Lineamenta del Sínodo de la Familia -Respuesta a la pregunta previa

XIV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos

La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo

Respuestas a las preguntas de los Lineamenta para la recepción y la profundización de la Relatio Synodi

 

Pregunta previa: ¿La descripción de la realidad de la familia presente en la Relatio Synodi corresponde a lo que se encuentra en la Iglesia y en la sociedad de hoy? ¿Cuáles aspectos faltantes pueden ser integrados?

Respuesta a la pregunta previa 

La Relatio Synodi (RS) no se refiere explícitamente a los siguientes aspectos de gran importancia en relación con el tema central del último Sínodo de los Obispos: 

  1. La gran caída de los matrimonios sacramentales en muchos países de antigua tradición católica.
  2. La frecuente infidelidad a la doctrina católica en la catequesis y en la pastoral.
  3. El fin esencial procreador del matrimonio y del acto conyugal.
  4. La bioética: anticoncepción, esterilización, aborto, reproducción artificial, etc.
  5. La nefasta influencia cultural y política de la ideología de género.
  6. Las familias numerosas. 

Además, hay varios puntos importantes que son apenas aludidos, sin mayores desarrollos; por ejemplo: la castidad, la pornografía, etc. 

A continuación propondremos una reflexión sobre esos aspectos faltantes o descuidados en la RS.


La RS afirma la existencia de una crisis del matrimonio y de la familia (cf. nn. 2, 5, 32). También afirma que están aumentando los divorcios, los concubinatos y los nacimientos fuera del matrimonio (cf. nn. 8, 42). Sin embargo, no se menciona un dato fundamental: en las últimas décadas, en muchos países de antigua tradición católica, se ha producido una caída estrepitosa del número de matrimonios sacramentales. Por ejemplo, en la Arquidiócesis de Montevideo (Uruguay), el número de matrimonios sacramentales descendió un 75% en 24 años (de 3.562 en 1989 a 889 en 2013). De continuar esa aguda tendencia decreciente, dentro de veinte años el matrimonio sacramental prácticamente habrá desaparecido en esa Iglesia local. Lamentablemente, no se trata de un caso aislado. En muchas otras Iglesias locales se da una situación similar. Por ejemplo, en toda la República Argentina los matrimonios sacramentales cayeron un 62% en 22 años (de 155.194 en 1990 a 58.629 en 2012). Consideramos necesario que el próximo Sínodo de los Obispos se plantee de forma directa y explícita este problema dramático y lo sitúe en el centro de su atención y de sus reflexiones. 

¿Cuáles son las causas de este fenómeno? En este punto, tratado por la RS sólo de forma indirecta o implícita, ésta oscila entre dos explicaciones, una adecuada y otra inadecuada (a nuestro juicio). En los numerales 5 y 32, la RS da una indicación acertada y fundamental, que luego no profundiza mayormente: la causa principal de la crisis del matrimonio y de la familia es la crisis de fe. En el numeral 42, en cambio, se sostiene una tesis de sabor materialista: en algunos países las uniones de hecho son muy numerosas “sobre todo por el hecho de que casarse es percibido como un lujo, por las condiciones sociales, de modo que la miseria material empuja a vivir uniones de hecho”. Consideramos que el próximo Sínodo debería profundizar la reflexión sobre el nexo entre la crisis de fe y la crisis de la familia, prestando atención sobre todo al fenómeno de la descristianización y la secularización masivas en muchas Iglesias locales. 

Pasando a las consecuencias, cabe decir que la gran caída de los matrimonios sacramentales potencia directa o indirectamente todos los demás aspectos de la crisis de la familia: el aumento de las uniones libres, de los matrimonios sólo civiles, de los divorcios, de los nacimientos fuera del matrimonio, etc. 

En cuanto a las soluciones de este problema (y también de todos los otros aspectos de la crisis de la familia), nuestra posición se puede resumir en el siguiente argumento: 

1) Debe haber sintonía entre la doctrina católica y la praxis o conducta de los católicos.

2) Pero es bastante claro que en general o en promedio existe una gran distancia entre una y otra en lo referente a la moral sexual y matrimonial.

3) Ahora bien, la doctrina católica no puede cambiar sustancialmente, aunque puede desarrollarse de un modo homogéneo (o sea, crecer en su misma línea, manteniendo la identidad esencial consigo misma).

4) Por lo tanto, el cambio fundamental que se requiere hoy en la Iglesia Católica en esta materia es un ajuste masivo de la praxis a la doctrina.

5) Por supuesto, sólo puede darse ese ajuste si los fieles católicos conocen la doctrina católica y creen en ella. Pero ¿cómo la conocerán y creerán si se predica tan poco, al menos en algunos aspectos fundamentales? En esto los pastores tienen una gran responsabilidad. 

Por otra parte, si bien apoyamos las ansias de renovación pastoral, nos parece sumamente necesario despejar algunos posibles equívocos o ambigüedades: la renovación pastoral debe seguir ante todo la línea de un nuevo ardor evangélico y misionero, en fidelidad a toda la doctrina católica, bíblica y tradicional, lo que implica, entre otras cosas, denunciar el pecado con un lenguaje claro y hacer un fuerte llamado a la conversión. La “nueva evangelización” ha de ser “nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión”, no en su contenido esencial. El Evangelio de Cristo es el mismo, ayer, hoy y siempre.


La causa principal de la crisis de la familia cristiana es la crisis de fe. Entonces, si se desea buscar las raíces profundas de la crisis de la familia cristiana, se debe buscar las causas de la crisis de fe. Por eso nos parece imprescindible que el próximo Sínodo reflexione a fondo sobre otro hecho capital omitido en la RS: la frecuente infidelidad a la doctrina católica sobre el matrimonio en la catequesis y en la pastoral. Este hecho se inscribe dentro de la crisis del post-concilio. 

Desgraciadamente, desmintiendo las previsiones más optimistas, después del Concilio Vaticano II (pero no a causa de éste), se produjo una grave crisis de la Iglesia Católica. Durante esa crisis, que persiste aún hoy, florecieron y se desarrollaron dentro de la Iglesia muchos errores, herejías y abusos, que afectaron a todos los aspectos de la vida cristiana (doctrina, moral, culto, etc.). 

“Hay que lamentar que de diversas partes han llegado noticias desagradables acerca de abusos cometidos en la interpretación de la doctrina del Concilio, así como de opiniones extrañas y atrevidas, que aparecen aquí y allá y que perturban no poco el espíritu de muchos fieles. (…) En no pocas sentencias parece que se han traspasado los límites de una simple opinión o hipótesis y en cierto modo ha quedado afectado el dogma y los fundamentos de la fe. (…)

3. El Magisterio ordinario de la Iglesia, sobre todo el del Romano Pontífice, a veces hasta tal punto se olvida y desprecia, que prácticamente se relega al ámbito de lo opinable.
4. Algunos casi no reconocen la verdad objetiva, absoluta, firme e inmutable, y someten todo a cierto relativismo, y esto conforme a esa razón entenebrecida según la cual la verdad sigue necesariamente el ritmo de la evolución de la conciencia y de la historia.”
(Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los Presidentes de las Conferencias Episcopales sobre los abusos en la interpretación de los decretos del Concilio Vaticano II, 1966; publicada en 2012). 

En 1968 el fenómeno de la disidencia teológica intracatólica se agravó con el rechazo teórico y práctico de la lúcida y valiente encíclica Humanae Vitae del Papa Beato Pablo VI en amplios sectores de la Iglesia Católica. La «revolución del 68» también se produjo, a su modo, en el mundo católico. En los discursos y homilías de Pablo VI hay muchas referencias a esa crisis de la Iglesia. Para no alargarnos, recordaremos sólo dos de ellas: «La Iglesia se encuentra en una hora inquieta de autocrítica o, mejor dicho, de auto-demolición. La Iglesia está prácticamente golpeándose a sí misma» (7/12/1968). «La apertura al mundo fue una verdadera invasión del pensamiento mundano en la Iglesia» (23/11/1973). 

El Papa San Juan Pablo II reforzó ese diagnóstico: “Es necesario admitir con realismo, y con profunda y atormentada sensibilidad, que los cristianos hoy, en gran parte, se sienten extraviados, confusos, perplejos e incluso desilusionados; se han esparcido a manos llenas ideas contrastantes con la verdad revelada y enseñada desde siempre; se han propalado verdaderas y propias herejías en el campo dogmático y moral, creando dudas, confusiones, rebeliones; se ha manipulado incluso la liturgia; inmersos en el “relativismo” intelectual y moral y, por esto, en el permisivismo, los cristianos se ven tentados por el ateísmo, el agnosticismo, el iluminismo vagamente moralista, por un cristianismo sociológico, sin dogmas definidos y sin moral objetiva.” (Discurso a los participantes en el Congreso Nacional Italiano sobre el tema «Misiones al pueblo para los años 80», 6/02/1981, n. 2). 

El Cardenal Joseph Ratzinger, en su Informe sobre la fe, de 1984, hizo un diagnóstico muy semejante de las causas de la crisis eclesial: se ha producido un «confuso período en el que todo tipo de desviación herética parece agolparse a las puertas de la auténtica fe católica» (p. 114). 

Ciertamente, los errores más ruidosos son aquellos referidos a cuestiones de moral sexual o matrimonial (aceptación de la anticoncepción, el aborto, la homosexualidad activa, el nuevo «matrimonio» de los divorciados, etc.), pero en realidad éstos derivan de errores doctrinales aún más básicos y más graves. 

La colegialidad episcopal implica, entre otras cosas, que los propios Obispos, dentro de sus respectivos territorios, deben no sólo velar por la sana doctrina, sino también condenar los errores doctrinales graves y sancionar a los culpables de difundirlos, sin dejar esas dos tareas poco agradables casi exclusivamente a Roma.


La doctrina católica tradicional enseña que el matrimonio tiene un fin esencial primario (la procreación y educación de los hijos) y fines esenciales secundarios: la ayuda mutua de los esposos, el fomento del amor recíproco y la sedación de la concupiscencia (cf. Papa Pío XI, encíclica Casti Connubii, n. 22). Los tres fines esenciales secundarios pueden agruparse en uno solo: el bien de los cónyuges. El Concilio Vaticano II recordó ambos fines esenciales y complementarios del matrimonio, pero no explicitó su orden jerárquico (cf. constitución pastoral Gaudium et Spes (=GS), nn. 47-52). Algo similar ocurre en el canon 1055 #1 del actual Código de Derecho Canónico y el número 1601 del Catecismo de la Iglesia Católica, que además mencionan en primer lugar el fin secundario (“el bien de los cónyuges”) y en segundo lugar el fin primario (“la generación y educación de la prole”). 

Contrariando la doctrina católica tradicional, hoy muchos sostienen alguno de los siguientes errores, que enumeraremos en orden de gravedad creciente: 

1) La procreación y educación de los hijos no es el fin primario del matrimonio, sino sólo uno de sus dos fines esenciales, de igual rango.

2) El bien de los esposos es el fin primario del matrimonio y la procreación es su fin secundario.

3) La procreación no es un fin esencial del matrimonio.   

Estos errores, en mayor o menor medida, tienen consecuencias ruinosas para la doctrina católica del matrimonio. La distorsionan y dificultan la comprensión del rechazo católico del concubinato, las relaciones sexuales prematrimoniales, las uniones homosexuales, el adulterio, la anticoncepción, etc. Por ejemplo, si el fin primario del matrimonio es el bien, la unión o el amor de los esposos, ¿en qué se diferencia el matrimonio de otras sociedades? ¿Y por qué el matrimonio debería estar siempre abierto a la fecundidad?

Aplicando la “hermenéutica de la continuidad” auspiciada por el Papa Benedicto XVI, reconocemos que el Concilio Vaticano II no pretendió derogar la doctrina católica tradicional sobre el matrimonio, sino sólo continuarla, explicarla y desarrollarla. La forma más fácil de demostrar esto es notar que el capítulo de la GS dedicado al tema del matrimonio y la familia (nn. 47-52) cita cinco veces la encíclica Casti Connubii de Pío XI (de 1930), principal expresión de esa doctrina, avalándola, de un modo implícito pero innegable (cf. notas 1, 2, 7, 11 y 14 de ese capítulo). Además, precisamente al hablar sobre los fines del matrimonio, GS n. 48 cita también otros textos que afirman la doctrina tradicional.

Por lo tanto, consideramos que sería conveniente y oportuno que el próximo Sínodo rechace los tres errores sobre los fines del matrimonio expuestos más arriba, o al menos los dos últimos.        


La bioética es un importantísimo campo de batalla entre la cosmovisión cristiana y la cosmovisión “moderna” (relativista, liberal, secularista, utilitarista, individualista) que hoy prevalece en la sociedad. Un campo de batalla en el que, cada día más, pese a tener la razón de su lado, los cristianos llevan en general las de perder en los ámbitos cultural, político y económico. Tan es así que hoy la aceptación de la anticoncepción y de la reproducción artificial es ampliamente mayoritaria hasta entre los católicos. Además, incluso la mayoría de los que rechazan esos pecados graves han dejado de luchar contra ellos en el plano social. Se contentan con el combate moral individual o, a lo sumo, familiar.

La mentalidad antinatalista (puesta en práctica mediante la trilogía anticoncepción-esterilización-aborto) es impulsada por varias poderosas corrientes ideológicas. Entre ellas cabe mencionar el neomaltusianismo (instrumento preferido de una suerte de “imperialismo demográfico”), el ecologismo radical (que a menudo tiene tintes de misantropía) y el simple individualismo (los hijos, tanto más cuanto más numerosos, ponen en riesgo la “auto-realización” y el consumismo de los padres egoístas). Es verdad que RS n. 10 se refiere a la mentalidad antinatalista, pero sus críticas a esa mentalidad apuntan más bien a sus consecuencias sociales negativas que a su maldad intrínseca.

Por otra parte, pese a que hoy la biotecnología, tal como es practicada, plantea gravísimas amenazas éticas y sociales, al punto que tiende a convertir al ser humano en un producto industrial más, comprable por catálogo, la única referencia de la RS al respecto parece ser positiva: “También el desarrollo de la biotecnología ha tenido un fuerte impacto sobre la natalidad” (n. 10).

Pensamos que es necesario que el próximo Sínodo sobre la familia reafirme explícitamente la doctrina católica sobre las principales cuestiones bioéticas y que busque formas más eficaces de mejorar la formación de los fieles sobre esas cuestiones, utilizando agentes e instrumentos pastorales plenamente fieles a dicha doctrina.


Una nueva ideología prospera hoy en gran parte del mundo y se impone cada vez más como doctrina oficial en muchos Estados aconfesionales, contrariando el principio de laicidad, es decir la supuesta neutralidad filosófica del Estado acerca de temas controvertidos. Nos referimos a la ideología de “género”, vinculada al feminismo radical y a una especie de neomarxismo que traslada la dialéctica de la lucha de clases al interior de la familia. Esta ideología representa una forma muy curiosa de dualismo, pues disocia completamente, en el ser humano, la naturaleza de la cultura, el sexo del “género”, lo corporal de lo espiritual o psicológico. Es utilizada para impulsar un proyecto de reingeniería social radical que viola la “ecología humana”, nuestra propia naturaleza humana. Es paradójico que los impulsores de ese proyecto sean a menudo personas muy sensibles al respeto de la ecología y la naturaleza.

La ideología (o perspectiva) de género es uno de los motores fundamentales del actual embate contra la familia y la vida. Al respecto el Documento conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe advirtió lo siguiente: “Entre los presupuestos que debilitan y menoscaban la vida familiar, encontramos la ideología de género, según la cual cada uno puede escoger su orientación sexual, sin tomar en cuenta las diferencias dadas por la naturaleza humana. Esto ha provocado modificaciones legales que hieren gravemente la dignidad del matrimonio, el respeto al derecho a la vida y la identidad de la familia.” (Documento de Aparecida, n. 40).

Hasta hace unos treinta años, en el idioma español el término “género” designaba por lo común una propiedad gramatical (las palabras tienen género; las personas tienen sexo, no género) o una clase de seres (como en la expresión “género humano”). Poco a poco se ha difundido y puesto de moda una nueva acepción de la palabra “género”, promovida por la ideología de género y ligada a ella. Algunos cristianos la utilizan como un simple y aparentemente inofensivo sinónimo de “sexo”. Otros se sienten perplejos e incómodos ante expresiones como “perspectiva de género” o “equidad de género”. Sospechan que esas palabras están cargadas de significados filosóficos cuestionables, pero no pueden identificarlos con precisión.

Para evitar el grave peligro de engaño a través de la manipulación del lenguaje, sería muy conveniente que el próximo Sínodo sobre la familia aclare conceptos y explique en qué consiste realmente la ideología de género, dentro del marco de un esfuerzo más amplio para mejorar la formación doctrinal de los fieles. Con la gracia de Dios, y fortalecidos por una mejor formación, los católicos estarán en mejores condiciones de defender y promover los valores éticos fundamentales que están en juego en los actuales debates sobre la vida humana, el matrimonio y la familia. Así, no solamente se opondrán a las iniciativas contrarias a la familia y la vida, sino que procurarán proponer alternativas positivas, que apunten a sostener los valores familiares y a apoyar a las familias en dificultades. Siempre abiertos al diálogo y a la sana cooperación, plantearán los ideales cristianos con pleno respeto por las posiciones discrepantes y también con una firme convicción sustentada en sólidas razones científicas, racionales, éticas y jurídicas, sin abandonar nunca los principios que son irrenunciables para un católico.


La Iglesia Católica siempre ha manifestado su aprecio por las familias numerosas. A nuestro juicio sería muy bueno que el próximo Sínodo tuviera algunas palabras de aliento dirigidas especialmente a los padres que, en contra de la fuerte corriente de la mentalidad antinatalista y ejerciendo prudentemente una paternidad responsable, reciben de Dios, con coraje y generosidad, el gran don de una cantidad numerosa de hijos, y se esfuerzan por mantenerlos y darles una buena educación cristiana. También convendría agregar una exhortación para que más matrimonios católicos se animen a emprender la magnífica aventura de formar una familia numerosa (o al menos más numerosa que el promedio).


La RS contiene una sola referencia a la castidad: “La compleja realidad social y los desafíos que la familia está llamada a afrontar hoy requieren un empeño mayor de toda la comunidad cristiana para la preparación de los novios al matrimonio. Es necesario recordar la importancia de las virtudes. Entre ellas la castidad resulta una condición preciosa para el crecimiento genuino del amor interpersonal.” (n. 39).

Dada la gran importancia de este tema con respecto al matrimonio y la familia, opinamos que convendría que el próximo Sínodo lo presente de un modo más amplio (incluyendo, entre otras cosas, un rechazo explícito de los pecados contra la castidad) y que profundice la reflexión sobre cómo promover más y mejor la castidad de los fieles cristianos en todas las etapas de su vida.


La RS contiene una sola y débil referencia a la pornografía: “En el mundo actual no faltan tendencias culturales que parecen imponer una afectividad sin límites de la cual se quieren explorar todas las vertientes, incluso las más complejas. De hecho, la cuestión de la fragilidad afectiva es de gran actualidad: una afectividad narcisista, inestable y cambiante que no siempre ayuda a las personas a alcanzar una mayor madurez. Preocupa cierta difusión de la pornografía y de la comercialización del cuerpo, favorecida también por un uso distorsionado de Internet, y debe ser denunciada la situación de las personas que son obligadas a practicar la prostitución. En este contexto, a veces las parejas están inseguras y vacilantes, y luchan para encontrar las maneras de crecer. Muchas son las que tienden a permanecer en los estadios primarios de la vida emocional y sexual.” (n. 10).

Opinamos que el próximo Sínodo debería: 1) efectuar una fuerte denuncia de la industria pornográfica y de su repugnante explotación de las fragilidades humanas, y de los grandes males que la pornografía causa, en distintos órdenes, a las personas, las familias y las sociedades; 2) impulsar a toda la Iglesia Católica a buscar nuevos caminos pastorales para ayudar a las personas adictas a la pornografía y para luchar a distintos niveles contra esa lacra social.

 

Daniel Iglesias Grèzes