Las llaves de Pedro – Meditaciones en Santa Marta: En Misa sin reloj.

Papa Francisco

 

El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (Lumen Gentium, 23)

Vamos a traer a estas “Llaves de Pedro” las meditaciones que el Santo Padre Francisco pronuncia en la Casa de Santa Marta en las homilías diarias que allí celebra, tomadas  las mismas de  L’Osservatore Romano.

En Misa sin Reloj (10 de febrero de 2014)

Papa Francisco en Santa Marta

“A misa no se va con el reloj en la mano, como si se debieran contar los minutos o asistir a una representación. Se va para participar en el misterio de Dios. Y esto es válido también para quienes vienen a Santa Marta a la misa celebrada por el Papa, que, dijo en efecto el Pontífice el lunes 10 de febrero, a los fieles presentes en la capilla de su residencia, ‘no es un paseo turístico. ¡No! Vosotros venís aquí y nos reunimos aquí para entrar en el misterio. Y ésta es la liturgia’.

Para explicar el sentido de este encuentro cercano con el misterio, el Papa Francisco recordó que el Señor habló a su pueblo no sólo con palabras. ‘Los profetas —dijo— referían las palabras del Señor. Los profetas anunciaban. El gran profeta Moisés dio los mandamientos, que son palabra del Señor. Y muchos otros profetas decían al pueblo aquello que quería el Señor’. Sin embargo, ‘el Señor —añadió— habló también de otra manera y de otra forma a su pueblo: con las teofanías. Cuando Él se acerca al pueblo y se hace sentir, hace sentir su presencia precisamente en medio del pueblo’. Y recordó, además del episodio propuesto por la primera lectura (1 Re 8, 1-7.9-13), algunos pasajes referidos a otros profetas.

‘Sucede lo mismo también en la Iglesia’ —explicó el Papa—. El Señor nos habla a través de su Palabra, recogida en el Evangelio y en la Biblia; y a través de la catequesis, de la homilía. No sólo nos habla, sino que también ‘se hace presente —precisó— en medio de su pueblo, en medio de su Iglesia. Es la presencia del Señor. El Señor que se acerca a su pueblo; se hace presente y comparte con su pueblo un poco de tiempo’. Esto es lo que sucede durante la celebración litúrgica que ciertamente ‘no es un buen acto social —explicó una vez más el obispo de Roma— y no es una reunión de creyentes para rezar juntos. Es otra cosa’ porque ‘en la liturgia eucarística Dios está presente’ y, si es posible, se hace presente de un modo aún ‘más cercano’. Su presencia, dijo nuevamente el Papa, ‘es una presencia real’.

Y ‘cuando hablo de liturgia —puntualizó el Pontífice— me refiero principalmente a la santa misa. Cuando celebramos la misa, no hacemos una representación de la Última Cena’. La misa ‘no es una representación; es otra cosa. Es propiamente la Última Cena; es precisamente vivir otra vez la pasión y la muerte redentora del Señor. Es una teofanía: el Señor se hace presente en el altar para ser ofrecido al Padre para la salvación del mundo’.

Así, el Papa Francisco volvió a proponer, como lo hace a menudo, un comportamiento común en los fieles: ‘Nosotros escuchamos o decimos: “pero, yo no puedo ahora, debo ir a misa, debo ir a escuchar misa”. La misa no se escucha, se participa. Y se participa en esta teofanía, en este misterio de la presencia del Señor entre nosotros’. Es algo distinto de las otras formas de nuestra devoción, precisó nuevamente poniendo el ejemplo del belén viviente ‘que hacemos en las parroquias en Navidad, o el vía crucis que hacemos en Semana Santa’. Éstas, explicó, son representaciones; la Eucaristía es ‘una conmemoración real, es decir, es una teofanía. Dios se acerca y está con nosotros y nosotros participamos en el misterio de la redención’.

El Pontífice se refirió luego a otro comportamiento muy común entre los cristianos: ‘Cuántas veces —dijo— contamos los minutos… “tengo apenas media hora, tengo que ir a misa…”‘. Ésta ‘no es la actitud propia que nos pide la liturgia: la liturgia es tiempo de Dios y espacio de Dios, y nosotros debemos entrar allí, en el tiempo de Dios, en el espacio de Dios y no mirar el reloj. La liturgia es precisamente entrar en el misterio de Dios; dejarnos llevar al misterio y estar en el misterio’.

Y, dirigiéndose precisamente a los presentes en la celebración continuó así: ‘Por ejemplo, yo estoy seguro de que todos vosotros venís aquí para entrar en el misterio. Tal vez, sin embargo, alguno dijo “yo tengo que ir a misa a Santa Marta, porque el itinerario turístico de Roma incluye ir a visitar al Papa a Santa Marta todas las mañanas….”. ¡No! Vosotros venís aquí, nosotros nos reunimos aquí, para entrar en el misterio. Y esto es la liturgia, el tiempo de Dios, el espacio de Dios, la nube de Dios que nos envuelve a todos’.

El Papa Francisco compartió con los presentes algunos recuerdos de su infancia: ‘Recuerdo que siendo niño, cuando nos preparábamos para la Primera Comunión, nos hacían cantar “Oh santo altar custodiado por los ángeles”, y esto nos hacía comprender que el altar estaba custodiado por los ángeles, nos daba el sentido de la gloria de Dios, del espacio de Dios, del tiempo de Dios. Y luego, cuando hacíamos el ensayo para la Comunión, llevábamos las hostias para el ensayo y nos decían: “mirad que éstas no son las que recibiréis; éstas no valen nada, porque luego estará la consagración”. Nos hacían distinguir bien una cosa de la otra: el recuerdo de la conmemoración’. Por lo tanto, celebrar la liturgia significa ‘tener esta disponibilidad para entrar en el misterio de Dios’, en su espacio, en su tiempo.

Y, llegando ya a la conclusión, el Pontífice invitó a los presentes a ‘pedir hoy al Señor que nos done a todos este sentido de lo sagrado, este sentido que nos haga comprender que una cosa es rezar en casa, rezar en la iglesia, rezar el rosario, recitar muchas y hermosas oraciones, hacer el vía crucis, leer la Biblia; y otra cosa es la celebración eucarística. En la celebración entramos en el misterio de Dios, en esa senda que nosotros no podemos controlar: sólo Él es el único, Él es la gloria, Él es el poder. Pidamos esta gracia: que el Señor nos enseñe a entrar en el misterio de Dios’”.

Hay instrumentos que tiene el ser humano  que son muy buenos si se los utiliza para lo que están y en las circunstancias para los que han sido ideados o inventados. Uno de ellos es el reloj que nos sirve, por ejemplo, para situarnos en el tiempo y para saber, en concreto, en qué hora estamos y vivimos.

Sin embargo, tal instrumento no siempre es válido según lo utilizamos. Y el Papa Francisco, en esta homilía de Santa Marta incide en algo que no siempre se tiene en cuenta, en lo que no siempre se cae.

Dice el otrora Arzobispo de Buenos Aires que hay que ir a Misa, a la celebración eucarística, sin el reloj o, mejor dicho, mirándolo cada dos por tres como si nos corriera prisa salir de la misma. Bueno, lo primero sí lo dice y lo segundo lo aportamos como personalmente lo vemos.

En realidad, todo lo que eso significa parte de la comprensión perfecta (o lo más cercana posible a la verdad de nuestra fe católica) de lo que es la Santa Misa, la Eucaristía. Y sobre eso nos dice el Vicario de Cristo, con gran verdad, que acudimos a la misma porque queremos entrar en “el misterio”. No dice en “un” misterio sino en “el” misterio, el misterio por excelencia.

Si comprendemos que Dios se hace presente en la Santa Eucaristía y que, por tanto, está con nosotros desde el mismo momento que entramos en su Casa con intención de aceptar su Palabra y de que la misma entre en nuestro corazón… entonces el reloj nos sobrará porque no desearemos otra cosa que permanecer allí para siempre, siempre, siempre.

Si, por ejemplo, nos damos cuenta de que Dios se acerca a nosotros en la Santa Misa y que, por tanto, el tiempo no cuenta para nada sino que, en cuanto división del ser humano, sobra de todas todas… entonces gozaremos con cada instante de la celebración eucarística y nos importará un bledo la hora o el instante temporal en el que estemos.

Dice muy bien el Papa, a este respecto, que la Santa Misa no es una representación de la Última Cena sino que es algo más. Y es que, en realidad, lo que hacemos es actualizar aquel momento pero lo hacemos con un sentido salvífico: Jesús no sólo cenó entonces e instituyó el sacerdocio además de celebrar la primera Santa Misa sino que se entregó en aquel instante, todo Él, para la salvación del mundo. Y eso, tal verdad y tan gran realidad espiritual, huye como del Diablo de todo lo que suponga prisa, preocupación por algo distinto que no sea gozar con lo que allí pasa. Y es que Dios se hace presente entre nosotros, como hemos dicho arriba.

Está muy bien que diga quien tiene las llaves de Pedro que no se puede decir ir a “escuchar misa”. Eso parece que signifique que vamos a la Santa Misa a no participar en ella sino, eso, a escuchar. Y supone mucho más la participación en tal Sacramento porque, como decimos, Dios se hace presente cada vez que el sacerdote da comienzo a la celebración.

¡Qué razón que tiene el Papa cuando dice que el tiempo dedicado a la Santa Misa es un tiempo de liturgia y, por tanto, enemigo absoluto de la prisa y de otras necesidades menos espirituales y más humanas!

En realidad cuando asistimos, participando, en la Santa Misa, lo que hacemos es participar con Dios. Y eso no lo deberíamos olvidar nunca.

 

Eleuterio Fernández Guzmán