De creados y caídos a redimidos y santificados

Todos, sin excepción, procedemos de esa primera pareja primigenia, de esos primeros padres a los que el Génesis da el nombre de Adán y Eva. Sin entrar en el carácter literario de esos primeros capítulos de la Biblia, no hay manera de negar la doctrina que se contiene en los mismos. La vemos a lo largo del resto de la Escritura y muy especialmente en los textos de San Pablo, que dan fe de las consecuencias de la caída para todo el género humano.

La práctica totalidad delos fieles conocen que Adán y Eva fueron los primeros padres, pero no tantos saben que la Escritura da testimonio de que Cristo es el segundo Adán y la Tradición afirma que la Virgen María es la segunda Eva

De Cristo:

pero la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, aun sobre aquellos que no habían pecado con prevaricación semejante a la de Adán, que es tipo del que había de venir. Mas no es el don como fue la transgresión” Pues si por la transgresión de uno solo han muerto los que son muchos, con más razón la gracia de Dios y el don de la gracia, que nos viene por un solo hombre, Jesucristo, se ha difundido copiosamente sobre los que son muchos.

Rom 5,14-15

Y:

por eso está escrito: “El primer hombre, Adán, fue hecho alma viviente”; el último Adán, espíritu vivificante. Pero no es primero lo espiritual, sino lo animal, después lo espiritual.  El primer hombre fue de la tierra, terreno; el segundo hombre fue del cielo. Cual es el terreno, tales son los terrenos; cual es el celestial, tales son los celestiales.”

1ª Cor 15,45-48

De María:

“Si por medio de la Virgen Cristo se hizo hombre, es porque el plan divino establece que por el mismo camino en que comenzó la desobediencia de la serpiente se encontrara también la solución. En realidad, Eva era virgen e incorrupta cuando acogió en su seno la palabra que le dirigió la serpiente y dio a luz la desobediencia  y la muerte, por el contrario la virgen María concibió fe y alegría cuando el ángel Gabriel le anunció la buena nueva de que el Espíritu del Señor vendría sobre ella y el poder del Altísimo la cubriría con su sombra, de manera que el ser santo nacido de ella sería Hijo de Dios (Lc 1,35). Ella respondió: Hágase en mi según tu palabra (Lc 1,38)".

(San Justino Mártir, Diálogo con Trifón. Siglo II)

Y:

“De la misma manera que aquella -es decir, Eva- había sido seducida por el discurso de un ángel, hasta el punto de alejarse de Dios a su palabra, así ésta -es decir, María- recibió la buena nueva por el discurso de un ángel, para llevar en su seno a Dios, obedeciendo a su palabra; y como aquella había sido seducida para desobedecer a Dios, ésta se dejó convencer a obedecer a Dios; por ello, la Virgen María se convirtió en abogada de la virgen Eva. Y de la misma forma que el género humano había quedado sujeto a la muerte a causa de una virgen, fue librado de ella por una Virgen; así la desobediencia de una virgen fue contrarrestada por la obediencia de una Virgen…”

(San Ireno de Lyon, Adverus Haereses., 5, 19, 1. Siglo II).

La diferencia entre el cristiano y el que no lo es, es que mientras que tanto el uno como el otro son hijos del primer Adán y la primera Eva, solo el cristiano es hijo del segundo Adán (Dios encarnado) y de la segunda Eva (la Madre de Dios). 

Esto está lejos de ser un mero concepto teológico. Tiene consecuencias “prácticas", por así decirlo, muy importantes. El cristiano, desde que recibe el bautismo, está llamado a vivir la vida del segundo Adán y no del primero. Y para ello es sellado con el Espíritu Santo. Así, leemos:

Es Dios quien a nosotros y a vosotros nos confirma en Cristo, nos ha ungido, nos ha sellado y ha depositado las arras del Espíritu en nuestros corazones.

2 Cor 1,21-22

Y:

En El, en quien hemos sido hechos herederos, predestinados, según el propósito de aquel que hace todas las cosas conforme al consejo de su voluntad, a fin de que seamos para alabanza de su gloria nosotros los que ya antes habíamos esperado en Cristo;  en el cual también vosotros, que escuchasteis la palabra de la verdad, el Evangelio de vuestra salud, en el que habéis creído, fuisteis sellados con el sello del Espíritu Santo prometido, que es arras de nuestra herencia, para la redención de su adquisición, para alabanza de su gloria.

Efe 1,11-14

Cuando pensamos en la vida eterna, que Cristo nos ofrece y nos regala, por lo general nos fijamos más en la condición de eterna que en la palabra vida. Esa vida no es mera existencia. Es ni más ni menos que compartir la naturaleza divina. Así lo enseña San Pedro:

Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia,  por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia;

2ª Ped 1,3-4

¿Qué, pues? ¿viviremos conforme al primer Adán, hombre caído, o conforme al segundo Adán, Dios hecho hombre que nos abre de par en par las puertas a una comunión consistente en ser semejantes a Él?

La diferencia es grande. Es enorme. Es vital. Aun arrastramos las heridas causadas por la caída del primer Adán. Vemos en nosotros todavía la obra del viejo hombre, pero:

sabemos que nuestro hombre viejo ha sido crucificado con El, para que fuera destruido el cuerpo del pecado y ya no sirvamos al pecado.

Rom 6,6

Y se nos exhorta a:

Dejando, pues, vuestra antigua manera de vivir, despojaos del hombre viejo, que se va corrompiendo detrás de las pasiones engañosas, renovándoos en el espíritu de vuestra mente y revistiéndoos del hombre nuevo, creado según Dios en justicia y santidad verdaderas.

Efe 4,22-24

Y otra vez:

Pero ahora deponed también todas estas cosas: ira, indignación, maldad, maledicencia y torpe lenguaje. No os engañéis unos a otros; despojaos del nombre viejo con todas sus obras, y vestios del nuevo, que sin cesar se renueva, para lograr el perfecto conocimiento, según la imagen de su Creador,

Col 3,8-10

Tenemos la redención que Cristo nos consigue en la Cruz. Tenemos el Espíritu Santo que obra nuestra santificación. Tenemos el perdón de Dios en el sacramento de la Confesión cada vez que caigamos -y sin duda caeremos-. Tenemos la poderosa intercesión de aquella de quien la Iglesia enseña desde muy temprano que es “causa de nuestra salud”, pues el fruto de su vientre es nuestra salvación. Tenemos la comunión de los santos, que participan de la única y absoluta mediación de Cristo. Y por tener, tenemos a nuestro servicio a los ángeles, que son “espíritus administradores, enviados para servicio, en favor de los que han de heredar la salvación” (Heb 1,14) Y con todo eso a nuestro favor, ¿sería mucho pedir que nos mostráramos dóciles a aceptar tanto regalo, tanto don? 

No nos abrumemos por tanta dádiva de lo alto. No caigamos en la desesperación si vemos que el viejo hombre sigue lastrándonos más de lo que nuestra débil voluntad desearía. No somos muy distintos del apóstol que escribió esto:

Por consiguiente, tengo en mí esta ley, que, queriendo hacer el bien, es el mal el que se me apega; porque me deleito en la Ley de Dios, según el hombre interior; pero siento otra ley en mis miembros, que lucha contra la ley de mi razón y me encadena a la ley del pecado que está en mis miembros.
¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?..

Rom 7,21-24

Mas no se queda ahí, sino que añade:

Ahora pues, no hay ya condenación alguna para los que están en Cristo Jesús, porque la ley del espíritu de vida en Cristo Jesús me libró de la ley del pecado y de la muerte.

Rom 8,1-2

Y exhorta: 

Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos dará también vida a vuestros cuerpos mortales por virtud de su Espíritu, que habita en vosotros.
Así, pues, hermanos, no somos deudores a la carne de vivir según la carne, que si vivís según la carne moriréis; mas si con el espíritu mortificáis las obras de la carne, viviréis.
Porque los que son movidos por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios.  Que no habéis recibido el espíritu de siervos para recaer en el temor, antes habéis recibido el espíritu de adopción, por el que clamamos: ¡Abba, Padre!
(Rom 8,11-15)

Pecaremos todavía, pero no viviremos en la carne, en el pecado. Dios nos concede perdón y santificación. 

Hay otra consecuencia “práctica” de todo esto que estamos viendo. El mundo caído no puede ser tratado como si estuviera ya redimido. Hay un humanismo mentiroso, que cree al hombre capaz de autosalvarse, de subir los peldaños de la escalera de la perfección. En esa farsa el “yo” ocupa el más alto lugar. Es el viejo Adán, al que se idolatra constantemente. En el verdadero humanismo, aquel al que está destinada la humanidad redimida, el lugar más alto lo ocupa Aquel que, siendo Dios, se hizo hombre. 

Que María, abogada de Eva y abogada nuestra, nos ayude a fijar nuestros ojos en su Hijo Jesucristo, autor y consumador de nuestra fe.

Laus Deo Virginique Matri

 

Luis Fernando Pérez Bustamante