Cuando un titular te sale confuso

 

Titular un artículo es un arte. Hay titulares que despiertan curiosidad, otros animan a la lectura, y otros confunden sobre el contenido.

Y esto me ha pasado esta mañana. Un titular desafortunado que no correspondía al núcleo de lo escrito y ahora ando un poco espeso para buscar otro. Pues nada. Queda el post como estaba y sin título, entre otras cosas por si me sugieren alguno. Fuera de eso, todo bien.

Ahí va el post tal y como se publicó esta mañana:

El dato, que recoge y explica ampliamente en su blog Juanjo Romero, es escalofriante. Uno de cada cinco hispanoamericanos ya es protestante en alguna de sus innumerables confesiones. Pero es que además el número sigue aumentando a día de hoy. Habla de personas que se bautizaron y formaron como católicos pero que posteriormente han abandonado esta fe para pasar a engrosar las filas de los evangélicos o directamente las de los no creyentes.

Llevamos año y medio bajo el pontificado de Francisco. Un pontificado que muchos vienen calificando de primaveral, cercano, evangélico, de sencillez, comprometido con los pobres. Pontificado que hasta ha realizado signos más que evidentes de estar en comunión con los últimos de los últimos y apoyando sus reivindicaciones más extremas con actos como el encuentro con los movimientos populares hace días en el Vaticano.

Nos han venido contando desde hace años la milonga de que los católicos de Hispanoamérica abandonaban la Iglesia porque desde el Vaticano no comprendían sus luchas sociales y sus reivindicaciones de justicia nacidas desde la fe. Que mientras gente tan buena como los sandinistas, por ejemplo, o los teólogos, ideólogos y pastores de la liberación convencían al pueblo de que abandonaran su mística y su religiosidad para abrirse al auténtico espíritu de Jesús de Nazaret consistente por lo visto en renunciar a la vieja vida de fe, caduca y tradicional y cambiar el credo, el catecismo y la liturgia católica por reuniones de marcha e ideología izquierdosa  sazonada con un bastante de Palacagüina, desde el Vaticano llovían palos e incomprensiones (palos, en verdad pocos).

Tras lo que desde Hispanoamérica y algunos sectores, cada vez más minoritarios, de Europa se afirmaba estaba acabando con la fe, por lo visto estaban dos mindundis como san Juan Pablo II y Benedicto XVI. Dos cualquiera.

Bueno, pues llega un papa nuevo. Hispanoamericano, cercano a los pobres, sencillo, comprensivo, que apoya a los movimientos sin tierra, que acoge a los desheredados del mundo en el  Vaticano, se reúne con ellos y apoya directamente sus reivindicaciones más históricas. Vamos, era como para que las parroquias católicas estuviesen abarrotadas, los confesionarios con colas kilométricas, las misas dominicales multiplicándose y las clases de catecismo impartiéndose en plazas públicas.

Pues nada. Nada de nada. Algo falla. Porque todo el mundo tiene claro que cae bien, que es amable, simpático, sencillo, sobre todo sencillo… pero la gente no va a la Iglesia. Ya lo dijo en su momento González Faus con una de esas frases que me resultaron sangrante: “este papa posiblemente no va a convertir a nadie”.

Qué quieren que les diga… Pareciera que Francisco tenga todas las cualidades que el mundo expresa para ser el papa ideal. Algo falla. Porque hoy, y a pesar de que sí, que viva Francisco, en América la gente se sigue largando a las sectas. ¿Las razones? Vaya usted a saber. Se las he preguntado a Rafaela. Me dice: “si a mí que sea simpático me parece bien, pero como no nos enseñe a rezar, a confesarnos, a ir a misa los domingos y a vivir según los mandamientos, lo otro ná de ná, pa cuatro días”.