HOMILÍA DEL OBISPO

DESPEDIDA DEL OBISPO DE LA DIÓCESIS DE SANTANDER


S. I. Catedral, 18 de diciembre de 2014

Mons. Vicente Jiménez Zamora


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SANTANDER | 18.12.2014


            Queridos hermanos: “A vosotros gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (Rom 1, 7).

            El pasado día 12 de diciembre el Santo Padre el Papa Francisco me nombraba nuevo Arzobispo de Zaragoza. Le expreso mis sentimientos de gratitud por la confianza que ha depositado en mi humilde persona, a la vez que le manifiesto – como ya lo he hecho - mi fraterna adhesión y sincera obediencia, junto con mi oración por su persona y ministerio de Sucesor de Pedro.

            En esta tarde de despedida oficial de nuestra Diócesis de Santander entono un himno de alabanza y bendición. “Doy gracias a Cristo Jesús  nuestro Señor, que me hizo capaz, se fío de mí y me confió este ministerio” (1 Tim 1, 12).

Liturgia de la Palabra

            Estamos reunidos para celebrar la Eucaristía, fuente y cumbre de la vida y misión de la Iglesia. El pan que partimos nos une a todos en el Cuerpo de Cristo y el cáliz de nuestra acción de gracias nos une a todos en la sangre de Cristo.

            Me despido oficialmente de la Diócesis  aquí en nuestra S. I. Catedral, en la que el Obispo tiene su sede para enseñar y su altar para santificar al Pueblo de Dios.

            Estamos en el tiempo de Adviento, que nos invita a la alegre esperanza y a preparar los caminos del Señor. Los últimos días – los ocho días antes de la Navidad – la Iglesia está en expectación del parto de la Virgen y se leen en la Liturgia de las Horas las antífonas mayores de la “O”.

            En el Evangelio de hoy aparece San José. Su figura es un modelo de la fe bíblica. Hoy merece una atención especial este personaje, que entra en escena discretamente, y es ejemplo por su enorme respeto ante el misterio de Dios operado en María; por su integridad y honradez; por su silencio y laboriosidad sin protagonismos; por su fidelidad de hombre justo; por su disponibilidad absoluta  a los planes de Dios.

La sucesión apostólica

            Los Obispos, pastores visibles, pasamos por la Diócesis de Santander. Yo he sido el Obispo número diecisiete del Episcopologio santanderiense, desde el año 1754 en que se constituyó la Diócesis de Santander, pero Cristo, el ‘Supremo Pastor’ invisible (1 Ped 5, 4) y ‘Obispo de nuestras almas’ (1 Ped 2, 25) permanece para siempre. Cristo Jesús “el Buen Pastor no abandona nunca a su rebaño, sino que lo custodia y lo protege mediante aquéllos que, en virtud de su participación en su vida y misión, desarrollando de manera eminente y visible el papel de maestros, pastores y sacerdotes, actúan en su nombre en el ejercicio de las funciones que comporta el ministerio pastoral y son constituidos como vicarios y embajadores suyos” (Exhortación Apostólica Pastores Gregis 6).

            El 9 de septiembre de 2007, hace ya siete años, fui enviado a vosotros para ser el pastor de la Diócesis de Santander, que peregrina en Cantabria y el Valle de Mena. Fue para mí un honor inmerecido, un don inmenso y una grave tarea. Estoy todavía sobrecogido por tantas gracias de Dios derramadas en mi vida en estos años y por tantas muestras de cercanía, de afecto y de oraciones a lo largo de mi ministerio episcopal entre vosotros.

            Pero ahora, la noticia de mi nombramiento como nuevo Arzobispo de Zaragoza ha provocado en vosotros, como en mí, sentimientos encontrados. Dios me llama como a Abrahán a salir. Me solicita como al apóstol Pedro que le siga en esta etapa final de mi vida (cfr. Jn  21, 18-19). Me pide que le sacrifique mi pasado de memoria agradecida  y que le ofrezca mi futuro con alegría y esperanza.

Apoyado en la fuerza del Señor, me pongo diligente en camino. Siento cierta pena en la hora del adiós, porque el corazón sangra por donde ama, por dejar la Diócesis a la que he conocido y amado como a mi madre y esposa. La he recorrido desde oriente a occidente por toda la costa y  he atravesado todos los valles y montañas en distintas visitas pastorales. Vuestros rostros y nombres me son familiares. He compartido con vosotros, especialmente con mis hermanos sacerdotes, gozos y esperanzas, angustias y tristezas; oración, reflexión, trabajos apostólicos y planes pastorales. Me he sentido apoyado en todo momento por el trabajo de mis más directos colaboradores en el Consejo Episcopal de Gobierno y por mi fiel Secretario Particular.

He gozado y sufrido a vuestro lado y juntos hemos sentido el latido de nuestro pueblo, entre preocupante y esperanzado, en medio de la grave crisis, que necesita una regeneración moral para ser superada. Todos, autoridades y pueblo, pastores y fieles, debemos trabajar juntos para lograr lo mejor para Cantabria, para sus pueblos y sus habitantes. ¡Que cunda entre nosotros el sentido de la autoestima y superación y no la patética del lamento y de la crítica destructiva!

Acción de gracias

            En este momento siento la necesidad de dar gracias a Dios por todos vosotros: “pues sin cesar recordamos ante Dios, nuestro Padre, la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y la firmeza de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor” (1 Tes 1, 3).

            Os agradezco, queridos hermanos sacerdotes,  el don de vuestras vidas y el ejercicio de vuestro ministerio. Sin vosotros no hubiera podido hacer nada. ¡Cuántos sacerdotes de ayer y de hoy han gastado y gastan generosamente su tiempo, sus fuerzas, su salud por los caminos de la misión en nuestros pueblos y parroquias y entre nuestras gentes! ¡Cuántos sufrimientos y heridas, trabajos y preocupaciones, hemos puesto cada día en la patena del ofertorio de la Eucaristía! Poned en marcha las propuestas de la reciente Asamblea Diocesana del Clero, que tantas ilusiones ha despertado.

Recuerdo con especial cariño y gratitud al Seminario de Monte Corbán, corazón de la Diócesis, a sus superiores,  profesores y seminaristas y también al personal de servicio. Queridos seminaristas: sed fieles a la vocación recibida para perseverar hasta el final, aunque sean momentos duros. ¡Merece la pena ser sacerdote! Es un camino de felicidad y los sacerdotes hacemos mucho bien a la Iglesia y a la sociedad.

            Gracias a vosotros, religiosos y religiosas, hombres y mujeres de vida contemplativa, de vida apostólica, institutos seculares, orden de las vírgenes. Sois un don de Dios para nuestra Iglesia. Por eso cuánto sufrimos cuando se cierra una comunidad y os marcháis de la Diócesis. Conservad vuestra alegría, vuestro testimonio de profetas y vuestro espíritu de comunión, salid a las periferias existenciales y pasad a las otras orillas haciendo la travesía en la barca de la Iglesia, en la que siempre está Cristo al timón.

            Gracias a vosotros los laicos, que sois la inmensa mayoría del Pueblo de Dios, Iglesia en el mundo y mundo en la Iglesia. ¡Con cuánta ilusión hemos celebrado la Asamblea Diocesana de Laicos! Id aplicando las propuestas en el campo de la identidad, de la comunión y de la misión. Sed sal de la tierra, luz del mundo y fermento en la sociedad, sobre todo, a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia.

            Ruego a todos, sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos, que pongáis en marcha el Plan Pastoral, que con tanta ilusión y esperanza hemos preparado. El Señor nos pide a todos que seamos “Una Iglesia Diocesana en conversión y en salida”, en sintonía y comunión con el momento que vive la Iglesia en el mundo, guiada por el Sucesor de Pedro, el Obispo de Roma, el Papa Francisco.

            En esta hora del adiós tengo presentes ante Dios a las familias, a los niños, a los adolescentes, a los jóvenes, a los  adultos, a los ancianos, a los enfermos, a los pobres, a los inmigrantes, a los que no tienen trabajo y no pueden vivir con dignidad de personas. Para todos va mi recuerdo y oración.

            Agradezco a las Autoridades regionales y locales, y a las Instituciones políticas, jurídicas, académicas su valiosa aportación y colaboración leal con la Diócesis y conmigo personalmente. La vida política es un arte noble y difícil, pero es necesaria en la sociedad para la consecución del bien común. La Iglesia muestra su aprecio por la función pública y ora por los legítimos representantes del pueblo.

            Y mi gratitud también para los Medios de Comunicación Social de la Región, cuando han sabido informar con objetividad y enjuiciar a las personas y acontecimientos de la Iglesia con sinceridad y verdad.

            En estos momentos siento la necesidad de pedir perdón y disculpas, porque en mis siete años de servicio pastoral os he podido ofender a algunos de palabra, obra y omisión, y sin duda habré defraudado a otros. Os pido perdón a los que os sintáis ofendidos y, a la vez, otorgo mi perdón generoso a los que han podido ofenderme.

Recomendaciones finales

            Me permito haceros unas recomendaciones finales. Yo me voy a la Archidiócesis de Zaragoza apoyado en la fuerza del Señor, pero vendrá otro hermano Obispo con mayor amor, con mejor preparación y celo pastoral. Cuando llegue el momento, recibidlo con el mismo cariño y calor con que me acogisteis a mí. Orad confiadamente al Señor para que envíe pronto a la Diócesis un Obispo bueno: maestro de la fe, ministro de la gracia del supremo sacerdocio y pastor de nuestra Iglesia Diocesana, que lleve al mismo tiempo la solicitud por todas las Iglesias.

            Os exhorto a todos, pero especialmente a los sacerdotes y religiosos a que permanezcáis unidos a Cristo y entre vosotros en la comunión de la Iglesia. ¡Qué fuerza tan grande tiene la comunión eclesial para la misión,  y qué debilidad tan fuerte es la desunión! ¡Te pido, Padre, que todos sean uno! (cfr Jn  17, 21).

            Acordados de mí en vuestras oraciones, para que sea fiel a Cristo y a su Iglesia y haga de mi ministerio un “amoris officium”, porque servicio de amor es apacentar la grey del Señor (San Agustín). Pedid por mi nueva Archidiócesis de Zaragoza, con la que nos unen vínculos de historia y de fe. Las aguas del río Ebro, que nace en Fontibre cerca de Reinosa, van bajando desde Cantabria hasta Zaragoza y besan el santo Pilar. “El Ebro guarda silencio, al pasar por el Pilar. La Virgen está dormida. No la quiere despertar”, canta la conocida jota aragonesa.

Voy a Zaragoza en el nombre del Señor, fiado en su Palabra,  con la fuerza de su gracia, y con la alegría de poder anunciar y servir la alegría del Evangelio (Evangelii gaudium). En Zaragoza tenéis un amigo y vuestra casa abierta.

            La Eucaristía, en la que estamos participando, es fuente de comunión y misión, alimento para andar el camino. Que nos guíen en nuestro camino el patrocinio de San Emeterio y Celedonio,  la fiel protección de la Virgen Bien Aparecida y de todos los santos y beatos de nuestra Diócesis de Santander. Amén.