Un amigo de Lolo – Lo que somos ante Dios

Lolo

 

Presentación

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

Libro de oración

En el libro “Rezar con el Beato Manuel Lozano, Lolo” (Publicado por Editorial Cobel, www.cobelediciones.com ) se hace referencia a una serie de textos del Beato de Linares (Jaén-España) en el que refleja la fe de nuestro amigo. Vamos a traer una selección de los mismos.

Aquí está -iba a decir ‘mí’-nuestro Cristo, que sigue dando pan de harina y hasta aumenta la ración con rayos ‘lasser’, plataformas interplanetarias y elementos químicos; el que, sobre los aceleradores de protones, las luces de neón y el machaqueo de los teletipos, continúa, no sólo diciendo que es la Vida, sino dándola y encaramándonos por el camino de la caridad y la salvación.

Para Él, amigos, me vais a perdonar, reservo la más humilde, pero ferviente y sincera petición de indulgencia, porque, de cara a la suya, noto el enorme remordimiento de la palabra que es pequeña y en mí se hizo más enana, para expresar algo del fuego de amor por los hombres que ruge en el volcán de su corazón”.

(Reportajes desde la cumbre, pp. 25-26)

En este texto de Lolo nos muestra el Beato de Jaén (España) que una falsedad, no por falsa menos difundida, es, exactamente, expresión de que no se conoce a Dios. Decimos que se refiere a que, para muchos, cuando Dios creó todo lo que creó (todo) descansó al séptimo día y luego… también. Vamos, que no tenemos que preocuparnos por lo quiera el Creador sino que dependemos de nosotros mismos para actuar, ser, vivir… y morir. Y, por tanto, que nuestro albedrío ha de ser total, sin límite alguno y puesto a disposición del mundo.

Entiéndase esto. Si el Todopoderoso nos creó pero, acto seguido, se olvida de nosotros, no tenemos obligación alguna de cumplir con su voluntad porque, al fin y al cabo, ¿a qué tanto por quien se ha desentendido de nosotros? Es decir, es un sí pero… no.

Así dicho, algún espíritu tibio o flojo puede agarrarse a esto como a un clavo ardiendo para seguir siendo tibio o flojo. Olvida, en tal instante, que hay algo que Dios no soporta (diría, incluso, que no perdona) y es la actitud de quien parece que sabe que hay algo de verdad pero que no comprende o no quiere comprender. Eso le lleva a abstenerse de Dios, a apartarlo de su vida o, en todo caso, al tan terrible “cumplimiento” de cumplo y miento. Por eso decimos que tal actitud el Padre no la perdona y acaba por vomitar de su boca a quien así actúa.

Pero hay creyentes, como aquí traemos y podemos ver, que saben de verdad lo que pasa con Dios, con nosotros, con nuestra relación de nosotros con Dios y, lo que es más importante: con la relación de Dios con nosotros, de Padre a hijos.

Como bien sabemos, conscientes como somos de la bondad del Creador para sus creaturas, todo lo que existe ha sido posibilitado por el corazón misericordioso del Padre. En todo caso, el ser humano (dotado de inteligencia y capacidad de perseverar en su búsqueda) lo único que hace es descubrir lo que ya existe y se encuentra velado a la espera de que los dones del hombres sean puestos a trabajar. Así, podemos decir que cuando Newton formuló la Ley de la gravedad, la misma ya existía, creada por Dios para que cumpliera su misión, y fue el hombre (aquel concreto) quien fue capaz de decir, en palabras humanas, lo que es propio de Quien todo lo puede y crea.

Es decir, ni Dios nos abandonó, en cuanto especie, cuando nos creó ni ahora mira para otro lado en lo tocante a nuestra existencia. Y comprender eso, aceptarlo como verdad y llevarlo a nuestro corazón y nuestra vida es muestra de cordura espiritual, de sentido de la correspondencia con la verdad y, sobre todo, de franco agradecimiento a Quien lo es todo porque lo es (es más, ya dijo “Soy el que soy”) y no quiere que nosotros, su amada descendencia sea menos de lo que puede ser.

Como sabemos, pues, lo que somos ante Dios, no es mala cosa sino buena y mejor para nuestro espíritu presentar humildemente aquello que es de nuestro interés (propio o, mejor, ajeno) ante el Todopoderoso (¡Gloria eterna al Señor!) y, aunque seamos conscientes de nuestra nada, de nuestro ínfimo ser ante Quien es misericordioso sin límite, no por eso debemos olvidar que sí somos capaces de dar gracias y que, cuando lo hacemos, seguramente en el corazón de Dios se debe encender una llamita (muy pequeña dado nuestro ser pecador) que ilumina el Cielo durante un instante y que en ese mismo momento algún corazón en la tierra se da cuenta de su posición baja ante Quien puede perdonarle para siempre.

Y es que se puede hacer tanto tan sólo con reconocer la Verdad…

 

Eleuterio Fernández Guzmán