acto creador divino ni la ausencia de un sujeto preexistente (creatio ex nihilo); diversos puntos débiles en la descripción de las relaciones entre Dios y el mundo, que hacen que no quede clara la trascendencia divina; presentar de tal manera a Cristo que no se salvan la libertad y gratuidad de la Encarnación; desconocer las diferencias y los límites entre la materia y el espíritu; una concepción insuficiente del pecado, que es reducido a una realidad de carácter exclusivamente colectivo; una presentación naturalista de la ascesis y de la vida cristiana (cfr. J. L. Illanes Maestre, en Gran Enciclopedia Rialp).

Para conocer un poco puede verse el siguiente artículo: http://infocatolica.com/blog/reforma.php/0909091034-27-lenguaje-del-p-castellani

[2] Cfr. L. B. Halstead, “New Light on the Piltdown hoax?”, Nature, Vol. 276 (nov. 2, 1978) p. 12.

[3] Richard Leakey, “La formación de la humanidad”, Ed. del Serbal, 1981, p. 56.

[4] Ibid.