¿Quién consideraría legítima una reconciliación lograda a costa de la verdad?

La unidad de los cristianos es tan deseable, que Cristo pidió al Padre por ella. Por tanto, toda iniciativa dirigida a lograr dicha unidad es loable, siempre que tengamos en cuenta que no habrá unidad verdadera posible renunciando a la verdad. Esto no lo digo yo. Lo dijo San Juan Pablo II en su encíclica Ut unum sint:

18. Basándose en una idea que el mismo Papa Juan XXIII había expresado en la apertura del Concilio, 31 el Decreto sobre el ecumenismo menciona el modo de exponer la doctrina entre los elementos de la continua reforma. No se trata en este contexto de modificar el depósito de la fe, de cambiar el significado de los dogmas, de suprimir en ellos palabras esenciales, de adaptar la verdad a los gustos de una época, de quitar ciertos artículos del Credo con el falso pretexto de que ya no son comprensibles hoy. La unidad querida por Dios sólo se puede realizar en la adhesión común al contenido íntegro de la fe revelada. En materia de fe, una solución de compromiso está en contradicción con Dios que es la Verdad. En el Cuerpo de Cristo que es « camino, verdad y vida » (Jn 14, 6), ¿quién consideraría legítima una reconciliación lograda a costa de la verdad? La Declaración conciliar sobre la libertad religiosa Dignitatis humanae atribuye a la dignidad humana la búsqueda de la verdad, « sobre todo en lo que se refiere a Dios y a su Iglesia », y la adhesión a sus exigencias. Por tanto, un « estar juntos » que traicionase la verdad estaría en oposición con la naturaleza de Dios que ofrece su comunión, y con la exigencia de verdad que está en lo más profundo de cada corazón humano.

Dicho lo cual, el papa Francisco ha afirmado lo siguiente en Estambul (antigua Constantinopla) ante el Patriarca Bartolomé I:

La plena comunión no significa si sumisión ni absorción, sino acogida de todos los dones que Dios nos ha dado a cada uno… Para llegar a la meta deseada de la plena unidad, la Iglesia católica no pretende imponer condición alguna.

Ciertamente la fe católica no se puede imponer. El hombre es libre para aceptarla por gracia o puede rechazarla por su condición pecaminosa o por algún tipo de ignorancia invencible que puede disminuir e incluso anular su culpabilidad. Pero la verdad completa está y seguirá estando en el mismo lugar que siempre. Es decir, en el depósito de la fe que únicamente es guardado de forma completa por la Iglesia Católica. El resto de iglesias y comunidades eclesiales cristianas no lo custodian de forma íntegra. Es más, rechazan de forma abierta no pocos de sus puntos. En algunos casos, muchos.

A día de hoy, los siguientes dogmas de fe no son aceptados por los ortodoxos:

- Purgatorio. Curiosamente rezan por sus muertos, pero no aceptan que haya un lugar intermedio en el que son purificados y purgados. ¿Es inconsistente? Sí, pero es lo que hay

- Pecado original. No creen que el pecado ancestral -así lo llaman- de los primeros padres pase a generaciones futuras. Sí creen que pasa la tendencia hacia el pecado, pero su concepción sobre el libre albedrío tiene claras reminisencias pelagianas.

- Inmaculada Concepción. Creen que María fue sin pecado, pero como no creen en el pecado original, no consideran necesaria esa doctrina católica.

- Doctrinas sobre el papado. No creo necesario explicarlo.

- Matrimonio cristiano. Aceptan el adulterio. Es decir, aunque no casan a parejas adúlteras, sí las bendicen.

¿Y bien? ¿puede haber comunión plena con los ortodoxos mientras se mantenga su rechazo a esos dogmas de fe? 

O, aún más importante, ¿puede la Iglesia Católica renunciar a la condición dogmática de esas doctrinas en aras a una comunión plena con los ortodoxos? ¿podría hacer tal cosa sin dejar de ser la Iglesia Católica?

La respuesta a esas preguntas siempre será “no".

El Papa tiene razón en que la unión no significa ni sumisión ni asborción, sino acogida de todos los dones que nos ha dado Dios a unos y otros. Pues bien, entre esos dones que es necesario que los ortodoxos acojan figuran, sin el menor género de dudas, esos dogmas de fe. Porque como verdades que son, nos hacen libres.

¿Tienen dones los ortodoxos que los católicos no tenemos, mayormente, hoy en día? Sin duda. No tienen ustedes más que ver cómo celebran la Liturgia. Y cómo se han visto libres de la plaga del modernismo o el liberalismo teológico.

La lista de dogmas que no aceptan los protestantes es tan larga que no creo que merezca la pena abordarla. Pero también de ellos podemos acoger el don de su conocimiento bíblico que supera con creces al del católico medio. Siempre sabiendo que por mucha Biblia que se conozca, si se interpreta mal, el problema es muy serio.

¿Significa eso que no hay nada que hacer para lograr la comunión plena? Nuevamente parece necesario recordar lo indicado por el santo papa polaco en su mencionada encíclica:

En el diálogo nos encontramos inevitablemente con el problema de las diferentes formulaciones con las que se expresa la doctrina en las distintas Iglesias y Comunidades eclesiales, lo cual tiene más de una consecuencia para la actividad ecuménica.

En primer lugar, ante formulaciones doctrinales que se diferencian de las habituales de la comunidad a la que se pertenece, conviene ante todo aclarar si las palabras no sobrentienden un contenido idéntico, como, por ejemplo, se ha constatado en recientes declaraciones comunes firmadas por mis Predecesores y por mí junto con los Patriarcas de Iglesias con las que desde siglos existía un contencioso cristológico. En relación a la formulación de las verdades reveladas, la Declaración Mysterium Ecclesiae afirma: « Si bien las verdades que la Iglesia quiere enseñar de manera efectiva con sus fórmulas dogmáticas se distinguen del pensamiento mutable de una época y pueden expresarse al margen de estos pensamientos, sin embargo, puede darse el caso de que tales verdades pueden ser enunciadas por el sagrado Magisterio con palabras que sean evocación del mismo pensamiento. Teniendo todo esto presente hay que decir que las fórmulas dogmáticas del Magisterio de la Iglesia han sido aptas desde el principio para comunicar la verdad revelada y que, permaneciendo las mismas, lo serán siempre para quienes las interpretan rectamente».  

A este respecto, el diálogo ecuménico, que anima a las partes implicadas a interrogarse, comprenderse y explicarse recíprocamente, permite descubrimientos inesperados. Las polémicas y controversias intolerantes han transformado en afirmaciones incompatibles lo que de hecho era el resultado de dos intentos de escrutar la misma realidad, aunque desde dos perspectivas diversas. Es necesario hoy encontrar la fórmula que, expresando la realidad en su integridad, permita superar lecturas parciales y eliminar falsas interpretaciones.

Por supuesto, no es necesario esperar a la comunión plena para mantener unas relaciones fraternarles con los hermanos separados. Podemos rezar juntos, apoyar principios morales comunes, etc. 

Luis Fernando Pérez Bustamante