Opinión

El Muro de Berlín

 

No tengo ningún problema para recordar cuál fue el año de mi primera estancia en Alemania, porque estando allí estudiando alemán coincidí con la construcción del Muro de Berlín, el 13 de Agosto de 1961. Recuerdo que fueron unos días que cuando salíamos de clase del Goethe Institut, el equivalente al Cervantes español, nos íbamos rápidos a la televisión para seguir los acontecimientos de aquellos días, con una mezcla de frustración, impotencia, rabia y pena, viendo como una buena parte del pueblo alemán era condenado a vivir en una cárcel de la que no se podía salir.

10/11/14 2:29 PM | Pedro Trevijano Etcheverria


Años más tarde, ya sacerdote, estuve quince días en una parroquia del Berlín Oeste. Me impactaron las precauciones de la Policía Oriental para que nadie pudiese escaparse al Berlín Oeste y a la Alemania Occidental. Recuerdo que una noche me recorrí unos cuantos kilómetros del Muro para ver las medidas tomadas para impedir fugas (minas, perros, bengalas, puestos de vigilancia, órdenes de disparar a matar). No pude por menos de pensar, ante aquella exhibición de tiranía, que visitar Berlín y seguir siendo comunista tenía su mérito. El 26 de Junio de 1963, el Presidente Kennedy visitó Berlín y tuvo un memorable discurso, recordado internacionalmente por la última frase «Ich bin ein Berliner». Dijo: «Hace dos mil años el alarde más orgulloso era «civis romanus sum» («soy ciudadano romano»). Hoy, en el mundo de la libertad, el alarde más orgulloso es «Ich bin ein Berliner» (yo soy un berlinés). ¡Agradezco a mi intérprete la traducción de mi alemán! Hay mucha gente en el mundo que realmente no comprende, o dice que no comprende, cuál es la gran diferencia entre el mundo libre y el mundo comunista. Dejad que vengan a Berlín. Hay algunos que dicen que el Comunismo es el movimiento del futuro. Dejad que vengan a Berlín. Y hay algunos pocos que dicen que es verdad que el Comunismo es un sistema maligno pero que permite nuestro progreso económico. «Lasst Sie nach Berlin kommen» («Dejad que vengan a Berlín»)... Todos los hombres libres, dondequiera que ellos vivan, son ciudadanos de Berlín. Y por lo tanto, como hombre libre, yo con orgullo digo estas palabras «Ich bin ein Berliner».

No les extrañe por ello, que cuando hace venticinco años, un glorioso 9 de Noviembre de 1989, cayó inesperadamente el Muro de Berlín, me emocioné profundamente y lloré de alegría (no a todo el mundo le hizo gracia; un periódico inglés definió unos años antes la situación con esta frase: «la reunificación alemana es como el cielo, todos la quieren, pero lo más tarde posible»). Pero como decía un periódico de la época: «el hombre es un animal maravilloso al que le gusta la libertad». Al fin y al cabo, los creyentes sabemos que es uno de los dones más importantes que Dios ha dado al hombre. ¡Ojalá la sepamos usar bien!.

Diez años más tarde de la caída del Muro, pude seguir en un canal de televisión alemán los sucesos anteriores a la caída del Muro, desde un mes y medio antes del 9 de Noviembre. Ese espléndido acontecimiento fue posible gracias sobre todo a cuatro personas: Walesa, Juan Pablo II, Gorbachov y Ronald Reagan, sin olvidar al pueblo alemán oriental y a la Iglesia evangélica de Alemania Oriental, (la Católica tenía poca relevancia en la Alemania del Este), que supieron sacudir con sus manifestaciones el miedo hasta que llegaron a la libertad, sin olvidar al Gobierno húngaro que fue el primero, unos meses antes, que empezó a desmantelar el telón de acero. Nunca he sido comunista, pero cuando se destapó lo que había detrás del Muro, muchos y entre ellos yo, nos dimos cuenta que la situación era bastante peor de lo que habíamos pensado.Y es que comunismo y derechos humanos son sencillamente incompatibles, pues no respetan ni el derecho a la vida, ni el derecho a la libertad, ni el derecho a la propiedad, ni la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión, ni la libertad de expresión, de reunión o de asociación pacíficas, ni elecciones libres, ni la libertad sindical, ni la libertad de educación, ni el derecho de los padres a educar según sus convicciones a sus hijos y posiblemente me deje todavía unos cuantos derechos. Tomemos nota, no nos vaya a suceder algo así con los comunistas de Podemos. Pero me temo que con esa manía que nos ha entrado de echar a Dios de la vida pública, estemos sentando las bases para cargarnos los derechos humanos y destruir nuestra libertad.

Pedro Trevijano.