El escándalo de la libertad de expresión

 

Un completo escándalo, o al menos es lo que piensa gente otrora tan imprescindible como José María Castillo. Bueno, José María Castillo y bastante gente más.

Sigue coleando el asunto del sínodo sobre la familia y lo que te rondaré morena. La impresión que tenemos muchos es que aquello, la primera parte, fue un cachondeo de padre y muy señor mío y una manipulación de voluntades como no se había visto en mucho tiempo. No lo digo yo, lo dice muchísima gente.

En el inicio del sínodo el papa Francisco, siguiendo su tónica habitual, pidió a todos los sinodales que hablasen sin temor y que no dejasen nada por expresar. Más aún, como preparación del sínodo de la familia, se lanzaron a toda la catolicidad una serie de preguntas con la supuesta sana intención de recabar opiniones, sugerencias e informaciones de todo el mundo. Es decir, que queremos saber su opinión, señores.

Pues vaya que se han dado opiniones de más o menos peso. Muchos catoliquitos de a pie, parroquias, instituciones, organismos, prelados de a pie, obispos, purpurados. Todo el mundo ha dicho lo que en conciencia le ha parecido sobre el particular. ¿Por qué digo que afirmaciones de más o menos peso? Pues porque entiendo que una cosa es lo que crean Rafaela o Joao do Brasil y otra muy distinta personajes como el presidente de la conferencia episcopal polaca, el Cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe o bien otros ilustres cardenales de la santa madre Iglesia. Que sí, que queda a salvo que el Espíritu pude hablar a través de quien quiera.

Quiero entender que todos, muy especialmente los cardenales, tenemos y tienen la obligación moral de opinar y más si creen que pueden tambalearse cuestiones claves de fe y moral católicas. Y si urgidos por su conciencia un cardenal o varios, como ha sido el caso, se sienten en la obligación moral de decir santo padre no, o ponerse incluso en jarras delante de su santidad, pues habrá que entenderlo como respuesta a un pedir opiniones y sobre todo como parte de sus obligaciones como cardenales.

Pues ay amigo, resulta ahora que los más firmes partidarios de la democracia, la participación y la sinodalidad eclesial, se han pillado un rebote de órdago a la grande porque hay gente que ha osado llevar la contraria al papa. No solo es que no les haya gustado, es que hablan, tócate las napias, de alta traición. No hombre no, traición es callar cuando ves que algo se va deslizando hacia el absurdo teológico y moral. Si así lo entienden bravo por ellos. Cuando fueron creados cardenales se comprometieron a dar su sangre por Cristo y por la Iglesia y lo que están haciendo es justamente eso: recibir palos por intentar ser fieles a la fe recibida.

Es lo de siempre. Sinodalidad, democracia eclesial, diálogo, escucha, libertad de opinión, apertura y compadreo significan que todos me tienen que dar la razón monolíticamente. ¿O acaso conocen ustedes peores dictaduras que las existentes en las autodenominadas repúblicas democráticas? Pues eso, los peores dictadores, los autoproclamados demócratas eclesiales.

Machacaron a san Juan Pablo II de forma inmisericorde. Soltaron todos los disparates posibles contra Benedicto XVI y ahora se nos rasga las vestiduras porque algunos cardenales de la Iglesia ¡nada menos que cardenales! se atrevan a discrepar de las cosas que dice su santidad. No cuela.

Democracia, participación, escuchar a todos… pero si alguien lleva la contraria a Francisco es un traidor. Anda ya…