Un amigo de Lolo – Aceptar la Santa Providencia de Dios

Lolo

Presentación

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

Libro de oración

En el libro “Rezar con el Beato Manuel Lozano, Lolo” (Publicado por Editorial Cobel)  se hace referencia a una serie de textos del Beato de Linares (Jaén-España) en el que refleja la fe de nuestro amigo. Vamos a traer una selección de los mismos.

Aceptar la Santa Providencia de Dios

 Ya es un hecho significativo que la vida de Cristo se abra con la dependencia de un niño que nace y se cierre con unas manos atravesadas. Algo muy trascendental tiene que suponer la inutilidad cuando la Redención se entrecomilla con las dos estampas quietas de una criatura. A nosotros sólo nos toca aceptar, porque la aceptación es la que encaja y da sentido a las cosas. Dada nuestra conformidad a la quietud o a la parálisis, la explicación que entonces se nos abre es la de que, tanto como una canalización del amor de los demás, la inutilidad es una llamada a lo humilde y a nuestro espíritu más generoso. Cuando se tiene el cuerpo como el de un niño que necesita papillas y cuidados, uno ya puede decir que está llamado al buen camino de la infancia evangélica“.

(Dios habla todos los días, p. 29)

¡Qué difícil nos resulta, muchas veces, cumplir con lo que Dios quiere para nosotros!

En realidad, nos conviene darnos cuenta de que, ante el Creador, no somos nada. No quiere decir eso que el Señor no nos tenga en cuenta sino que poco podemos hacer sin Él. Eso ya lo dijo Jesús cuando convenía decirlo, para que fuese entendido, pero pudiera parecer que es de poca importancia una verdad tan obvia y tan grande como ésa.

Pues bien, si somos poco y lo poco que somos lo somos gracias a la gracia de Dios y a su santa voluntad sobre nuestra existencia,  ¿a qué envalentonarse cuando necesitamos del Todopoderoso para todo lo bueno que queramos hacer, que su voluntad arraigue en nuestro corazón para ser buenos?

Pero hay algo más, un paso más que dar. Cuando física o espiritualmente nos damos cuenta de nuestra pobreza (de una u otra clase) ha de entrar en eficacia una virtud muchas veces capitidisminuida en nuestra vida: la humidad  y otra que debe hacernos manifestar un corazón tierno: la generosidad.

Si somos humildes podremos ofrecer a Dios nuestros muchos sufrimientos (unos más que otros, eso es bien cierto) y hacerlo por las intenciones que su Espíritu nos sople en nuestro corazón. Si generosos, echar una mano a los hermanos que se sientan atribulados sin darse cuenta, eso siempre pasa, que hay otros que están peor que ellos…

Es bien cierto, por tanto, que dependemos de Dios, de su santa Providencia. Por eso Manuel Lozano Garrido nos habla de la imagen de un Dios que, como hombre, nace como hombre y, como tal, está totalmente indefenso, es poca cosa… Es más, que termina su vida también dependiendo… de los clavos de los que lo sujetan con fuerza a unos maderos que forman una cruz, la Cruz.

Todo, como podemos ver y darnos cuenta, está en el corazón de Dios y desde el mismo ilumina unas vidas, las nuestras, muchas veces oscuras, muchas veces alejadas de lo que de gozoso pueda tener la existencia misma del ser humano. Pero, lo bien cierto es que si tenemos en cuenta que el Creador nos creó para ir hacia Él y no mirar para otro lado cuando fuésemos llamados a su presencia, a lo mejor nos damos cuenta de que vale más la pena ser humilde y generoso que soberbio y egoísta.

Al fin y al cabo, se trata de acumular para la vida eterna y para esta que, no lo olvidemos, se termina y se terminará para siempre.  

 

Eleuterio Fernández Guzmán