¿Hay fósiles que contradigan la “teoría de la evolución"?

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De acuerdo a la hipótesis evolucionista-darwinista, cuanto más antiguo es un fósil “humano”, tanto más parecido debería ser al mono ancestral. Lógicamente, primero estaría el mono, luego el “mono-hombre” (australopiteco, por ejemplo), más tarde el “hombre-mono” (pitecantropos) y finalmente el Homo Sapiens.

O sea que para ser antepasado del hombre, un fósil debe ser parecido al mono porque de ser parecido al hombre no podría ser antepasado del hombre (¿?). Pero dejemos los trabalenguas y veamos una breve reseña de algunos hallazgos “diferentes”.

El Cráneo de Castenedolo

En 1860 se descubrió en Castenedolo, Italia, y en depósitos del Plioceno (¡terciario!), un cráneo de Homo Sapiens. Sergio Sergi, profesor de Antropología en la Universidad de Roma, confirmó la antigüedad y validez del hallazgo, pero este fue desechado por la comunidad antropológica por claros prejuicios evolucionistas; “no podía ser”, decía…

Al parecer las “creencias aceptadas” del establishment antropológico eran más fuertes que el “sentido de la verdad”. Prácticamente ningún antropólogo en la actualidad menciona este hallazgo.

La Mandíbula de Abbeville

Fue encontrada en 1863 por el famoso Boucher de Perthes en depósitos del pleistoceno temprano, en Francia. Se trata de una mandíbula perfectamente humana. Sin embargo, como en la época del hallazgo estaba vigente la leyenda del “Hombre de Neanderthal”, el fósil fue rechazado por “históricamente incorrecto”; no podía aceptarse que fuese más antigua que el “eslabón intermedio”.

El famosísimo antropólogo británico, Arthur Keith, se preguntaba: “¿estaban nuestros antecesores en lo cierto al rechazar la mandíbula de Abbeville? Pienso que no… Nuestros predecesores estaban influenciados en gran medida por sus prejuicios”[1].

La Mandíbula de Foxhall

Esta otra mandíbula humana –Homo Sapiens– se descubrió también en 1863 en Foxhall, Inglaterra, en depósitos del Plioceno.

Loren Eiseley de la Universidad de Pennsylvania afirmaba: “el interés (sobre la mandíbula) declinó en gran medida porque era de aspecto moderno” (…). Como no había nada respecto de ella que los anatomistas pudiesen considerar como primitivo, el interés rápidamente desapareció. Solo el tiempo dirá cuántos otros restos humanos antiguos han sido desechados simplemente porque no encajaban en el esquema evolucionista preconcebido”[2].

El Cráneo de Bald Hill

En 1866 se descubrió en Bald Hill, California, también en un depósito pliocénico, otro cráneo de Homo Sapiens. El profesor Whitney, geólogo del estado de California examinó escrupulosamente el hallazgo y confirmó su autenticidad. Sin embargo “la comunidad científica”, creyente en la evolución, terminó por rechazarlo diciendo que este cráneo no podía ser antiguo porque era muy parecido a los de los indios modernos, probablemente de esa zona de EE.UU. (¡¡¡demasiado Homo Sapiens para ser Homo Sapiens!!!).

Arthur Keith llegó a decir que “la historia del cráneo Calavera (de Bald Hill) no podía ser pasada por alto. Es un “espectro” que obsesiona al estudioso del hombre primitivo. Ciertamente si estos descubrimientos estuviesen de acuerdo con nuestras expectativas, es decir en armonía con las teorías que hemos establecido relativas a la evolución del hombre, nadie soñaría en dudar de ellos, mucho menos en rechazarlos”[3].

El Esqueleto de Galley Hill

Este esqueleto Homo Sapiens fue encontrado en Galley Hill, Inglaterra, en 1888, en depósitos del Pleistoceno temprano. John Weiner de la Universidad de Oxford dijo lo siguiente: “Este y otros hallazgos fueron entonces inaceptables, en gran medida porque la opinión general en esa época no admitía la aparición del Homo Sapiens más tempranamente que el Hombre de Neanderthal”[4].

Todos “históricamente incorrectos”[5].


 

 


Nos valemos en este post de la juiciosa obra del médico argentino Raúl Leguizamón (cfr. Raúl Leguizamón, Fósiles polémicos, Nueva Hispanidad, Buenos Aires 2002, 160 pp.) que resumimos aquí. Tanto las citas utilizadas como el modo de aplicarlas, corresponden a este opúsculo; véanse también del mismo autor La ciencia contra la Fe, Nueva Hispanidad, Buenos Aires 2001; 52 pp. y En torno al origen de la vida, Nueva Hispanidad, Buenos Aires 2001, 140 pp.

El Dr. Raúl Leguizamón se doctoró en medicina en la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina). Cursó además estudios en universidades de EE.UU., Alemania y Japón. Durante veintidós años ejerció como anatomopatólogo del Hospital San Roque, de la ciudad de Córdoba, de cuya Comisión de Bioética fue miembro. Ha sido docente de Histología, Embriología y Genética y de Anatomía Patológica en la Universidad Nacional de Córdoba, y desde el año 2003 dirige el Instituto Creacionista de la Universidad Autónoma de Guadalajara (Méjico). Ha dado conferencias y publicado libros sobre temas de su especialidad, destacándose en particular por denunciar los errores del evolucionismo en cualquiera de sus modalidades, incluida la sedicente católica.

[1] Arthur Keith, “The Antiquity of Man”, (1925) p. 274. Citado por Malcom Bowden, “Ape-Men, Fact or Fallacy”, (Sovereign Pub. Kent, 1977) p. 89.

[2] Loren Eiseley, “The Immense Journey”, Random House, 1957, p. 18.
[3] Elliot Smith, Quarterly Journal of the Geological Society of London, Vol. 69 p. 147. Citado por B. Davidheiser, “Evolution and Christian Faith”, p. 471.
[4] John Weiner, “Man’s Ancestry”, New Biology, nº 5 (1948) p. 87.
[5] En una alocución papal del 30 de noviembre de 1941 titulada “Discurso en el Congreso de las Ciencias”, el Papa Pío XII mantenía la necesidad de que el hombre proviniese de otro hombre que fuese su “padre y progenitor”.