Al cielo iremos los de siempre

 

Ya en el 2015. Parece que todo cambia y a la vez nada se muda. El amor a Dios, la confianza en la maternidad de la Iglesia, la oración y la vida sacramental como fuentes de gracia, el credo, los mandamientos, la Palabra.

Tentación de novedad, de algo distinto. ¿Quién no ha rezado laudes o vísperas con la piedra, una diapositiva, cartulinas y expresión corporal por la cosa de hacer algo nuevo? Sin embargo el breviario permanece desde hace siglos haciendo grandes santos sin necesidad de apelar a la flor y el pedrusco para fomentrar la piedad de los fieles.

Misas con payasos, saltos, bailes, improvisaciones, galletas, fanta de limón, lecturas de Kipling, interminables abrazos de paz, homilías tan compartidas como plomizas y nada originales. Misas que atrajeron a pocos devotos pero echaron a muchos.

Fe y moral sin más principio que un simplón buenismo y un todo vale que al fin y a la postre para nada sirve y que convirtieron parroquias vivas en una explosión gaseosa que en cuatro días era menos apetecible que una abandonada copa de cava a las 12.30 de una nochevieja cualquiera.

Pero era nuevo. Nueva la misa. Nuevo el breviario. Nuevos moral y dogma. Nuevo. No sé si más rico, más profundo teológicamente hablando. Simplemente no lo sé.

Han pasado años y años. Hoy descubrimos una vuelta a esa normalidad tan simple como rezar el breviario de siempre, celebrar como manda la liturgia de la Iglesia y utilizar un poco más el catecismo. Vuelta a la oración ante el Santísimo, al rezo del santo rosario, a la confesión.

Me acuerdo muchas veces del chiste del genial Antonio Mingote que aquí les dejo. Publicado en 1965 tiene una rabiosa actualidad. Sí. Mucho inventar. pero al final, lo que se dice al final… nos queda lo de siempre. Qué bien lo supo expresar Santa Teresa:

Nada te turbe;

nada te espante;

todo se pasa;

Dios no se muda,

la paciencia todo lo alcanza.

Quien a Dios tiene,

nada le falta.

Solo Dios basta.

Feliz 2015 en la normalidad de lo de siempre. En esa normalidad es donde aguardamos las múltiples sorpresas de Dios.