Granada: presuntamente culpables

 

El que esto escribe cursó, durante una serie de años, la carrera de Derecho y la terminó hace, más o menos 10 tras un notable esfuerzo no exento de la ayuda de Dios, inspiración del Espíritu Santo y la ayuda inestimable de su Ángel Custodio.

 

Pues bien, a lo largo de tal serie de años una cosa quedó meridianamente bien aprendida y asumida: una persona no es culpable hasta que se demuestra que lo es. Nunca, pero nunca de nunca y jamás.

 

Esto, así dicho, parece lo más lógico pues no es de esperar que una persona, a la que se la acusa de lo que sea tenga que demostrar que no lo ha hecho para eximirse de tal culpa. Es decir, demuestra que es culpable quien acusa y, en todo caso, el acusado se defiende… si quiere, claro está.

 

Sin embargo, hay casos en los que las cosas no son así y se invierten los términos de una manera bastante vergonzante y vergonzosa. Es más, por parte de algunas personas se llevan las cosas demasiado lejos antes de haber salido el vehículo de su lugar de salida. Es decir, que alguno se ha pasado varios pueblos con determinadas actuaciones.

 

Digamos, ahora mismo, como se suele decir con lenguaje popular, que el “que la hace, la paga”. Y aunque sabemos que, en determinados casos eso no pasa (veamos, por ejemplo, la corrupción política) estamos más que seguros que en casos como el que ahora nos ocupa, pasará. Y es lógico, por otra parte, que así pase. Nada, pues, que objetar.

 

Decimos, sin embargo, que aquí, en el caso de presunto delito de pederastia acaecido en la diócesis de Granada (España) las cosas se han torcido desde el principio. Y, a sabiendas de cómo son los medios de comunicación con lo relacionado con la Iglesia católica, podemos decir, sin temor a equivocarnos, que se están cebando más que bien y están disfrutando como gorrinos en el barro con lo presuntamente acaecido en Granada.

 

Han comprobado los amables lectores que he utilizado varias veces el término “presunto” con algunas de sus variantes. Y es porque, de no hacerlo así, por muy claras que puedan estar las cosas, el resultado a lo mejor no es como el que se espera de este caso.

 

Digo, desde ahora mismo, que no dudo lo más mínimo de lo que la persona afectada por los presuntos delitos cometidos, o sea la víctima de los mismos, diga la verdad. Dios me libre de dudar de la misma en un caso como éste. No se trata de eso sino de otra cosa que tiene mucho que ver con lo intrínseco de la justicia y con el valor primordial que representa la misma.

 

Decir que alguien es “presunto” en realidad quiere decir poco porque aquí, que se sepa, nadie es culpable, decimos, hasta que se demuestre que lo es. No debemos olvidar, no se debe olvidar, esto porque de hacerlo estamos haciendo un flaco favor, primero, a quien acusa y, luego, a quien es acusado.

 

Sin embargo, en este caso hay ya “varios” culpables que no son presuntamente inocentes sino presuntamente culpables. Y no otra cosa se puede entender de lo visto, oído y leído en estos días pasados y ahora mismo desde que, con voceros ampliados por los medios de comunicación, se dio noticia de lo que presuntamente había ocurrido en algunas casas de la diócesis de Granada (España).

 

Los presuntos hechos son los que todo el mundo ya conoce pero, sin embargo, lo que ya parece que se ha demostrado (antes, incluso, de que haya imputaciones efectivas) es que determinados sacerdotes son culpables de todo tipo de delitos: pederastia, apropiación de bienes de una anciana a la que, al parecer, obligaron a hacer donación en herencia de mucho dinero…

 

Digo esto del dinero porque el que esto suscribe vio en televisión como una persona, familia de la citada anciana, dijo que los sacerdotes habían impedido que se acercaran a la anciana cuando la misma estaba enferma con el fin, supuesto, de que no hubiera contacto con ella y así poder hacerse con la herencia. Y Digo que es posible que esto pudiera ser cierto porque pudo pasar pero quien viera aquello, de aquella forma que se ponía ante los ojos, acabaría pensando que lo que decía aquella persona, sin demostrar nada más que la aportación de su palabra iba, como se dice, a misa.

 

El caso es que aquí se han invertido los términos de las cosas: estos sacerdotes no son, al parecer, presuntamente inocentes sino presuntamente “culpables” y están, ya, crucificados para el resto de sus vidas.

 

Es posible que sea cierto todo lo que se ha dicho pero para que eso sea así se deberá demostrar. Antes no se puede hacer lo que se está haciendo con estos sacerdotes.

 

Y si, luego, se demuestra, que son culpables… donde tengan que ir… que vayan pues no nos van a doler prendas al admitir la culpa, si se demuestra y en los términos que se demuestra pero, hasta entonces… nada de nada.

 

Por eso me duele que, por parte de alguien que es muy importante, se empezara dando pábulo a lo que se decía teniendo en cuenta sólo la información de una sola de las partes. Y que sí, que la Iglesia católica ha de hacer todo lo posible para, conocido esto y demostrado esto (o lo que sea delictivo) se lleven ante los tribunales civiles (los eclesiásticos o la norma eclesiástica dirá, también, lo que tenga que decir) a las personas afectadas pero, hasta entonces, está muy mal, se ve fatal y suena a justificación del linchamiento social determinadas actuaciones.

 

Y quien tenga ojos para ver, vea y oídos para escuchar, escuche.

  

Eleuterio Fernández Guzmán